/ viernes 20 de marzo de 2020

En Perspectiva | Ante el coronavirus, falta de unidad y liderazgo

Frente al escenario de tensión y pánico social que atraviesa hoy México por un virus que llegó para quedarse, es el momento de velar por la salud pública, ante una amenaza de la cual no tenemos certezas sobre la gravedad que acarrea, porque lamentablemente, nuevamente invade a un México partido, esta vez en torno a que si las medidas tomadas por el gobierno son o no las correctas.

Al parecer, como en toda disputa, cada parte busca encontrar su sesgo de confirmación, de tal modo, aquellos que piensan que el gobierno federal ha actuado negligentemente se encargan de replicar sin pausa las noticias sobre “el coronavirus y el fin del mundo”, mientras que aquellos que lo respaldan, se encargan de replicar mensajes sobre “el coronavirus y el fin de la cordura”. Resalta el hecho que ambos lados del México partido entre un estado fallido y uno responsable, no están esta vez dirigidos por influencers y opinólogos sin conocimiento de la temática, sino que quienes se encargan de difundir estos mensajes, tanto de un lado y de otro contradictorios sobre una misma decisión, son médicos, virólogos, bioquímicos, profesionales de la salud, personalidades reconocidas de la comunidad científica y sanitaria a nivel nacional y mundial.

Un detalle que no deja de sorprender, es que cuando hablamos de un virus, de un “microorganismo compuesto de material genético protegido por un envoltorio proteico, que causa diversas enfermedades”, no debería caber demasiado lugar para la duda, y uno esperaría que los expertos nos sentencien que determinado virus es peligroso o no lo es. Sin embargo, al existir esta disputa médico-científica sobre la peligrosidad o inocuidad del virus, se llega a una relativización sobre la amenaza de este, y entramos en una zona de incertidumbre, y desde ahí al pánico hay un paso mínimo. Y es el pánico, ese "macroorganismo" de alta peligrosidad, aquello que nos lleva a actuar con desesperación y a correr todos juntos, al mismo tiempo y sin rumbo.

Existe en buena parte de la población cierta incertidumbre sobre las decisiones que el gobierno federal ha tomado de cara a la contingencia sanitaria, sumado a la crisis de la caída en los precios del petróleo y la polarización de la discusión pública en la redes sociales. Así, los ciudadanos se encuentran en un estado de indefensión ante un Estado que, por lo menos, se ha portado con tibieza. Recibir y respetar las indicaciones de un gobierno que debe tomar cartas en el asunto frente a una situación presentada como de emergencia sanitaria parece ser la mejor opción.

Aunque el equipo del subsecretario de salud Hugo López-Gatell sí ha anunciado medidas graduales para afrontar la pandemia, aún no queda del todo claro las condiciones bajo las que se dará, el grado de restricción y, sobre todo, cuán grave será el golpe económico. Aunque el presidente ya anunció que el próximo 24 de marzo presentará un plan económico para afrontar lo que se espera sea una crisis económica mayúscula.

Como ejemplo negativo vale el de nuestro vecino del norte, cuyo presidente optó por enfatizar una supuesta mayor relevancia de otras enfermedades, incluyendo la influenza, y por adjudicar la preocupación que mostraban los medios de comunicación a las fake news. Sus afines llegaron a denunciar que cada año par, en el que se desarrollan comicios, sospechosamente venían surgiendo epidemias similares.

Otros países que originalmente optaron por posturas similares, como Italia e Irán, estaban pagando un precio extraordinario en cuanto a cantidad de contagios y fallecimientos. Una actitud diametralmente opuesta fue la que tuvieron China e Israel, que reaccionaron con decisión para contener el fenómeno, aislando a las poblaciones más afectadas y, de manera complementaria, acotando en la medida de lo posible el contacto con quienes pudieran generar nuevos contagios. Con estadísticas que sugieren que el pico de la crisis parece haber pasado, Xi Jinping, el presidente chino, visitó Wuhan como un gesto de inminente victoria ante el enorme desafío de la crisis que se originó ahí: las exageraciones de los líderes y sus intentos para desestimar las críticas internas no reconocen diferencias ideológicas ni de régimen político.

Así, frente a una situación de alta incertidumbre, se torna imperativo ordenarnos y cumplir con un deber ciudadano y humanitario: seguir las indicaciones de las autoridades. Al presidente, por su parte, cabe pedirle, que cumpla con su palabra de priorizar a quienes más lo necesitan. Ante la paranoia de compras masivas, desabasto en los supermercados y especulación en los precios, los más indefensos son las personas de la tercera edad y con discapacidad. Pero también las familias que viven en la pobreza, los pequeños comerciantes que viven al día y muchos otros que no tienen la capacidad para sobrevivir un largo periodo sin actividad económica. En estos momentos, cuando es inminente la crisis material, ¿está el Estado preparado para ayudar a quienes menos tienen, a poner “primero a los pobres”?

Aquí es donde cabe el reclamo a las autoridades políticas algunas cuestiones imprescindibles y pendientes. Urge una hoja de ruta de mayor precisión, que nos indique qué rumbo tomarán las políticas públicas y, sobre todo, económicas.

En el Congreso de la Unión hemos aprobado una fondo de 110 mil millones de pesos para enfrentar la contingencia. Sin embargo, no solo basta con recursos, también es indispensable una estrategia fría que le dé certeza a una población ya estresada. Es momento de un Estado fuerte con un liderazgo que unifique.

En escenarios de crisis, suele ser la propia sociedad quien nos muestra el camino. El terremoto de 1985 en la Ciudad de México es un ejemplo paradigmático. Si nuestras autoridades no están a la altura de un liderazgo que nos guíe, será la propia ciudadanía quien lo haga, como ya lo ha hecho muchas otras veces.

Frente al escenario de tensión y pánico social que atraviesa hoy México por un virus que llegó para quedarse, es el momento de velar por la salud pública, ante una amenaza de la cual no tenemos certezas sobre la gravedad que acarrea, porque lamentablemente, nuevamente invade a un México partido, esta vez en torno a que si las medidas tomadas por el gobierno son o no las correctas.

Al parecer, como en toda disputa, cada parte busca encontrar su sesgo de confirmación, de tal modo, aquellos que piensan que el gobierno federal ha actuado negligentemente se encargan de replicar sin pausa las noticias sobre “el coronavirus y el fin del mundo”, mientras que aquellos que lo respaldan, se encargan de replicar mensajes sobre “el coronavirus y el fin de la cordura”. Resalta el hecho que ambos lados del México partido entre un estado fallido y uno responsable, no están esta vez dirigidos por influencers y opinólogos sin conocimiento de la temática, sino que quienes se encargan de difundir estos mensajes, tanto de un lado y de otro contradictorios sobre una misma decisión, son médicos, virólogos, bioquímicos, profesionales de la salud, personalidades reconocidas de la comunidad científica y sanitaria a nivel nacional y mundial.

Un detalle que no deja de sorprender, es que cuando hablamos de un virus, de un “microorganismo compuesto de material genético protegido por un envoltorio proteico, que causa diversas enfermedades”, no debería caber demasiado lugar para la duda, y uno esperaría que los expertos nos sentencien que determinado virus es peligroso o no lo es. Sin embargo, al existir esta disputa médico-científica sobre la peligrosidad o inocuidad del virus, se llega a una relativización sobre la amenaza de este, y entramos en una zona de incertidumbre, y desde ahí al pánico hay un paso mínimo. Y es el pánico, ese "macroorganismo" de alta peligrosidad, aquello que nos lleva a actuar con desesperación y a correr todos juntos, al mismo tiempo y sin rumbo.

Existe en buena parte de la población cierta incertidumbre sobre las decisiones que el gobierno federal ha tomado de cara a la contingencia sanitaria, sumado a la crisis de la caída en los precios del petróleo y la polarización de la discusión pública en la redes sociales. Así, los ciudadanos se encuentran en un estado de indefensión ante un Estado que, por lo menos, se ha portado con tibieza. Recibir y respetar las indicaciones de un gobierno que debe tomar cartas en el asunto frente a una situación presentada como de emergencia sanitaria parece ser la mejor opción.

Aunque el equipo del subsecretario de salud Hugo López-Gatell sí ha anunciado medidas graduales para afrontar la pandemia, aún no queda del todo claro las condiciones bajo las que se dará, el grado de restricción y, sobre todo, cuán grave será el golpe económico. Aunque el presidente ya anunció que el próximo 24 de marzo presentará un plan económico para afrontar lo que se espera sea una crisis económica mayúscula.

Como ejemplo negativo vale el de nuestro vecino del norte, cuyo presidente optó por enfatizar una supuesta mayor relevancia de otras enfermedades, incluyendo la influenza, y por adjudicar la preocupación que mostraban los medios de comunicación a las fake news. Sus afines llegaron a denunciar que cada año par, en el que se desarrollan comicios, sospechosamente venían surgiendo epidemias similares.

Otros países que originalmente optaron por posturas similares, como Italia e Irán, estaban pagando un precio extraordinario en cuanto a cantidad de contagios y fallecimientos. Una actitud diametralmente opuesta fue la que tuvieron China e Israel, que reaccionaron con decisión para contener el fenómeno, aislando a las poblaciones más afectadas y, de manera complementaria, acotando en la medida de lo posible el contacto con quienes pudieran generar nuevos contagios. Con estadísticas que sugieren que el pico de la crisis parece haber pasado, Xi Jinping, el presidente chino, visitó Wuhan como un gesto de inminente victoria ante el enorme desafío de la crisis que se originó ahí: las exageraciones de los líderes y sus intentos para desestimar las críticas internas no reconocen diferencias ideológicas ni de régimen político.

Así, frente a una situación de alta incertidumbre, se torna imperativo ordenarnos y cumplir con un deber ciudadano y humanitario: seguir las indicaciones de las autoridades. Al presidente, por su parte, cabe pedirle, que cumpla con su palabra de priorizar a quienes más lo necesitan. Ante la paranoia de compras masivas, desabasto en los supermercados y especulación en los precios, los más indefensos son las personas de la tercera edad y con discapacidad. Pero también las familias que viven en la pobreza, los pequeños comerciantes que viven al día y muchos otros que no tienen la capacidad para sobrevivir un largo periodo sin actividad económica. En estos momentos, cuando es inminente la crisis material, ¿está el Estado preparado para ayudar a quienes menos tienen, a poner “primero a los pobres”?

Aquí es donde cabe el reclamo a las autoridades políticas algunas cuestiones imprescindibles y pendientes. Urge una hoja de ruta de mayor precisión, que nos indique qué rumbo tomarán las políticas públicas y, sobre todo, económicas.

En el Congreso de la Unión hemos aprobado una fondo de 110 mil millones de pesos para enfrentar la contingencia. Sin embargo, no solo basta con recursos, también es indispensable una estrategia fría que le dé certeza a una población ya estresada. Es momento de un Estado fuerte con un liderazgo que unifique.

En escenarios de crisis, suele ser la propia sociedad quien nos muestra el camino. El terremoto de 1985 en la Ciudad de México es un ejemplo paradigmático. Si nuestras autoridades no están a la altura de un liderazgo que nos guíe, será la propia ciudadanía quien lo haga, como ya lo ha hecho muchas otras veces.