/ viernes 23 de octubre de 2020

Expediente Confidencia | Los Chamberlain de España

En memoria de los 3790 bajacalifornianas y bajacalifornianos que (oficialmente) han perdido la vida debido al Covid-19. Dedicado este texto también a todo el personal sanitario que se la está jugando, a diario. Y recordando que en TIJUANA MUEREN 22 DE CADA 100 ENFERMOS DE Covid-19, 11 VECES MÁS QUE EN SAN DIEGO


Antes de generar el horror de los campos de concentración, del holocausto, de llevar al mundo a una conflagración mundial infernal, Adolfo Hitler demostró, incontables ocasiones, que su palabra, como la del Conde de Lorencez, valía menos que el papel en que estaba escrita. Y por ello, era necesario frenarle sin escatimar esfuerzos, ni recursos.

Sin embargo, el único que podía plantarle cara a Hitler en Europa, que era el Reino Unido, se hallaba gobernado por Neville Chamberlain, primer ministro que pretendió hacer de la timoratez un arte político y de la cobardía una estrategia para enfrentar sátrapas.

Así, Hitler fue midiendo el terreno, tentándolo. Primero, rompió el Tratado de Versalles. Chamberlain se quedó callado y le pidió a la Francia de Lebrun que hiciera lo mismo. Luego, intervino en la guerra civil española, pero Chamberlain tampoco dijo nada. Después, armó un poderoso ejército, la Wehrmacht, y Chamberlain siguió sin mover un dedo. Entonces, Hitler movió ficha y se anexó Austria. Chamberlain siguió apostándole a su “política de apaciguamiento”.

En 1938, meses antes de que estallara la guerra, Chamberlain celebró los Acuerdos de Múnich, donde Hitler prometía portarse bien de ahí en adelante, no sin antes, claro, exigir que el Reino Unido y Francia le dejaran anexarse parte de Checoslovaquia… sin el consentimiento de Checoslovaquia. Chamberlain no tuvo problema en traicionar a sus aliados, los checos, para tener contento a Hitler. Y al volver a Londres, el premier declaró que esos acuerdos garantizaban “la paz de nuestros tiempos”.

Hitler, como cualquier sinvergüenza, se dio cuenta de que estaba ante un pusilánime, al cual podría usar de escalón en su ascenso hacia un poder omnímodo. En 1939, invadió Polonia. Para fortuna del mundo, existía un Winston Churchill, quien, a pesar de militar en el mismo partido de Chamberlain, promovió una moción de censura en su contra y logró su destitución. Como punto final de la absurda estrategia del “apaciguamiento”, Churchill exclamó, aquel día, el epitafio político de Chamberlain: “Tuvo usted para elegir entre la humillación y la guerra. Eligió la humillación y nos llevará a la guerra”.

La historia siempre se repite. Ayer, en las cortes españolas, se vivió una moción de censura. La presentó Vox, partido nacionalista derechista, satanizado desde los medios afines al liberalismo comunista, bajo el calificativo de “ultraderecha”. En realidad, el único pecado de Vox es ser afín al presidente ruso, Vladimir Putin, archienemigo del Partido Demócrata estadounidense, núcleo del consenso mundial de narco liberales comunistas en cuyas filas militan Nicolás Maduro, Evo Morales y su presidente títere Luis Mesa, el gobierno español, Daniel Ortega, los Castro, la dictadura iraní y, por supuesto, Morena. Esa alianza es la encarnación más aterradora de lo que George Orwell describió en 1984: una dictadura planetaria absolutista, que no tendrá nada de social. El objetivo central de ese grupo es la legalización mundial de las drogas. Si alguien piensa que exageramos, debe revisar los múltiples ejemplos de ese rodillo al que hombres tan libres como Salman Rushdie, o tan izquierdistas como Noam Chomsky, han bautizado acertadamente como la “cultura de la cancelación”.

A todos aquellos que se alinean con Putin, la prensa liberal comunista les endilga el calificativo de “ultraderecha”. Mientras tanto, jamás les dicen “ultraizquierdistas” a Evo o Maduro. No se vayan a enojar y los dejen de patrocinar. O peor aún, enfurezcan los mecenas mundiales del liberalcomunismo, como George Soros y Bill Gates. Si alguien duda de que sean patrocinadores de esa corriente, está invitado a consultar www.followthemoney.org, sitio de Internet donde puede ver cuánto dinero le meten esos dos personajes -y otros más- a las campañas del Partido Demócrata. En particular, a las de sujetos que luego serán furibundos promotores de ese maridaje imposible entre liberales y comunistas, donde estos últimos olvidaron a Marx, a cambio de vivir como reyes.

Total, que Vox presentó una moción de censura, que no es otra cosa que lo que en Estados Unidos se conoce como ‘impeachment’. Es decir, una votación propuesta por uno de los grupos parlamentarios que integran el congreso nacional, en la cual se plantea destituir de su cargo al presidente en turno, pudiéndose aprobar, o no, esa destitución.

Vox buscaba destituir a Pedro Sánchez, un presidente cuyo nivel de ineptitud y soberbia es apenas comparable al que tuvo José María Aznar en su segundo periodo. España ya rebasa el millón de contagiados por Covid-19 y va hacia los 35 mil muertos. Es decir, uno de cada 47 españolas y españoles se ha enfermado. Durante enero, cuando ya había noticias sobre el virus en China -y advertencias-, Sánchez destituyó a su entonces ministra de Salud, María Luisa Carcedo, médico, para colocar en su lugar a Salvador Illa, un filósofo y economista. Illa ha gestionado toda la crisis de la pandemia… y los resultados están a la vista.

Pero Sánchez, liberal, y su socio en el gobierno, Pablo Iglesias, comunista líder del partido Podemos, no están preocupados por eso, sino por borrar la división de poderes. Ya tienen el control del Ejecutivo y el Legislativo -en España, para gobernar, un presidente debe tener mayoría parlamentaria-, para lo cual suscribieron alianzas con partidos como Bildu, cuyo líder, Arnaldo Otegui, es un ex terrorista de ETA que ha estado preso en seis ocasiones.

Ahora, Sánchez e Iglesias buscan el poder Judicial. Han enviado una reforma a las cortes para que ellos y sus aliados nombren al Consejo General del Poder Judicial, que determina a los jueces y, en el futuro, a ministros del Tribunal Constitucional -equivalente a la Suprema Corte de Justicia de la Nación-, con la clara idea de controlarlo. Una idea digna de Hugo Chávez. Y es que la conexión entre Caracas y Madrid es cada vez más notoria, como lo exhibió la visita a Madrid de la canciller venezolana Delcy Rodríguez, a inicios de este año, la cual autorizó Sánchez, brincándose un veto de la Unión Europea.

Por la moción de Vox, únicamente votaron sus 52 diputados. Pero esa no fue la nota, sino que el Partido Popular, derechista como Vox, votó en contra. Y más aún, su líder, Pablo Casado, al subir a tribuna, despotricó bien y bonito contra el líder de Vox, Santiago Abascal. Partido gracias al cual, por otro lado, gobierna en tres regiones y en el ayuntamiento de Madrid.

Ciertamente, Abascal cometió un error en su mensaje para defender la moción: irse contra la Unión Europea. Claro que Merkel es amiga del consenso liberal comunista, claro que la UE ha servido de instrumento al Partido Demócrata para imponer sus políticas en Europa, pero, sin los préstamos que la UE dará a España, la nación ibérica no podría salir de la crisis económica que enfrenta por el coronavirus. El discurso anti UE, sin embargo, fue para complacer a la grada rusa, de la cual, probablemente, Abascal y su partido viven. Sin embargo, ese punto le dio pretexto a Casado para laminar a Vox y hacerlo parecer inviable.

Vox también tiene otros errores, como apelar al mercado electoral derechista más rupestre. Tan es una falla, que otros derechistas nacionalistas han entendido que se debe abrir el compás y poner las líneas rojas en límites como el orden público -no olvidemos que el consenso liberal comunista trae la meta de socavar a policías y jueces, o alinearlos-. Pero que esté errado en su estrategia general, no significa que Vox se equivoque con la amenaza que son Sánchez e Iglesias, ni con alertar de sus intenciones aviesas. Había que tomar nota del mensaje y no solamente del mensajero. Casado y su partido pudieron abstenerse para, de esa forma, tomar distancia de los errores de Vox pero, también, de las tropelías del gobierno.

Abascal también hizo referencia a la nociva influencia del eje narco liberal comunista en España y aludió a Soros. Ese punto, por supuesto, también puso los pelos de punta a Casado, quien, como muchos derechistas -los panistas incluidos-, creen que, llevándola por la buena con el húngaro, este alguna vez los apoyará para regresar al poder. Evidentemente, no se dan cuenta que Soros y, en general, todo el Partido Demócrata, hace cuatro años que optaron por una alianza, ya sin pudor, con el comunismo mundial, los ex guerrilleros y los ex terroristas. Desde la “reconciliación” que Obama impulsó con los Castro, sin pedirles ni la más mínima democratización en Cuba. Todos metidos en la misma cama, sin contención. El último experimento derechista que apoyaron los demócratas fue Emmanuel Macron y lo hicieron, tal vez, porque Mélenchon no era de los suyos -como tampoco lo fue, en su momento, el colombiano Antanas Mockus-. De ahí para acá, nada que huela, ni tantito, a derecha.

Y Casado, como Chamberlain, cree que puede ser valladar en la intentona dictatorial de Sánchez e Iglesias, llevándola por la buena con ellos. Una vez que Casado votó en contra de la moción e hizo trizas a Vox en su discurso, Sánchez le dio su croqueta, ofreciéndole aplazar la reforma para que él y sus socios, sin necesidad de otros partidos, nombren al Poder Judicial. El PP ha pedido que Podemos no tenga injerencia en las negociaciones para nombrar a los miembros del Consejo General del Poder Judicial, pero Sánchez, igual que Hitler, ya dijo que no va a ceder en ese punto y, al final, Casado se lo acabará concediendo, como Chamberlain le concedió al Führer anexarse Checoslovaquia. Todo para que no hubiera una guerra que, al final, si hubo.

Con los renegados de la historia, con los sinvergüenzas, no hay pacto político posible. Solamente queda oponerse, con todas las fuerzas y recursos, a su intentona por pisotear la democracia y someter a los librepensadores. So pena de, como en el caso de Hitler, darnos cuenta que sus tanques ya pisan las flores de Praga.

P.D.: "Si algo nos pasa, es que quieren callarnos"

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com

En memoria de los 3790 bajacalifornianas y bajacalifornianos que (oficialmente) han perdido la vida debido al Covid-19. Dedicado este texto también a todo el personal sanitario que se la está jugando, a diario. Y recordando que en TIJUANA MUEREN 22 DE CADA 100 ENFERMOS DE Covid-19, 11 VECES MÁS QUE EN SAN DIEGO


Antes de generar el horror de los campos de concentración, del holocausto, de llevar al mundo a una conflagración mundial infernal, Adolfo Hitler demostró, incontables ocasiones, que su palabra, como la del Conde de Lorencez, valía menos que el papel en que estaba escrita. Y por ello, era necesario frenarle sin escatimar esfuerzos, ni recursos.

Sin embargo, el único que podía plantarle cara a Hitler en Europa, que era el Reino Unido, se hallaba gobernado por Neville Chamberlain, primer ministro que pretendió hacer de la timoratez un arte político y de la cobardía una estrategia para enfrentar sátrapas.

Así, Hitler fue midiendo el terreno, tentándolo. Primero, rompió el Tratado de Versalles. Chamberlain se quedó callado y le pidió a la Francia de Lebrun que hiciera lo mismo. Luego, intervino en la guerra civil española, pero Chamberlain tampoco dijo nada. Después, armó un poderoso ejército, la Wehrmacht, y Chamberlain siguió sin mover un dedo. Entonces, Hitler movió ficha y se anexó Austria. Chamberlain siguió apostándole a su “política de apaciguamiento”.

En 1938, meses antes de que estallara la guerra, Chamberlain celebró los Acuerdos de Múnich, donde Hitler prometía portarse bien de ahí en adelante, no sin antes, claro, exigir que el Reino Unido y Francia le dejaran anexarse parte de Checoslovaquia… sin el consentimiento de Checoslovaquia. Chamberlain no tuvo problema en traicionar a sus aliados, los checos, para tener contento a Hitler. Y al volver a Londres, el premier declaró que esos acuerdos garantizaban “la paz de nuestros tiempos”.

Hitler, como cualquier sinvergüenza, se dio cuenta de que estaba ante un pusilánime, al cual podría usar de escalón en su ascenso hacia un poder omnímodo. En 1939, invadió Polonia. Para fortuna del mundo, existía un Winston Churchill, quien, a pesar de militar en el mismo partido de Chamberlain, promovió una moción de censura en su contra y logró su destitución. Como punto final de la absurda estrategia del “apaciguamiento”, Churchill exclamó, aquel día, el epitafio político de Chamberlain: “Tuvo usted para elegir entre la humillación y la guerra. Eligió la humillación y nos llevará a la guerra”.

La historia siempre se repite. Ayer, en las cortes españolas, se vivió una moción de censura. La presentó Vox, partido nacionalista derechista, satanizado desde los medios afines al liberalismo comunista, bajo el calificativo de “ultraderecha”. En realidad, el único pecado de Vox es ser afín al presidente ruso, Vladimir Putin, archienemigo del Partido Demócrata estadounidense, núcleo del consenso mundial de narco liberales comunistas en cuyas filas militan Nicolás Maduro, Evo Morales y su presidente títere Luis Mesa, el gobierno español, Daniel Ortega, los Castro, la dictadura iraní y, por supuesto, Morena. Esa alianza es la encarnación más aterradora de lo que George Orwell describió en 1984: una dictadura planetaria absolutista, que no tendrá nada de social. El objetivo central de ese grupo es la legalización mundial de las drogas. Si alguien piensa que exageramos, debe revisar los múltiples ejemplos de ese rodillo al que hombres tan libres como Salman Rushdie, o tan izquierdistas como Noam Chomsky, han bautizado acertadamente como la “cultura de la cancelación”.

A todos aquellos que se alinean con Putin, la prensa liberal comunista les endilga el calificativo de “ultraderecha”. Mientras tanto, jamás les dicen “ultraizquierdistas” a Evo o Maduro. No se vayan a enojar y los dejen de patrocinar. O peor aún, enfurezcan los mecenas mundiales del liberalcomunismo, como George Soros y Bill Gates. Si alguien duda de que sean patrocinadores de esa corriente, está invitado a consultar www.followthemoney.org, sitio de Internet donde puede ver cuánto dinero le meten esos dos personajes -y otros más- a las campañas del Partido Demócrata. En particular, a las de sujetos que luego serán furibundos promotores de ese maridaje imposible entre liberales y comunistas, donde estos últimos olvidaron a Marx, a cambio de vivir como reyes.

Total, que Vox presentó una moción de censura, que no es otra cosa que lo que en Estados Unidos se conoce como ‘impeachment’. Es decir, una votación propuesta por uno de los grupos parlamentarios que integran el congreso nacional, en la cual se plantea destituir de su cargo al presidente en turno, pudiéndose aprobar, o no, esa destitución.

Vox buscaba destituir a Pedro Sánchez, un presidente cuyo nivel de ineptitud y soberbia es apenas comparable al que tuvo José María Aznar en su segundo periodo. España ya rebasa el millón de contagiados por Covid-19 y va hacia los 35 mil muertos. Es decir, uno de cada 47 españolas y españoles se ha enfermado. Durante enero, cuando ya había noticias sobre el virus en China -y advertencias-, Sánchez destituyó a su entonces ministra de Salud, María Luisa Carcedo, médico, para colocar en su lugar a Salvador Illa, un filósofo y economista. Illa ha gestionado toda la crisis de la pandemia… y los resultados están a la vista.

Pero Sánchez, liberal, y su socio en el gobierno, Pablo Iglesias, comunista líder del partido Podemos, no están preocupados por eso, sino por borrar la división de poderes. Ya tienen el control del Ejecutivo y el Legislativo -en España, para gobernar, un presidente debe tener mayoría parlamentaria-, para lo cual suscribieron alianzas con partidos como Bildu, cuyo líder, Arnaldo Otegui, es un ex terrorista de ETA que ha estado preso en seis ocasiones.

Ahora, Sánchez e Iglesias buscan el poder Judicial. Han enviado una reforma a las cortes para que ellos y sus aliados nombren al Consejo General del Poder Judicial, que determina a los jueces y, en el futuro, a ministros del Tribunal Constitucional -equivalente a la Suprema Corte de Justicia de la Nación-, con la clara idea de controlarlo. Una idea digna de Hugo Chávez. Y es que la conexión entre Caracas y Madrid es cada vez más notoria, como lo exhibió la visita a Madrid de la canciller venezolana Delcy Rodríguez, a inicios de este año, la cual autorizó Sánchez, brincándose un veto de la Unión Europea.

Por la moción de Vox, únicamente votaron sus 52 diputados. Pero esa no fue la nota, sino que el Partido Popular, derechista como Vox, votó en contra. Y más aún, su líder, Pablo Casado, al subir a tribuna, despotricó bien y bonito contra el líder de Vox, Santiago Abascal. Partido gracias al cual, por otro lado, gobierna en tres regiones y en el ayuntamiento de Madrid.

Ciertamente, Abascal cometió un error en su mensaje para defender la moción: irse contra la Unión Europea. Claro que Merkel es amiga del consenso liberal comunista, claro que la UE ha servido de instrumento al Partido Demócrata para imponer sus políticas en Europa, pero, sin los préstamos que la UE dará a España, la nación ibérica no podría salir de la crisis económica que enfrenta por el coronavirus. El discurso anti UE, sin embargo, fue para complacer a la grada rusa, de la cual, probablemente, Abascal y su partido viven. Sin embargo, ese punto le dio pretexto a Casado para laminar a Vox y hacerlo parecer inviable.

Vox también tiene otros errores, como apelar al mercado electoral derechista más rupestre. Tan es una falla, que otros derechistas nacionalistas han entendido que se debe abrir el compás y poner las líneas rojas en límites como el orden público -no olvidemos que el consenso liberal comunista trae la meta de socavar a policías y jueces, o alinearlos-. Pero que esté errado en su estrategia general, no significa que Vox se equivoque con la amenaza que son Sánchez e Iglesias, ni con alertar de sus intenciones aviesas. Había que tomar nota del mensaje y no solamente del mensajero. Casado y su partido pudieron abstenerse para, de esa forma, tomar distancia de los errores de Vox pero, también, de las tropelías del gobierno.

Abascal también hizo referencia a la nociva influencia del eje narco liberal comunista en España y aludió a Soros. Ese punto, por supuesto, también puso los pelos de punta a Casado, quien, como muchos derechistas -los panistas incluidos-, creen que, llevándola por la buena con el húngaro, este alguna vez los apoyará para regresar al poder. Evidentemente, no se dan cuenta que Soros y, en general, todo el Partido Demócrata, hace cuatro años que optaron por una alianza, ya sin pudor, con el comunismo mundial, los ex guerrilleros y los ex terroristas. Desde la “reconciliación” que Obama impulsó con los Castro, sin pedirles ni la más mínima democratización en Cuba. Todos metidos en la misma cama, sin contención. El último experimento derechista que apoyaron los demócratas fue Emmanuel Macron y lo hicieron, tal vez, porque Mélenchon no era de los suyos -como tampoco lo fue, en su momento, el colombiano Antanas Mockus-. De ahí para acá, nada que huela, ni tantito, a derecha.

Y Casado, como Chamberlain, cree que puede ser valladar en la intentona dictatorial de Sánchez e Iglesias, llevándola por la buena con ellos. Una vez que Casado votó en contra de la moción e hizo trizas a Vox en su discurso, Sánchez le dio su croqueta, ofreciéndole aplazar la reforma para que él y sus socios, sin necesidad de otros partidos, nombren al Poder Judicial. El PP ha pedido que Podemos no tenga injerencia en las negociaciones para nombrar a los miembros del Consejo General del Poder Judicial, pero Sánchez, igual que Hitler, ya dijo que no va a ceder en ese punto y, al final, Casado se lo acabará concediendo, como Chamberlain le concedió al Führer anexarse Checoslovaquia. Todo para que no hubiera una guerra que, al final, si hubo.

Con los renegados de la historia, con los sinvergüenzas, no hay pacto político posible. Solamente queda oponerse, con todas las fuerzas y recursos, a su intentona por pisotear la democracia y someter a los librepensadores. So pena de, como en el caso de Hitler, darnos cuenta que sus tanques ya pisan las flores de Praga.

P.D.: "Si algo nos pasa, es que quieren callarnos"

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