/ sábado 11 de septiembre de 2021

Expediente Confidencial | Hace 20 años...

El 11 de septiembre de 2001, ocurrió un ataque terrorista -que más bien fueron cuatro-, donde fallecieron 2 mil 996 personas.

Eso es lo evidente, lo que está y estará en los libros escolares, en las enciclopedias.

Pero ese día sucedieron cosas menos evidentes, que no están en los textos de historia, ni en las palabras de los conductores y comentaristas de noticias oficiosos, pero cuya huella, por indeleble, ha sido más trascendente.

La mañana de aquel martes, Estados Unidos profundizó una deriva que lo llevaría a dejar de ser una potencia respetada (respetable nunca lo fue), para convertirse en una mascota, a veces de Rusia y otras de China.

Ahondó una pudrición interna y una decadencia externa, de la cual ya no habría retorno.

Pero ese día no inició tal proceso, sino el 12 de diciembre de 2000…

En aquella fecha, la Suprema Corte de los Estados Unidos determinó que no efectuaría un recuento de votos en Florida, estado donde el republicano George W. Bush había vencido por 537 votos al demócrata Al Gore, en una reñidísima elección presidencial.

El trasfondo de esa determinación estaba revestido por un par de detalles fundamentales.

Uno, los ministros del máximo tribunal estadounidense eran, en su mayoría, filorepublicanos y, por eso, su decisión se impuso.

Dos, en Florida era gobernador Jeff Bush, hermano de George.

Así que ese fue el punto donde se acabó el pacífico turnismo entre republicanos y demócratas, que prevalecía desde 1976.

Ese punto de giro nos ha traído hasta hoy, donde hay un Partido Republicano que está dominado por el alt-right, la ignorancia y los herederos del Ku Klux Klan, mientras el Demócrata se encuentra secuestrado por una izquierda radical y amiga del narcotráfico y las peores dictaduras del planeta.

Antes de esos 24 años de paz, habían existido dieciséis, aunque en particular los ocho últimos, de muchísima tensión entre republicanos y demócratas, cuando estos, igual que hoy, deseaban apoderarse eternamente de la presidencia y dedicaron todos sus esfuerzos a torpedear a Richard Nixon, quien, por lo demás, les facilitó esa labor, igual que, en tiempos recientes, lo hizo Donald Trump, con sus errores y arranques.

El 11 de septiembre encontró a un presidente que, a los ojos de medio Estados Unidos, era ilegítimo.

Y los atentados, más la posterior respuesta, bélica, de Bush júnior, incrementaron su aprobación galopantemente...

El 9-11 le dio a Bush el pretexto que necesitaba para ir por Sadam Hussein, asignatura pendiente de su padre, pero, sobre todo, por el petróleo iraquí. Un petróleo que era el negocio de los Bush y donde, por cierto, la familia Bin Laden era socia de estos, a través de la compañía The Carlyle Group, con valor de 14 mil millones de dólares. Por supuesto, eso no aparecerá hoy en ningún recuento, de esos que harán televisoras y periódicos, que se centrarán en el heroísmo de policías y bomberos, así como en despertar un mal disimulado morbo, reproduciendo, ad nauseam, las llamadas que se hicieron al 911 desde los aviones siniestrados.

A contrapelo de la ONU, acompañado por sus cómplices de turno, Blair y Aznar, el júnior Bush invadió Irak con el pretexto de las armas químicas que no aparecieron jamás… porque no existían. Y con esa asonada, terminó con la poca credibilidad que le restaba a Estados Unidos en el contexto geopolítico, comenzando una espiral descendente tuvo su más reciente escalonazo en Afganistán, pero faltan más, pues son, ahora, una caricatura que navega sin rumbo, en papel de cortesano de un reino global donde, actualmente, por desgracia para la humanidad, los monarcas son dictadores como Xi Jinping, Nicolás Maduro, Raúl Castro, Daniel Ortega y hasta los talibanes.

Incluso, el 9/11 comenzó a modificar la psique del mexicano en torno a Estados Unidos. Los chistes sobre “gringos” y el desprecio tradicional hacia ellos, dieron paso a un respeto, que en instantes raya en veneración, donde ahora muchos aman y admiran a Obama, que, en retribución, encabezó el gobierno que deportó a la mayor cantidad de mexicanos del territorio estadounidense. El presidente hasta acabó agachando la testuz ante Trump.

El 9/11 acabó con la esperanza de que el siglo 21 sería mejor que el 20. Pero fue un síntoma. La enfermedad ya estaba ahí, desde antes.

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com

El 11 de septiembre de 2001, ocurrió un ataque terrorista -que más bien fueron cuatro-, donde fallecieron 2 mil 996 personas.

Eso es lo evidente, lo que está y estará en los libros escolares, en las enciclopedias.

Pero ese día sucedieron cosas menos evidentes, que no están en los textos de historia, ni en las palabras de los conductores y comentaristas de noticias oficiosos, pero cuya huella, por indeleble, ha sido más trascendente.

La mañana de aquel martes, Estados Unidos profundizó una deriva que lo llevaría a dejar de ser una potencia respetada (respetable nunca lo fue), para convertirse en una mascota, a veces de Rusia y otras de China.

Ahondó una pudrición interna y una decadencia externa, de la cual ya no habría retorno.

Pero ese día no inició tal proceso, sino el 12 de diciembre de 2000…

En aquella fecha, la Suprema Corte de los Estados Unidos determinó que no efectuaría un recuento de votos en Florida, estado donde el republicano George W. Bush había vencido por 537 votos al demócrata Al Gore, en una reñidísima elección presidencial.

El trasfondo de esa determinación estaba revestido por un par de detalles fundamentales.

Uno, los ministros del máximo tribunal estadounidense eran, en su mayoría, filorepublicanos y, por eso, su decisión se impuso.

Dos, en Florida era gobernador Jeff Bush, hermano de George.

Así que ese fue el punto donde se acabó el pacífico turnismo entre republicanos y demócratas, que prevalecía desde 1976.

Ese punto de giro nos ha traído hasta hoy, donde hay un Partido Republicano que está dominado por el alt-right, la ignorancia y los herederos del Ku Klux Klan, mientras el Demócrata se encuentra secuestrado por una izquierda radical y amiga del narcotráfico y las peores dictaduras del planeta.

Antes de esos 24 años de paz, habían existido dieciséis, aunque en particular los ocho últimos, de muchísima tensión entre republicanos y demócratas, cuando estos, igual que hoy, deseaban apoderarse eternamente de la presidencia y dedicaron todos sus esfuerzos a torpedear a Richard Nixon, quien, por lo demás, les facilitó esa labor, igual que, en tiempos recientes, lo hizo Donald Trump, con sus errores y arranques.

El 11 de septiembre encontró a un presidente que, a los ojos de medio Estados Unidos, era ilegítimo.

Y los atentados, más la posterior respuesta, bélica, de Bush júnior, incrementaron su aprobación galopantemente...

El 9-11 le dio a Bush el pretexto que necesitaba para ir por Sadam Hussein, asignatura pendiente de su padre, pero, sobre todo, por el petróleo iraquí. Un petróleo que era el negocio de los Bush y donde, por cierto, la familia Bin Laden era socia de estos, a través de la compañía The Carlyle Group, con valor de 14 mil millones de dólares. Por supuesto, eso no aparecerá hoy en ningún recuento, de esos que harán televisoras y periódicos, que se centrarán en el heroísmo de policías y bomberos, así como en despertar un mal disimulado morbo, reproduciendo, ad nauseam, las llamadas que se hicieron al 911 desde los aviones siniestrados.

A contrapelo de la ONU, acompañado por sus cómplices de turno, Blair y Aznar, el júnior Bush invadió Irak con el pretexto de las armas químicas que no aparecieron jamás… porque no existían. Y con esa asonada, terminó con la poca credibilidad que le restaba a Estados Unidos en el contexto geopolítico, comenzando una espiral descendente tuvo su más reciente escalonazo en Afganistán, pero faltan más, pues son, ahora, una caricatura que navega sin rumbo, en papel de cortesano de un reino global donde, actualmente, por desgracia para la humanidad, los monarcas son dictadores como Xi Jinping, Nicolás Maduro, Raúl Castro, Daniel Ortega y hasta los talibanes.

Incluso, el 9/11 comenzó a modificar la psique del mexicano en torno a Estados Unidos. Los chistes sobre “gringos” y el desprecio tradicional hacia ellos, dieron paso a un respeto, que en instantes raya en veneración, donde ahora muchos aman y admiran a Obama, que, en retribución, encabezó el gobierno que deportó a la mayor cantidad de mexicanos del territorio estadounidense. El presidente hasta acabó agachando la testuz ante Trump.

El 9/11 acabó con la esperanza de que el siglo 21 sería mejor que el 20. Pero fue un síntoma. La enfermedad ya estaba ahí, desde antes.

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com