/ miércoles 2 de septiembre de 2020

Expediente Confidencial | La libertad, para todos

En memoria de los 3207 bajacalifornianas y bajacalifornianos que (oficialmente) han perdido la vida debido al Covid-19 y al mal actuar de las autoridades de salud, federales y estatales


La semana pasada, Proceso decidió echar de sus filas a John Ackerman, Fabrizio Mejía y Gonzalo Rocha. Los tres, claramente identificados con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, si bien Mejía, en esa revista, más bien hacía textos de índole literaria y no tanto política. Días más tarde, Miguel Alemán Magnani y Carlos Cabal, nuevos dueños de Radiopolis, la antigua Televisa Radio, tomaron el control de tal empresa y se alertó de que buscaban sacar del aire el noticiero ‘Así las Cosas’, que conduce Carlos Loret de Mola en W Radio, frecuencia de ese grupo.

En lo personal, no soporto leer más de un párrafo de cualquier texto de Ackerman. Más allá de su expresión “periodistas sicarios”, que le ha ganado el repudio hasta de reporteros estadounidenses, Ackerman es insufrible: fanático, radical, zalamero, agresivo hasta el insulto con quien no piensa como él, defensor del gobierno a ultranza porque ahí trabajan su mujer y su cuñado, resulta una expresión de oficialismo nauseabunda.

Respecto a Mejía, no coincido con su amor hacia el actual gobierno, pero he disfrutado varios textos suyos y mentiría si no dijera que ‘Nación TV’, su novela sobre Televisa, es uno de mis libros favoritos y lo he leído tres veces. En cuanto a Rocha, igualmente tampoco concuerdo en ideas políticas, pero es, al menos, uno de los 10 caricaturistas más importantes de México.

Loret es más que un reportero, como el se autodefine, un columnista. Y es, actualmente, el más informado de México, por encima de otros quienes, habitualmente, convierten chismes e invenciones en supuestas revelaciones. Loret, en un sano ejercicio que no resulta habitual en el periodismo mexicano, plagado de trascendidos y ‘chayotes’ que definen su publicación, suele publicar documentos y fuentes precisas, para sustentar sus dichos. Deploro sus claras ligas con ciertos empresarios y sus intereses, que se esbozan patrocinadores de su trabajo, pero cuestiones como el video de Pío López Obrador, o las millonarias propiedades de los Ackerman-Sandoval o Bartlett, son, por evidentes, incontestables.

A la salida de Ackerman, Mejía y Rocha, de Proceso, se multiplicó el festín en Twitter de quienes se dicen opositores al actual gobierno. Alguna, exultante, hasta preguntó, respecto a John: “¿A qué hora te echan también del país?”. Luego, al ocurrir lo de Loret, esas mismas voces salieron a lamentarse de que el presidente, valiéndose de Cabal como muleta, intentara sacarlo del aire. Y entonces, los afines a López Obrador fueron quienes festinaban lo que, finalmente y por intervención de los socios españoles de Radiopolis, no ocurrió y difícilmente ocurrirá, al menos por ahora.

Ambas expresiones son, sin duda, lamentables. No se puede uno investir como adalid de la libertad y, cuando el caído es del bando contrario, hacer gala de torquemadismo. Eso no se refleja compromiso con la libre expresión de ideas, sino sectarismo que es, justamente, señal de aversión a que cada quien pueda decir lo que desee.

Resulta tan incongruente esa bipolaridad, como la de quienes, exigiendo libertad de prensa a los gobiernos, al mismo tiempo visitan, al inicio de cada ejercicio fiscal, a quienes encabezan las áreas de Comunicación Social en estos, para solicitar, cuando no exigir, contratos de publicidad, es decir, embute. En el campo periodístico, no se puede jugar con dos camisetas. O se es, o no se es.

Por otro lado, el sectarismo, además, refleja un terror de quien lo enarbola, abierta o vergonzantemente, por confrontar sus ideas y demostrar la superioridad de las mismas en el campo de los argumentos y las razones. Resulta más fácil -y deleznable, también- silenciar toda expresión divergente. La lluvia de ideas, libre y sin límites, hará triunfante, siempre, a quien hable con la verdad, más tarde o más temprano. Eso siembra pánico incontrolable en muchos, especialmente políticos.

En lo personal, este columnista considera que no debe haber límite alguno para la expresión de las ideas, salvo el de no hacer apología del delito, porque la libertad, per se, debe conducir sus acciones a la mejora de la sociedad, no a su pudrición. De ahí en fuera, cualquiera debe poder manifestar sus pensamientos y argumentos. Proceso pierde, sin duda, riqueza y pluralidad sin Ackerman, Mejía y Rocha, porque, aún y cuando sus ideas sean oficialistas, deben tener derecho a expresarlas y a pelear, legítimamente, por convencer a la sociedad de que estas son correctas. De igual forma, si W Radio echa a Loret, trastocaría, irremediablemente, el crisol de voces que debe ser todo medio de comunicación, independientemente de las ideas políticas o sociales de sus dueños o directivos.

¿Y DÓNDE ESTABAN? La semana pasada, allá en Mexicali, el crimen de Danna Reyes, adolescente de 16 años, reverberó en la sociedad, que apenas había atestiguado el asesinato de otra joven, Genebit Godínez, aunque fueron muy distintos sus casos. Danna fue ultimada por sus compañeros de crimen. Por esto, llamó la atención ver que su madre y su hermana se apersonaban en el juicio, exigiendo justicia. Qué bien que la exijan, pero ¿dónde andaban cuando Danna se fue por malos caminos?

P.D.: "Si algo nos pasa, es que quieren callarnos"

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com

En memoria de los 3207 bajacalifornianas y bajacalifornianos que (oficialmente) han perdido la vida debido al Covid-19 y al mal actuar de las autoridades de salud, federales y estatales


La semana pasada, Proceso decidió echar de sus filas a John Ackerman, Fabrizio Mejía y Gonzalo Rocha. Los tres, claramente identificados con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, si bien Mejía, en esa revista, más bien hacía textos de índole literaria y no tanto política. Días más tarde, Miguel Alemán Magnani y Carlos Cabal, nuevos dueños de Radiopolis, la antigua Televisa Radio, tomaron el control de tal empresa y se alertó de que buscaban sacar del aire el noticiero ‘Así las Cosas’, que conduce Carlos Loret de Mola en W Radio, frecuencia de ese grupo.

En lo personal, no soporto leer más de un párrafo de cualquier texto de Ackerman. Más allá de su expresión “periodistas sicarios”, que le ha ganado el repudio hasta de reporteros estadounidenses, Ackerman es insufrible: fanático, radical, zalamero, agresivo hasta el insulto con quien no piensa como él, defensor del gobierno a ultranza porque ahí trabajan su mujer y su cuñado, resulta una expresión de oficialismo nauseabunda.

Respecto a Mejía, no coincido con su amor hacia el actual gobierno, pero he disfrutado varios textos suyos y mentiría si no dijera que ‘Nación TV’, su novela sobre Televisa, es uno de mis libros favoritos y lo he leído tres veces. En cuanto a Rocha, igualmente tampoco concuerdo en ideas políticas, pero es, al menos, uno de los 10 caricaturistas más importantes de México.

Loret es más que un reportero, como el se autodefine, un columnista. Y es, actualmente, el más informado de México, por encima de otros quienes, habitualmente, convierten chismes e invenciones en supuestas revelaciones. Loret, en un sano ejercicio que no resulta habitual en el periodismo mexicano, plagado de trascendidos y ‘chayotes’ que definen su publicación, suele publicar documentos y fuentes precisas, para sustentar sus dichos. Deploro sus claras ligas con ciertos empresarios y sus intereses, que se esbozan patrocinadores de su trabajo, pero cuestiones como el video de Pío López Obrador, o las millonarias propiedades de los Ackerman-Sandoval o Bartlett, son, por evidentes, incontestables.

A la salida de Ackerman, Mejía y Rocha, de Proceso, se multiplicó el festín en Twitter de quienes se dicen opositores al actual gobierno. Alguna, exultante, hasta preguntó, respecto a John: “¿A qué hora te echan también del país?”. Luego, al ocurrir lo de Loret, esas mismas voces salieron a lamentarse de que el presidente, valiéndose de Cabal como muleta, intentara sacarlo del aire. Y entonces, los afines a López Obrador fueron quienes festinaban lo que, finalmente y por intervención de los socios españoles de Radiopolis, no ocurrió y difícilmente ocurrirá, al menos por ahora.

Ambas expresiones son, sin duda, lamentables. No se puede uno investir como adalid de la libertad y, cuando el caído es del bando contrario, hacer gala de torquemadismo. Eso no se refleja compromiso con la libre expresión de ideas, sino sectarismo que es, justamente, señal de aversión a que cada quien pueda decir lo que desee.

Resulta tan incongruente esa bipolaridad, como la de quienes, exigiendo libertad de prensa a los gobiernos, al mismo tiempo visitan, al inicio de cada ejercicio fiscal, a quienes encabezan las áreas de Comunicación Social en estos, para solicitar, cuando no exigir, contratos de publicidad, es decir, embute. En el campo periodístico, no se puede jugar con dos camisetas. O se es, o no se es.

Por otro lado, el sectarismo, además, refleja un terror de quien lo enarbola, abierta o vergonzantemente, por confrontar sus ideas y demostrar la superioridad de las mismas en el campo de los argumentos y las razones. Resulta más fácil -y deleznable, también- silenciar toda expresión divergente. La lluvia de ideas, libre y sin límites, hará triunfante, siempre, a quien hable con la verdad, más tarde o más temprano. Eso siembra pánico incontrolable en muchos, especialmente políticos.

En lo personal, este columnista considera que no debe haber límite alguno para la expresión de las ideas, salvo el de no hacer apología del delito, porque la libertad, per se, debe conducir sus acciones a la mejora de la sociedad, no a su pudrición. De ahí en fuera, cualquiera debe poder manifestar sus pensamientos y argumentos. Proceso pierde, sin duda, riqueza y pluralidad sin Ackerman, Mejía y Rocha, porque, aún y cuando sus ideas sean oficialistas, deben tener derecho a expresarlas y a pelear, legítimamente, por convencer a la sociedad de que estas son correctas. De igual forma, si W Radio echa a Loret, trastocaría, irremediablemente, el crisol de voces que debe ser todo medio de comunicación, independientemente de las ideas políticas o sociales de sus dueños o directivos.

¿Y DÓNDE ESTABAN? La semana pasada, allá en Mexicali, el crimen de Danna Reyes, adolescente de 16 años, reverberó en la sociedad, que apenas había atestiguado el asesinato de otra joven, Genebit Godínez, aunque fueron muy distintos sus casos. Danna fue ultimada por sus compañeros de crimen. Por esto, llamó la atención ver que su madre y su hermana se apersonaban en el juicio, exigiendo justicia. Qué bien que la exijan, pero ¿dónde andaban cuando Danna se fue por malos caminos?

P.D.: "Si algo nos pasa, es que quieren callarnos"

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com