/ miércoles 9 de septiembre de 2020

Expediente Confidencial | ¿México Libre?

En memoria de los 3295 bajacalifornianas y bajacalifornianos que (oficialmente) han perdido la vida debido al Covid-19 y a la ineptitud y corrupción de las autoridades de salud, federales y estatales

Es lógico pensar que, detrás de la negativa del INE a concederle el registro a México Libre, el partido de Felipe Calderón y Margarita Zavala, existen razones políticas, más que jurídicas.

Es cierto que al PAN era al que menos convenía el surgimiento de México Libre, pero dudo mucho que brotara un torrente de panistas hacia el partido del ex presidente y su cónyuge.

El calderonismo, aquel grupo que orbitaba en torno a la ex pareja presidencial de Felipe de Jesús y Margarita, prácticamente ha desaparecido del PAN. Los apóstoles calderonistas ya no están ahí. Algunos, como Ernesto Cordero y Javier Lozano, porque renunciaron formalmente y hasta apoyaron al candidato del PRI en las pasadas elecciones presidenciales. Otros, como Roberto Gil o Salvador Vega, se diluyeron y ahora son unos don nadie.

Sin embargo, lo que si podía propiciar México Libre era una merma de votos para el PAN en sus territorios. Merma que, obviamente, no le iba a dar triunfos al partido de los Calderón, pero si le generaría derrotas al panismo, pues, con esa quita, Morena y sus aliados podrían darle alcance en lugares como Querétaro, Aguascalientes o Yucatán. Es decir que, el problema para el PAN es que México Libre no mojaba, pero empapaba.

A la larga, México Libre se iba a convertir en un quiste para la derecha, en una versión mexicana de lo que ocurre en España con Ciudadanos y Vox, que ni comen, ni dejan comer al PP. Ahora, el PP los necesita para gobernar -por ejemplo, en Madrid- y, sin embargo, le impiden ganar elecciones nacionales, pues divide los votos opositores.

Por ello, si operó para impedir la existencia de México Libre, dándole más peso a su animadversión contra Calderón -que es mutua-, el presidente López Obrador se pegó un balazo en el pie. Calderón podía ser su mejor arma para atomizar a la oposición y, con ello, dinamitar cualquier posibilidad de victoria ante Morena, ya sea porque le ‘robara’ votos, o porque impidiera su unión. Imposible visualizar la foto de Calderón alzando la mano de Marko Cortés y Dante Delgado, para ir, juntos, contra López Obrador, a menos, claro, que accedieran a ese suicidio que representa postular a Margarita Zavala, quien, como ya se vio en 2018, no despertaría las simpatías ni de la colonia Las Águilas, donde viven ella y su marido.

Esa es la razón por la cual este columnista se halla seguro de que, al final, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación dará luz verde a México Libre: si hay alguien a quien le conviene que el partido de los Calderón aparezca en la boleta, ese es a López Obrador.

Sin embargo, nadie más desautorizado para hablar de juego sucio político, de operaciones subrepticias para truncar -y trucar- la competencia electoral que Calderón, quien definió su cuestionable “triunfo” de 2006 acuñando la frase “haiga sido como haiga sido”, arrebato de cinismo y desfachatez que se inscribió en los anales -de anal- de la posteridad política mexicana…

Cualquiera que se haya detenido a revisar la vida política de Calderón, sabe que, tras la muerte de Carlos Castillo Peraza, su mentor, Felipe de Jesús encontró un nuevo faro: el presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez.

Paso a paso, Calderón ha querido imitar la receta uribista, huérfano, como se quedó en 2000, de padrino e ideario. Del uribismo procede su “guerra contra el narco”, como imitación de la “guerra contra las FARC”. Al llegar a la presidencia, sin legitimidad, carcomido por sus propias expresiones y modos -como el “haiga sido como haiga sido”-, por su estrategia binaria del “todo o nada”, que luego le llevaría a perder lo que tuvo, Calderón creyó poder emular lo que Uribe hizo en Colombia, cuando el mandatario del país cafetalero llegó a tener 80% de aprobación, tras irse contra las FARC.

Pero había una diferencia; mientras las FARC eran un enemigo nacional, unitario, totalmente identificado, odiado y sufrido por la inmensa mayoría de colombianos, “el narco”, así, en abstracto, no existía. El narcotráfico era un problema con dos características que lo hacían absolutamente distinto, si no en fondo, si en forma, respecto a las FARC: atomización -varias bandas que, a la vez, pelean entre si- y gradualidad territorial -el narco era un gran problema en el norte y a lo largo del Pacífico, pero no en Puebla, Aguascalientes, Campeche o la propia CDMX-. Por ello, pretender enfrentar al narco con la estrategia de Uribe y suponer que se acabaría como Uribe, demuestra un rasgo distintivo de los políticos mexicanos y que, en el caso de Calderón, es su alfa y omega: su soberbia es proporcional a su idiotez.

Calderón, obviamente, no acabó como Uribe, pero, en su imaginario personal, así fue. En la miopía que le produce esa soberbia tan consustancial a su personalidad, Felipe de Jesús cree que es un fenómeno político y, por ello, como Vasconcelos en su día, piensa que, a su señal, millones de mexicanos alzarán su voz y puño contra el gobierno. Y por eso, igual que el autor de Prometeo vencedor, cada vez está más solo. Error de cálculo.

Sin embargo, Felipe de Jesús sigue emulando al colombiano. Al igual que este, impedidos ambos constitucionalmente de retomar el poder por su propia mano, Calderón ha intentado extrapolar sus ambiciones en otros. Inicialmente, Felipe de Jesús buscó una ruta idéntica a la de Uribe, quien impulsó a un par de cualquieras -los Ivanes, Zuluaga y Duque-, para que alcanzaran carretadas de votos por ser “sus” candidatos y vislumbrarse que, de facto, gobernaría a través de ellos. Algo así como una versión colombiana de “Juanito”.

Calderón quiso impulsar a Juan Camilo Mouriño. Pero, en algún lugar de un gran país -Duncan Dhu dixit- ordenaron derretir las alas de su Ícaro y hacerlo caer, por pretender alcanzar un sol que ya estaba escriturado para un tal Enrique Peña Nieto…

Como las “turbulencias” -políticas, pues las otras son inverosímiles- hicieron caer a su ‘delfín’, Calderón busco, desde entonces, hacer ese traslado de su presunto capital político a su cónyuge, marcando una diferencia mínima con Uribe: para ambos, las mujeres son objetos, pero mientras para Álvaro lo fueron sexuales -he ahí las acusaciones en su contra por ultraje-, para Felipe su esposa lo es en sentido político. También tiene que ver con sus vicios: el sexo femenino ha sido el de Uribe, mientras que el de Calderón es el alcohol. Uribe jamás le trasladaría su capital político a quienes son el fetiche de su mayor vicio. Calderón no tiene ese problema.

Pero si México Libre llega a existir, solamente servirá para dividir a la oposición y perpetuar a un grupo que ha buscado disfrazar su desvergüenza de pragmatismo y su ambición de patriotismo. Con Morena en el poder, no puede haber un México libre. Y el México Libre de Calderón solamente puede contribuir al fortalecimiento y perpetuación del morenismo…

P.D.: "Si algo nos pasa, es que quieren callarnos"

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com

En memoria de los 3295 bajacalifornianas y bajacalifornianos que (oficialmente) han perdido la vida debido al Covid-19 y a la ineptitud y corrupción de las autoridades de salud, federales y estatales

Es lógico pensar que, detrás de la negativa del INE a concederle el registro a México Libre, el partido de Felipe Calderón y Margarita Zavala, existen razones políticas, más que jurídicas.

Es cierto que al PAN era al que menos convenía el surgimiento de México Libre, pero dudo mucho que brotara un torrente de panistas hacia el partido del ex presidente y su cónyuge.

El calderonismo, aquel grupo que orbitaba en torno a la ex pareja presidencial de Felipe de Jesús y Margarita, prácticamente ha desaparecido del PAN. Los apóstoles calderonistas ya no están ahí. Algunos, como Ernesto Cordero y Javier Lozano, porque renunciaron formalmente y hasta apoyaron al candidato del PRI en las pasadas elecciones presidenciales. Otros, como Roberto Gil o Salvador Vega, se diluyeron y ahora son unos don nadie.

Sin embargo, lo que si podía propiciar México Libre era una merma de votos para el PAN en sus territorios. Merma que, obviamente, no le iba a dar triunfos al partido de los Calderón, pero si le generaría derrotas al panismo, pues, con esa quita, Morena y sus aliados podrían darle alcance en lugares como Querétaro, Aguascalientes o Yucatán. Es decir que, el problema para el PAN es que México Libre no mojaba, pero empapaba.

A la larga, México Libre se iba a convertir en un quiste para la derecha, en una versión mexicana de lo que ocurre en España con Ciudadanos y Vox, que ni comen, ni dejan comer al PP. Ahora, el PP los necesita para gobernar -por ejemplo, en Madrid- y, sin embargo, le impiden ganar elecciones nacionales, pues divide los votos opositores.

Por ello, si operó para impedir la existencia de México Libre, dándole más peso a su animadversión contra Calderón -que es mutua-, el presidente López Obrador se pegó un balazo en el pie. Calderón podía ser su mejor arma para atomizar a la oposición y, con ello, dinamitar cualquier posibilidad de victoria ante Morena, ya sea porque le ‘robara’ votos, o porque impidiera su unión. Imposible visualizar la foto de Calderón alzando la mano de Marko Cortés y Dante Delgado, para ir, juntos, contra López Obrador, a menos, claro, que accedieran a ese suicidio que representa postular a Margarita Zavala, quien, como ya se vio en 2018, no despertaría las simpatías ni de la colonia Las Águilas, donde viven ella y su marido.

Esa es la razón por la cual este columnista se halla seguro de que, al final, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación dará luz verde a México Libre: si hay alguien a quien le conviene que el partido de los Calderón aparezca en la boleta, ese es a López Obrador.

Sin embargo, nadie más desautorizado para hablar de juego sucio político, de operaciones subrepticias para truncar -y trucar- la competencia electoral que Calderón, quien definió su cuestionable “triunfo” de 2006 acuñando la frase “haiga sido como haiga sido”, arrebato de cinismo y desfachatez que se inscribió en los anales -de anal- de la posteridad política mexicana…

Cualquiera que se haya detenido a revisar la vida política de Calderón, sabe que, tras la muerte de Carlos Castillo Peraza, su mentor, Felipe de Jesús encontró un nuevo faro: el presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez.

Paso a paso, Calderón ha querido imitar la receta uribista, huérfano, como se quedó en 2000, de padrino e ideario. Del uribismo procede su “guerra contra el narco”, como imitación de la “guerra contra las FARC”. Al llegar a la presidencia, sin legitimidad, carcomido por sus propias expresiones y modos -como el “haiga sido como haiga sido”-, por su estrategia binaria del “todo o nada”, que luego le llevaría a perder lo que tuvo, Calderón creyó poder emular lo que Uribe hizo en Colombia, cuando el mandatario del país cafetalero llegó a tener 80% de aprobación, tras irse contra las FARC.

Pero había una diferencia; mientras las FARC eran un enemigo nacional, unitario, totalmente identificado, odiado y sufrido por la inmensa mayoría de colombianos, “el narco”, así, en abstracto, no existía. El narcotráfico era un problema con dos características que lo hacían absolutamente distinto, si no en fondo, si en forma, respecto a las FARC: atomización -varias bandas que, a la vez, pelean entre si- y gradualidad territorial -el narco era un gran problema en el norte y a lo largo del Pacífico, pero no en Puebla, Aguascalientes, Campeche o la propia CDMX-. Por ello, pretender enfrentar al narco con la estrategia de Uribe y suponer que se acabaría como Uribe, demuestra un rasgo distintivo de los políticos mexicanos y que, en el caso de Calderón, es su alfa y omega: su soberbia es proporcional a su idiotez.

Calderón, obviamente, no acabó como Uribe, pero, en su imaginario personal, así fue. En la miopía que le produce esa soberbia tan consustancial a su personalidad, Felipe de Jesús cree que es un fenómeno político y, por ello, como Vasconcelos en su día, piensa que, a su señal, millones de mexicanos alzarán su voz y puño contra el gobierno. Y por eso, igual que el autor de Prometeo vencedor, cada vez está más solo. Error de cálculo.

Sin embargo, Felipe de Jesús sigue emulando al colombiano. Al igual que este, impedidos ambos constitucionalmente de retomar el poder por su propia mano, Calderón ha intentado extrapolar sus ambiciones en otros. Inicialmente, Felipe de Jesús buscó una ruta idéntica a la de Uribe, quien impulsó a un par de cualquieras -los Ivanes, Zuluaga y Duque-, para que alcanzaran carretadas de votos por ser “sus” candidatos y vislumbrarse que, de facto, gobernaría a través de ellos. Algo así como una versión colombiana de “Juanito”.

Calderón quiso impulsar a Juan Camilo Mouriño. Pero, en algún lugar de un gran país -Duncan Dhu dixit- ordenaron derretir las alas de su Ícaro y hacerlo caer, por pretender alcanzar un sol que ya estaba escriturado para un tal Enrique Peña Nieto…

Como las “turbulencias” -políticas, pues las otras son inverosímiles- hicieron caer a su ‘delfín’, Calderón busco, desde entonces, hacer ese traslado de su presunto capital político a su cónyuge, marcando una diferencia mínima con Uribe: para ambos, las mujeres son objetos, pero mientras para Álvaro lo fueron sexuales -he ahí las acusaciones en su contra por ultraje-, para Felipe su esposa lo es en sentido político. También tiene que ver con sus vicios: el sexo femenino ha sido el de Uribe, mientras que el de Calderón es el alcohol. Uribe jamás le trasladaría su capital político a quienes son el fetiche de su mayor vicio. Calderón no tiene ese problema.

Pero si México Libre llega a existir, solamente servirá para dividir a la oposición y perpetuar a un grupo que ha buscado disfrazar su desvergüenza de pragmatismo y su ambición de patriotismo. Con Morena en el poder, no puede haber un México libre. Y el México Libre de Calderón solamente puede contribuir al fortalecimiento y perpetuación del morenismo…

P.D.: "Si algo nos pasa, es que quieren callarnos"

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com