/ miércoles 6 de octubre de 2021

Expediente Confidencial | Radicalismo suicida

El mundo vive inmerso en un maratón de radicalismo, donde la moderación y, sobre todo, el librepensamiento, no solamente resultan objetos despreciables, sino hasta motivo de persecución, como fiel reflejo de una época donde la política y el ánimo público están por la labor de hallar trincheras y no razones.

Y cada quien con su cada cual. Una izquierda radical, más maoísta que Mao, pide aplicarle la ‘cultura de la cancelación’ a todo aquel osado que se atreva a pensar diferente y cuestione, sobre todo, a sus patrocinadores, particularmente la dictadura china y el narcotráfico. Porque, ya se sabe, esta “nueva” izquierda enfurece ante los oligarcas… salvo que se llamen Jeff Bezos o Bill Gates y sean sus mecenas.

Pero al otro lado existe una derecha radical, cuya estupidez está llevando al mundo hacia un abismo sanitario cuyo fondo, por ahora, no es distinguible.

En una pandemia cuyas vueltas de tuerca son cada vez más sombrías, los alt-right se han convertido en uno de los mejores aliados del Covid-19.

Su rechazo a la idea de que el Covid-19 existe y, por ende, a vacunarse, utilizar cubrebocas o dejar que sus hijas e hijos los lleven, particularmente, en escuelas, está resultando suicida para ellos y homicida para todos.

Suicida porque, al final del día, ellos y sus familias acaban siendo carne de hospital, dejando más exhaustas, si cabe, a las fuerzas sanitarias, humanas y materiales, que hay para luchar contra el virus.

Homicida, porque su negativa contribuye a mantener el caldo de cultivo que han sido todas las irresponsabilidades y negligencias de los gobiernos ante el virus, dando más variantes a luz y haciendo imposible encontrarle el punto final a este galimatías, generando más sufrimiento y muertes de inocentes, de quienes sí se cuidan.

¿Y por qué lo hacen? Porque los alt-right conceptualizan a la pandemia como una guerra mundial, que la izquierda mundial ha enfilado contra ellos.

En este punto, se dividen en dos: los que creen, de plano, que el virus no existe y es un arma psicológica para tener a la población “aterrada” (sic), por lo que los hospitales saturados son un montaje y los muertos por Covid-19 realmente han fallecido de otras causas. Este grupúsculo, afortunadamente, cada vez es menor. Y también están quienes conceden la existencia del virus, pero se niegan a las restricciones (aforos limitados, cubrebocas, cierres de establecimientos), por considerar que van contra “las libertades” (¿cuáles? ¿la de suicidio?).

Ambos grupos creen que el objetivo final es inocularles una vacuna a través de la cual van a controlarlos y hacerlos afines a la ideología roja. Por ende, ven al cubrebocas como un “bozal”, que representa el silenciamiento de la divergencia.

Ideología digna de seres iletrados y fanáticos.

Suponiendo que toda esa fantasía sea verdad, pues la izquierda mundial metió un golazo y es poco lo que podría hacerse. El virus está ahí afuera y, de momento, las vacunas son la única forma de medio hacerle frente. Si alguien no se vacuna, pues se enferma y se muere. Negar la realidad no cambia esta. Las realidades se asumen, a fin de plantarles cara y darles la vuelta.

Y para satisfacer a esa grey de fanáticos y que sigan votando por su partido en las siguientes elecciones, los gobernadores de Florida y Texas, Ron DeSantis y Greg Abbott, respectivamente, han rechazado el uso de cubrebocas y, en general, se han subido, gustosos, a la guerra alt-right contra el virus que, más bien, es una especie de suicidio colectivo, bajo la premisa “primero muerto, antes que caer en las garras enemigas”.

DeSantis llegó al extremo criminal de amagar con retener el sueldo de los funcionarios escolares que obligaran a las y los estudiantes a ponerse cubrebocas. Es decir, o niegas lo que dice la ciencia, porque así lo pide mi grey de fanáticos, o te castigo.

Abbott dio positivo a Covid-19 en agosto y, con ello, se convirtió en desmentido de la propia mentira de sus seguidores más fanáticos.

Y no es que cerremos los ojos ante las evidencias. El origen del Covid-19 no está claro y, obviamente, no se puede confiar en la versión de una dictadura sin respeto por la democracia, ni los derechos humanos, como es el gobierno chino de Xi Jinping.

Pero una cosa es ser puntual en eso y otra ser suicida.

La pandemia, algún día, se habrá de controlar. Ese día no será tan cercano como anuncian y desean los políticos, pero llegará, aunque lo más probable es que tarde años. Por desgracia, la epidemia de radicalismo, que también ha enfermado al mundo, está más lejos aún de remitir y su única cura, que es librepensamiento, es ampliamente rechazada. Porque, para ser radical, de izquierda o derecha, es indispensable haber desconectado el cerebro.

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com

El mundo vive inmerso en un maratón de radicalismo, donde la moderación y, sobre todo, el librepensamiento, no solamente resultan objetos despreciables, sino hasta motivo de persecución, como fiel reflejo de una época donde la política y el ánimo público están por la labor de hallar trincheras y no razones.

Y cada quien con su cada cual. Una izquierda radical, más maoísta que Mao, pide aplicarle la ‘cultura de la cancelación’ a todo aquel osado que se atreva a pensar diferente y cuestione, sobre todo, a sus patrocinadores, particularmente la dictadura china y el narcotráfico. Porque, ya se sabe, esta “nueva” izquierda enfurece ante los oligarcas… salvo que se llamen Jeff Bezos o Bill Gates y sean sus mecenas.

Pero al otro lado existe una derecha radical, cuya estupidez está llevando al mundo hacia un abismo sanitario cuyo fondo, por ahora, no es distinguible.

En una pandemia cuyas vueltas de tuerca son cada vez más sombrías, los alt-right se han convertido en uno de los mejores aliados del Covid-19.

Su rechazo a la idea de que el Covid-19 existe y, por ende, a vacunarse, utilizar cubrebocas o dejar que sus hijas e hijos los lleven, particularmente, en escuelas, está resultando suicida para ellos y homicida para todos.

Suicida porque, al final del día, ellos y sus familias acaban siendo carne de hospital, dejando más exhaustas, si cabe, a las fuerzas sanitarias, humanas y materiales, que hay para luchar contra el virus.

Homicida, porque su negativa contribuye a mantener el caldo de cultivo que han sido todas las irresponsabilidades y negligencias de los gobiernos ante el virus, dando más variantes a luz y haciendo imposible encontrarle el punto final a este galimatías, generando más sufrimiento y muertes de inocentes, de quienes sí se cuidan.

¿Y por qué lo hacen? Porque los alt-right conceptualizan a la pandemia como una guerra mundial, que la izquierda mundial ha enfilado contra ellos.

En este punto, se dividen en dos: los que creen, de plano, que el virus no existe y es un arma psicológica para tener a la población “aterrada” (sic), por lo que los hospitales saturados son un montaje y los muertos por Covid-19 realmente han fallecido de otras causas. Este grupúsculo, afortunadamente, cada vez es menor. Y también están quienes conceden la existencia del virus, pero se niegan a las restricciones (aforos limitados, cubrebocas, cierres de establecimientos), por considerar que van contra “las libertades” (¿cuáles? ¿la de suicidio?).

Ambos grupos creen que el objetivo final es inocularles una vacuna a través de la cual van a controlarlos y hacerlos afines a la ideología roja. Por ende, ven al cubrebocas como un “bozal”, que representa el silenciamiento de la divergencia.

Ideología digna de seres iletrados y fanáticos.

Suponiendo que toda esa fantasía sea verdad, pues la izquierda mundial metió un golazo y es poco lo que podría hacerse. El virus está ahí afuera y, de momento, las vacunas son la única forma de medio hacerle frente. Si alguien no se vacuna, pues se enferma y se muere. Negar la realidad no cambia esta. Las realidades se asumen, a fin de plantarles cara y darles la vuelta.

Y para satisfacer a esa grey de fanáticos y que sigan votando por su partido en las siguientes elecciones, los gobernadores de Florida y Texas, Ron DeSantis y Greg Abbott, respectivamente, han rechazado el uso de cubrebocas y, en general, se han subido, gustosos, a la guerra alt-right contra el virus que, más bien, es una especie de suicidio colectivo, bajo la premisa “primero muerto, antes que caer en las garras enemigas”.

DeSantis llegó al extremo criminal de amagar con retener el sueldo de los funcionarios escolares que obligaran a las y los estudiantes a ponerse cubrebocas. Es decir, o niegas lo que dice la ciencia, porque así lo pide mi grey de fanáticos, o te castigo.

Abbott dio positivo a Covid-19 en agosto y, con ello, se convirtió en desmentido de la propia mentira de sus seguidores más fanáticos.

Y no es que cerremos los ojos ante las evidencias. El origen del Covid-19 no está claro y, obviamente, no se puede confiar en la versión de una dictadura sin respeto por la democracia, ni los derechos humanos, como es el gobierno chino de Xi Jinping.

Pero una cosa es ser puntual en eso y otra ser suicida.

La pandemia, algún día, se habrá de controlar. Ese día no será tan cercano como anuncian y desean los políticos, pero llegará, aunque lo más probable es que tarde años. Por desgracia, la epidemia de radicalismo, que también ha enfermado al mundo, está más lejos aún de remitir y su única cura, que es librepensamiento, es ampliamente rechazada. Porque, para ser radical, de izquierda o derecha, es indispensable haber desconectado el cerebro.

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com