/ martes 20 de octubre de 2020

Expediente Confidencial | Razones para la victoria del PRI en Hidalgo y Coahuila

En memoria de los 3763 bajacalifornianas y bajacalifornianos que (oficialmente) han perdido la vida debido al Covid-19. Dedicado este texto también a todo el personal sanitario que se la está jugando, a diario. Y recordando que en TIJUANA MUEREN 22 DE CADA 100 ENFERMOS DE Covid-19, 11 VECES MÁS QUE EN SAN DIEGO


Aunque las encuestas han dado la apariencia de que una elección se puede predecir, la realidad es que unos comicios son siempre impredecibles.

Máxime en estos tiempos, donde las encuestadoras se venden al mejor postor, dibujando las preferencias electorales al gusto del cliente. Y no nada más en México. Ahí está lo del ‘Brexit’, el plebiscito sobre los acuerdos con la guerrilla en Colombia. En nuestro país, los ejemplos de encuestas ‘cuchareadas’ sobran.

Los triunfos del PRI en Hidalgo y Coahuila, sin embargo, son armónicos con las tendencias históricas de voto que tenemos las mexicanas y los mexicanos.

Desde que existen mínimas condiciones democráticas, México es prodigo en los llamados votos de castigo. Cuando un gobierno está haciendo mal las cosas, sale la ciudadanía y lo castiga con sonoras derrotas. PAN y PRD crecieron electoralmente tras la crisis económica de 1994-1995 y la medida zedillista de aumentar el IVA. La ola peñista creció hasta entrar a Los Pinos merced al sangriento sexenio de Felipe Calderón y su fallida, improvisada, petulante, injustificada e improvisada estrategia de seguridad. López Obrador no arrasó en los sondeos hasta que vino el ‘mega gasolinazo’ de Peña, a inicios de 2017.

Y cuando no hubo democracia, también había señales de esos votos de castigo: los triunfos robados a Cuauhtémoc Cárdenas, Francisco Barrio o Salvador Nava.

Así que lo del domingo no debiera extrañar. Era lógico que Morena iba a sufrir un voto de castigo. Su manejo de la pandemia ha sido pésimo, ocultando cifras y haciendo todo lo posible por minimizarlas -por ejemplo, no hacer pruebas masivas, como se hace en el primer mundo, para que no contabilizar más casos-. El ‘Culiacanazo’ tampoco iba a ser olvidado. La nula respuesta a los reclamos de justicia por parte de las mujeres, a pesar del estruendo catártico de 8 y 9-M. El abandono cruel a las niñas y los niños con cáncer, dejándolos sin medicamento, a su suerte, rumbo a una muerte segura. El presidente, traicionando su propio discurso de “por encima de la ley, nadie”, al concederle impunidad a su hermano. O arropando a un delincuente en todas sus letras, como Bartlett.

López Obrador se sintió Dios, respaldado por un grupo de corifeos a sueldo, como el lamentable y rastrero ‘Lord Molécula’; por una cauda de ‘bots’ que cada día se iban quedando más solos como únicas voces favorables al presidente en redes. La soberbia del mandatario hizo que se alejaran los centrados, los que mejor podían aconsejarlo. Con Urzúa empezó la hemorragia de abandonos. Se quedaron los fanáticos, como Irma Eréndira y su marido, como Jesús Ramírez, como Jenaro Villamil, como Sanjuana Martínez, que estarán ahí mientras López Obrador sea su garantía para vivir becados, trabajando poco y viviendo como reyes. Ese coro de fieles, ante cualquier crítica, soltaban “al presidente lo apoyan 30 millones de mexicanos”. Desde ayer, los morenistas deben preguntarse, como en la ronda infantil de los perritos, cuántos quedan.

Pese a estar muy lejos de la pubertad, López Obrador mostró la inmadurez de un quinceañero al que le dan poder. Expresiones lamentables como “Ahí están las masacres, je, je, je”, se convirtieron en heridas auto infringidas, por las cuales Morena dejaba caer hilos de sangre guinda. Tanta fue la hemorragia que el PRI, con todo y el show de Lozoya, con todo y la reciente captura de Cienfuegos, en la tierra de los Moreira, ganó por knock out.

El morenismo no entendió su propia victoria, como lo muestra su desconocimiento de que la ciudadanía mexicana, políticamente, es coyuntural. López Portillo y su corte imperial fueron corruptos como los que más, pero la oposición no pintó, más allá de sus bastiones. En cambio, Clouthier y Cárdenas cimbraron al sistema, seis años después, catalizando la indignación de un pueblo famélico por las políticas económicas delamadridistas y el rechazo a su instrumentador, el propio Carlos Salinas. La corrupción, electoralmente hablando, no vende en México. Lo que si vende es el drama de turno que enfrentan las mexicanas y los mexicanos: crisis económicas, de seguridad, o de salud, como ahora pasa con el Covid-19. Al final del día, la ciudadanía sabe que corruptos todos son. Así que votan por el corrupto que les va a solucionar el problema del momento. Para más inri, los videos de Pío y la indulgencia de López Obrador hacia su hermano, dejaron en claro que corrupción también hay en Morena.

Algún cínico dirá que Morena sacó las garras demasiado pronto y, con ello, perdió el encanto de todo nuevo régimen. Razón no le falta. Los gobiernos de los últimos 40 años, salvó el de Ernesto Zedillo, por la circunstancia que enfrentó, procuraban portarse muy bien en su primer año y, si se podía, dos. En el caso de Salinas, que era un prestidigitador y hábil ‘showman’, la buena conducta duró medio sexenio. En ese lapso, para animar el ambiente, caían peces gordos: Díaz Serrano, el “Negro” Durazo, “La Quina”, Raúl Salinas, Elba. En contraste, ensorbecidos por su contundente triunfo de 2018, sin parangón en la historia democrática mexicana, los morenistas llegaron a pisotear, a abusar, a burlarse, a servirse del poder. Ahí está la “primera dama”, prepotente con quienes pedían medicinas para las niñas y niños con cáncer.

¿Y por qué el voto de castigo se decantó hacia el PRI y no al PAN? Una de las reglas del PRI era que los ex presidentes se callaban y se borraban del mapa público, tras su sexenio. Esto permitía, entre otras cosas, que la población fuese olvidando sus tropelías. En contraste, los ex presidentes panistas buscan estar en primera línea, lo cual trae a la mente sus horrores, como si hubiesen ocurrido ayer. Fox y, sobre todo, Calderón, en su obsesión por encumbrar a su esposa como presidenta, batalla inviable y cínica, se hacen imposibles de olvidar.

De igual forma, el PAN parece preocupado únicamente por los temas que afectan a los potentados, a los ricos que alguna vez benefició. Quizás es porque son sus patrocinadores o, al menos, los de sus líderes. Es notable la forma en que Marko Cortés, sus legisladores federales y gobernadores, se desgarran las vestiduras en temas como la cancelación de publicidad oficial a la revista Nexos -indudablemente filopanista-, la generación de energía por parte de la iniciativa privada o la persecución de evasores fiscales, mientras guardan ominoso silencio ante el reclamo de justicia efectuado por las mujeres, o la falta de empleos bien pagados. El PAN se volvió un partido adicto a los ricos y, por ello, su votación es igual al porcentaje de clase alta que existe en Coahuila -un 10%- e Hidalgo -5%-. Solamente votan por el PAN los que se sienten representados por ese partido. Luego, el panismo está años luz alejado de temas que, gusten o no, interesan a la juventud, como el aborto o las bodas gays. A ello se debe, también, que el panismo no tenga su Inés Arrimadas o su Gloria Álvarez y sus voces ‘de peso’ sean todavía Ruffo o Corral, que ya están más vistos que el negro en un vestido de noche.

En vez de transitar a ser un partido derechista liberal, como Ciudadanos o el PSDB brasileño, el PAN quiere ser una calca del Partido Republicano estadounidense, con lo cual retendrá, sin duda, el Bajío o Yucatán, y tal vez recupere Puebla, pero ahí se estancará. En ese sentido, el PRI representa a un espectro más amplio de clases sociales, desde el empresario rico que busca una oposición eficiente a López Obrador, hasta el pobre que sabe que, chueco o derecho, los priistas jamás dejarán de llevarle su despensa. Y los tricolores son mucho más dúctiles en los temas progresistas. Los guardan en el cajón en estados conservadores. Los airean en sitios liberales.

Decir que el PRI ha vuelto es un sinsentido. El PRI nunca se va. Lo de Coahuila e Hidalgo servirá para que los gobernadores priistas de Colima, San Luis Potosí, Tlaxcala y, sobre todo, la gobernadora de Sonora, se motiven a pelear con todo para no entregarle sus estados a Morena. Ya vieron que si se puede. En cuanto al PAN, entre más tarde en renovar a sus dirigentes, puntales, caras e ideas, más tardará en tocar el fondo del pozo y empezar la vuelta. A Morena solamente le queda esperar que López Obrador cambie, dado que su partido es, más bien, una orquesta en torno a él. Aunque no estaría de más que, por supervivencia, los morenistas, en lo individual, hicieran un cambio, comenzando en dejar el tono de perdonavidas con el que van por la existencia.

P.D.: "Si algo nos pasa, es que quieren callarnos"

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com

En memoria de los 3763 bajacalifornianas y bajacalifornianos que (oficialmente) han perdido la vida debido al Covid-19. Dedicado este texto también a todo el personal sanitario que se la está jugando, a diario. Y recordando que en TIJUANA MUEREN 22 DE CADA 100 ENFERMOS DE Covid-19, 11 VECES MÁS QUE EN SAN DIEGO


Aunque las encuestas han dado la apariencia de que una elección se puede predecir, la realidad es que unos comicios son siempre impredecibles.

Máxime en estos tiempos, donde las encuestadoras se venden al mejor postor, dibujando las preferencias electorales al gusto del cliente. Y no nada más en México. Ahí está lo del ‘Brexit’, el plebiscito sobre los acuerdos con la guerrilla en Colombia. En nuestro país, los ejemplos de encuestas ‘cuchareadas’ sobran.

Los triunfos del PRI en Hidalgo y Coahuila, sin embargo, son armónicos con las tendencias históricas de voto que tenemos las mexicanas y los mexicanos.

Desde que existen mínimas condiciones democráticas, México es prodigo en los llamados votos de castigo. Cuando un gobierno está haciendo mal las cosas, sale la ciudadanía y lo castiga con sonoras derrotas. PAN y PRD crecieron electoralmente tras la crisis económica de 1994-1995 y la medida zedillista de aumentar el IVA. La ola peñista creció hasta entrar a Los Pinos merced al sangriento sexenio de Felipe Calderón y su fallida, improvisada, petulante, injustificada e improvisada estrategia de seguridad. López Obrador no arrasó en los sondeos hasta que vino el ‘mega gasolinazo’ de Peña, a inicios de 2017.

Y cuando no hubo democracia, también había señales de esos votos de castigo: los triunfos robados a Cuauhtémoc Cárdenas, Francisco Barrio o Salvador Nava.

Así que lo del domingo no debiera extrañar. Era lógico que Morena iba a sufrir un voto de castigo. Su manejo de la pandemia ha sido pésimo, ocultando cifras y haciendo todo lo posible por minimizarlas -por ejemplo, no hacer pruebas masivas, como se hace en el primer mundo, para que no contabilizar más casos-. El ‘Culiacanazo’ tampoco iba a ser olvidado. La nula respuesta a los reclamos de justicia por parte de las mujeres, a pesar del estruendo catártico de 8 y 9-M. El abandono cruel a las niñas y los niños con cáncer, dejándolos sin medicamento, a su suerte, rumbo a una muerte segura. El presidente, traicionando su propio discurso de “por encima de la ley, nadie”, al concederle impunidad a su hermano. O arropando a un delincuente en todas sus letras, como Bartlett.

López Obrador se sintió Dios, respaldado por un grupo de corifeos a sueldo, como el lamentable y rastrero ‘Lord Molécula’; por una cauda de ‘bots’ que cada día se iban quedando más solos como únicas voces favorables al presidente en redes. La soberbia del mandatario hizo que se alejaran los centrados, los que mejor podían aconsejarlo. Con Urzúa empezó la hemorragia de abandonos. Se quedaron los fanáticos, como Irma Eréndira y su marido, como Jesús Ramírez, como Jenaro Villamil, como Sanjuana Martínez, que estarán ahí mientras López Obrador sea su garantía para vivir becados, trabajando poco y viviendo como reyes. Ese coro de fieles, ante cualquier crítica, soltaban “al presidente lo apoyan 30 millones de mexicanos”. Desde ayer, los morenistas deben preguntarse, como en la ronda infantil de los perritos, cuántos quedan.

Pese a estar muy lejos de la pubertad, López Obrador mostró la inmadurez de un quinceañero al que le dan poder. Expresiones lamentables como “Ahí están las masacres, je, je, je”, se convirtieron en heridas auto infringidas, por las cuales Morena dejaba caer hilos de sangre guinda. Tanta fue la hemorragia que el PRI, con todo y el show de Lozoya, con todo y la reciente captura de Cienfuegos, en la tierra de los Moreira, ganó por knock out.

El morenismo no entendió su propia victoria, como lo muestra su desconocimiento de que la ciudadanía mexicana, políticamente, es coyuntural. López Portillo y su corte imperial fueron corruptos como los que más, pero la oposición no pintó, más allá de sus bastiones. En cambio, Clouthier y Cárdenas cimbraron al sistema, seis años después, catalizando la indignación de un pueblo famélico por las políticas económicas delamadridistas y el rechazo a su instrumentador, el propio Carlos Salinas. La corrupción, electoralmente hablando, no vende en México. Lo que si vende es el drama de turno que enfrentan las mexicanas y los mexicanos: crisis económicas, de seguridad, o de salud, como ahora pasa con el Covid-19. Al final del día, la ciudadanía sabe que corruptos todos son. Así que votan por el corrupto que les va a solucionar el problema del momento. Para más inri, los videos de Pío y la indulgencia de López Obrador hacia su hermano, dejaron en claro que corrupción también hay en Morena.

Algún cínico dirá que Morena sacó las garras demasiado pronto y, con ello, perdió el encanto de todo nuevo régimen. Razón no le falta. Los gobiernos de los últimos 40 años, salvó el de Ernesto Zedillo, por la circunstancia que enfrentó, procuraban portarse muy bien en su primer año y, si se podía, dos. En el caso de Salinas, que era un prestidigitador y hábil ‘showman’, la buena conducta duró medio sexenio. En ese lapso, para animar el ambiente, caían peces gordos: Díaz Serrano, el “Negro” Durazo, “La Quina”, Raúl Salinas, Elba. En contraste, ensorbecidos por su contundente triunfo de 2018, sin parangón en la historia democrática mexicana, los morenistas llegaron a pisotear, a abusar, a burlarse, a servirse del poder. Ahí está la “primera dama”, prepotente con quienes pedían medicinas para las niñas y niños con cáncer.

¿Y por qué el voto de castigo se decantó hacia el PRI y no al PAN? Una de las reglas del PRI era que los ex presidentes se callaban y se borraban del mapa público, tras su sexenio. Esto permitía, entre otras cosas, que la población fuese olvidando sus tropelías. En contraste, los ex presidentes panistas buscan estar en primera línea, lo cual trae a la mente sus horrores, como si hubiesen ocurrido ayer. Fox y, sobre todo, Calderón, en su obsesión por encumbrar a su esposa como presidenta, batalla inviable y cínica, se hacen imposibles de olvidar.

De igual forma, el PAN parece preocupado únicamente por los temas que afectan a los potentados, a los ricos que alguna vez benefició. Quizás es porque son sus patrocinadores o, al menos, los de sus líderes. Es notable la forma en que Marko Cortés, sus legisladores federales y gobernadores, se desgarran las vestiduras en temas como la cancelación de publicidad oficial a la revista Nexos -indudablemente filopanista-, la generación de energía por parte de la iniciativa privada o la persecución de evasores fiscales, mientras guardan ominoso silencio ante el reclamo de justicia efectuado por las mujeres, o la falta de empleos bien pagados. El PAN se volvió un partido adicto a los ricos y, por ello, su votación es igual al porcentaje de clase alta que existe en Coahuila -un 10%- e Hidalgo -5%-. Solamente votan por el PAN los que se sienten representados por ese partido. Luego, el panismo está años luz alejado de temas que, gusten o no, interesan a la juventud, como el aborto o las bodas gays. A ello se debe, también, que el panismo no tenga su Inés Arrimadas o su Gloria Álvarez y sus voces ‘de peso’ sean todavía Ruffo o Corral, que ya están más vistos que el negro en un vestido de noche.

En vez de transitar a ser un partido derechista liberal, como Ciudadanos o el PSDB brasileño, el PAN quiere ser una calca del Partido Republicano estadounidense, con lo cual retendrá, sin duda, el Bajío o Yucatán, y tal vez recupere Puebla, pero ahí se estancará. En ese sentido, el PRI representa a un espectro más amplio de clases sociales, desde el empresario rico que busca una oposición eficiente a López Obrador, hasta el pobre que sabe que, chueco o derecho, los priistas jamás dejarán de llevarle su despensa. Y los tricolores son mucho más dúctiles en los temas progresistas. Los guardan en el cajón en estados conservadores. Los airean en sitios liberales.

Decir que el PRI ha vuelto es un sinsentido. El PRI nunca se va. Lo de Coahuila e Hidalgo servirá para que los gobernadores priistas de Colima, San Luis Potosí, Tlaxcala y, sobre todo, la gobernadora de Sonora, se motiven a pelear con todo para no entregarle sus estados a Morena. Ya vieron que si se puede. En cuanto al PAN, entre más tarde en renovar a sus dirigentes, puntales, caras e ideas, más tardará en tocar el fondo del pozo y empezar la vuelta. A Morena solamente le queda esperar que López Obrador cambie, dado que su partido es, más bien, una orquesta en torno a él. Aunque no estaría de más que, por supervivencia, los morenistas, en lo individual, hicieran un cambio, comenzando en dejar el tono de perdonavidas con el que van por la existencia.

P.D.: "Si algo nos pasa, es que quieren callarnos"

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com