/ martes 15 de septiembre de 2020

Expediente Confidencial | Septiembre: patria y mentira

En memoria de los 3354 bajacalifornianas y bajacalifornianos que (oficialmente) han perdido la vida debido al Covid-19 y a la ineptitud y corrupción de las autoridades de salud, federales y estatales

Septiembre ha sido históricamente mes de contrastes para México.

Son 30 días donde, supuestamente, se celebra a la patria, de la cual nada queda, si es que alguna vez hubo tal.

Son 30 días donde México ha festejado una independencia que, en los hechos, jamás ha existido, ni siquiera en la época prehispánica, cuando había dependencia mental hacia las deidades emanadas de la ignorancia. Son 30 días donde México perdió la mitad de su territorio, donde sufrió los dos terremotos más mortíferos de su historia.

Son 30 días donde el escape se ha convertido en lance falsamente heroico: desde el mito de Juan Escutia, envolviéndose en la bandera para suicidarse, antes que enfrentar la realidad -ese arrebato tan mexicano: escapar para no encarar la verdad-, hasta López Portillo nacionalizando los bancos y llorando lágrimas de cocodrilo en su último informe, antes que asumir sus culpas. Y es que septiembre, en si mismo, es eso: un mes donde no celebramos la independencia, sino la mentira.

Celebramos la mentira de una patria. Celebramos la mentira de que esa patria es independiente. Celebramos la mentira de que este es un mes para celebrar, cuando, en realidad, asistimos a un mausoleo. Lo único verdadero es que la fiesta septembrina es una gran mentira, que ha servido, eso sí, para que sobre la misma se cimienten regímenes políticos igualmente falaces.

Muchas mexicanas y muchos mexicanos celebran septiembre igualmente falseando su realidad. No podía ser de otra forma. Las mentiras solamente pueden celebrarse mintiendo ¿Quién ha visto a la verdad sentándose a la mesa del engaño? Así, tequila en mano, mexicanas y mexicanos obnubilan su cerebro, más de lo que ya lo tienen, para creer, por una noche, la que va del 15 al 16 de septiembre, no solamente que celebran la independencia de una patria, sin saber, muchos de ellos, en realidad, ni que es ser independiente, ni que es ser patriota. Pero es que desde ahí festejan la mentira: fingen que saben lo que no saben y eso, en México, es un “triunfo”. Como cuando alguien compra el certificado falso de la preparatoria o un título universitario que jamás obtuvo. Lo que no se sabe, se inventa. Y ya está.

Enervados por el alcohol, las mexicanas y los mexicanos fingen, esta noche, que tienen algo para celebrar, que su vida es feliz, que sus problemas no son tan grandes como para agobiarlos o, mejor aún, que ni siquiera existen. No hay problemas. Así, por decreto. Esa otra conducta tan mexicana: pensar que todo se resuelve por arte de magia. La “virgencita” hace “milagros”, el presidente en turno si va a “cambiar” al país, el nuevo futbolista de moda si logrará llevar al “Tri” al “quinto partido”. El esfuerzo, ordenado, planeado, responsable, no lleva a nada, en la psique mexicana. La eterna esperanza de las mexicanas y los mexicanos es ganarse la lotería, quizás ya no en modo literal, pero si figurado: tener sin merecer, tener sin esforzarse. Por eso, los ídolos de las nuevas generaciones son los narcotraficantes. No importa que sean unos cerdos que asesinan, violan y envenenan, sino que encarnan eso: el triunfo sin esfuerzo. El acceso a una vida de lujos y poder -los dos fetiches que más embelesan al mexicano-. Claro, mexicana y mexicano se caracterizan a si mismos como “esforzados”, como “trabajadores”, como “sacrificados”. Otra mentira. Una más en un país construido, hasta el tuétano, de falacias.

Ebrios, con tequila los más pudientes, con cerveza y Bacardi los que deben todo, se engañan a si mismos con una noche de escape. Si Juan Escutia escapó por la vía del suicidio y ahora es un “héroe”, si López Portillo escapó y llegó a ser presidente, mexicanas y mexicanos de a pie se sienten con derecho de escapar ellos también. Si “héroes” y gobernantes lo hacen, ¿por qué ellos no? Otra idea típica del mexicano: el mal comportamiento de un superior jerárquico es un aval para que ellos hagan lo propio. Todas las máximas mexicanas descansan, como siempre, en los antivalores. El buen quehacer nunca es acicate para la virtud, pero la mala acción siempre lo es para el vicio.

Y en esa noche de escape, “desaparecen” los problemas. El coctel de alcohol y comida mexicana “borra” los problemas. Ya no se deben las tarjetas, ni los electrodomésticos a Coppel, ni el sueldo es una aspirina económica cuyo efecto analgésico no llega a fin de mes. “Viva México, cabrones”. Una idea mexicana más: hablar con malas palabras es sinónimo de valentía y arrojo. Y otra: Escapar de los problemas es “resolverlos”. Un ejemplo típico: para “resolver” un matrimonio infeliz, las mexicanas y los mexicanos son infieles, en vez de divorciarse y reconstruir su vida con una pareja ajustada a sus necesidades y expectativas. No han entendido que la mejor forma de huir de los problemas es enfrentándolos.

A la mañana siguiente -o al mediodía, más bien-, el escape terminó. Mexicanas y mexicanos pueden correr todo lo que quieran delante de sus fantasmas, pero estos siempre habrán de alcanzarlos. Vienen la resaca, fisiológica, y el lamento, propio de la adolescencia moral en que habita permanentemente el mexicano, al ver que la procrastinación no resolvió nada. Al despertar, ahí seguían las deudas, el salario nimio, la vida familiar anegada, como el dinosaurio de Augusto Monterroso.

Pero la mentira es la forma de vida de las y los mexicanos. Es su elemento. Por eso, hoy se celebran héroes de mentira: Hidalgo, el “padre de la patria”, fue, en realidad, un cobarde o esquirol que pudo terminar la Guerra de Independencia en cuatro meses, pero se negó a tomar la Ciudad de México, ocasionando, con esa decisión, un conflicto de 11 años y muchas más vidas perdidas. El “héroe nacional” dice mucho de un país. Es su piedra angular. Y nosotros veneramos un falsario. Nos define.

Cuando alguien desee entender porque estamos donde estamos, porque tenemos al presidente que tenemos, porque vivimos como vivimos, solo tiene que mirar por el retrovisor: en nuestro pasado está la respuesta. Sin olvidar, claro, que todo ese camino se halla pavimentado con el asfalto de la ignorancia. Y es que, como los virus en la suciedad, solamente en la ignorancia pueden vivir, reproducirse y triunfar las mentiras y los mentirosos.

P.D.: "Si algo nos pasa, es que quieren callarnos"

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com



Escucha sobre el maíz mexicano en nuestro podcast ⬇️

Apple Podcasts

Google Podcasts

Spotify

Acast

Deezer

En memoria de los 3354 bajacalifornianas y bajacalifornianos que (oficialmente) han perdido la vida debido al Covid-19 y a la ineptitud y corrupción de las autoridades de salud, federales y estatales

Septiembre ha sido históricamente mes de contrastes para México.

Son 30 días donde, supuestamente, se celebra a la patria, de la cual nada queda, si es que alguna vez hubo tal.

Son 30 días donde México ha festejado una independencia que, en los hechos, jamás ha existido, ni siquiera en la época prehispánica, cuando había dependencia mental hacia las deidades emanadas de la ignorancia. Son 30 días donde México perdió la mitad de su territorio, donde sufrió los dos terremotos más mortíferos de su historia.

Son 30 días donde el escape se ha convertido en lance falsamente heroico: desde el mito de Juan Escutia, envolviéndose en la bandera para suicidarse, antes que enfrentar la realidad -ese arrebato tan mexicano: escapar para no encarar la verdad-, hasta López Portillo nacionalizando los bancos y llorando lágrimas de cocodrilo en su último informe, antes que asumir sus culpas. Y es que septiembre, en si mismo, es eso: un mes donde no celebramos la independencia, sino la mentira.

Celebramos la mentira de una patria. Celebramos la mentira de que esa patria es independiente. Celebramos la mentira de que este es un mes para celebrar, cuando, en realidad, asistimos a un mausoleo. Lo único verdadero es que la fiesta septembrina es una gran mentira, que ha servido, eso sí, para que sobre la misma se cimienten regímenes políticos igualmente falaces.

Muchas mexicanas y muchos mexicanos celebran septiembre igualmente falseando su realidad. No podía ser de otra forma. Las mentiras solamente pueden celebrarse mintiendo ¿Quién ha visto a la verdad sentándose a la mesa del engaño? Así, tequila en mano, mexicanas y mexicanos obnubilan su cerebro, más de lo que ya lo tienen, para creer, por una noche, la que va del 15 al 16 de septiembre, no solamente que celebran la independencia de una patria, sin saber, muchos de ellos, en realidad, ni que es ser independiente, ni que es ser patriota. Pero es que desde ahí festejan la mentira: fingen que saben lo que no saben y eso, en México, es un “triunfo”. Como cuando alguien compra el certificado falso de la preparatoria o un título universitario que jamás obtuvo. Lo que no se sabe, se inventa. Y ya está.

Enervados por el alcohol, las mexicanas y los mexicanos fingen, esta noche, que tienen algo para celebrar, que su vida es feliz, que sus problemas no son tan grandes como para agobiarlos o, mejor aún, que ni siquiera existen. No hay problemas. Así, por decreto. Esa otra conducta tan mexicana: pensar que todo se resuelve por arte de magia. La “virgencita” hace “milagros”, el presidente en turno si va a “cambiar” al país, el nuevo futbolista de moda si logrará llevar al “Tri” al “quinto partido”. El esfuerzo, ordenado, planeado, responsable, no lleva a nada, en la psique mexicana. La eterna esperanza de las mexicanas y los mexicanos es ganarse la lotería, quizás ya no en modo literal, pero si figurado: tener sin merecer, tener sin esforzarse. Por eso, los ídolos de las nuevas generaciones son los narcotraficantes. No importa que sean unos cerdos que asesinan, violan y envenenan, sino que encarnan eso: el triunfo sin esfuerzo. El acceso a una vida de lujos y poder -los dos fetiches que más embelesan al mexicano-. Claro, mexicana y mexicano se caracterizan a si mismos como “esforzados”, como “trabajadores”, como “sacrificados”. Otra mentira. Una más en un país construido, hasta el tuétano, de falacias.

Ebrios, con tequila los más pudientes, con cerveza y Bacardi los que deben todo, se engañan a si mismos con una noche de escape. Si Juan Escutia escapó por la vía del suicidio y ahora es un “héroe”, si López Portillo escapó y llegó a ser presidente, mexicanas y mexicanos de a pie se sienten con derecho de escapar ellos también. Si “héroes” y gobernantes lo hacen, ¿por qué ellos no? Otra idea típica del mexicano: el mal comportamiento de un superior jerárquico es un aval para que ellos hagan lo propio. Todas las máximas mexicanas descansan, como siempre, en los antivalores. El buen quehacer nunca es acicate para la virtud, pero la mala acción siempre lo es para el vicio.

Y en esa noche de escape, “desaparecen” los problemas. El coctel de alcohol y comida mexicana “borra” los problemas. Ya no se deben las tarjetas, ni los electrodomésticos a Coppel, ni el sueldo es una aspirina económica cuyo efecto analgésico no llega a fin de mes. “Viva México, cabrones”. Una idea mexicana más: hablar con malas palabras es sinónimo de valentía y arrojo. Y otra: Escapar de los problemas es “resolverlos”. Un ejemplo típico: para “resolver” un matrimonio infeliz, las mexicanas y los mexicanos son infieles, en vez de divorciarse y reconstruir su vida con una pareja ajustada a sus necesidades y expectativas. No han entendido que la mejor forma de huir de los problemas es enfrentándolos.

A la mañana siguiente -o al mediodía, más bien-, el escape terminó. Mexicanas y mexicanos pueden correr todo lo que quieran delante de sus fantasmas, pero estos siempre habrán de alcanzarlos. Vienen la resaca, fisiológica, y el lamento, propio de la adolescencia moral en que habita permanentemente el mexicano, al ver que la procrastinación no resolvió nada. Al despertar, ahí seguían las deudas, el salario nimio, la vida familiar anegada, como el dinosaurio de Augusto Monterroso.

Pero la mentira es la forma de vida de las y los mexicanos. Es su elemento. Por eso, hoy se celebran héroes de mentira: Hidalgo, el “padre de la patria”, fue, en realidad, un cobarde o esquirol que pudo terminar la Guerra de Independencia en cuatro meses, pero se negó a tomar la Ciudad de México, ocasionando, con esa decisión, un conflicto de 11 años y muchas más vidas perdidas. El “héroe nacional” dice mucho de un país. Es su piedra angular. Y nosotros veneramos un falsario. Nos define.

Cuando alguien desee entender porque estamos donde estamos, porque tenemos al presidente que tenemos, porque vivimos como vivimos, solo tiene que mirar por el retrovisor: en nuestro pasado está la respuesta. Sin olvidar, claro, que todo ese camino se halla pavimentado con el asfalto de la ignorancia. Y es que, como los virus en la suciedad, solamente en la ignorancia pueden vivir, reproducirse y triunfar las mentiras y los mentirosos.

P.D.: "Si algo nos pasa, es que quieren callarnos"

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com



Escucha sobre el maíz mexicano en nuestro podcast ⬇️

Apple Podcasts

Google Podcasts

Spotify

Acast

Deezer