/ viernes 7 de mayo de 2021

Expediente Confidencial | Súper Liga: la vela sigue encendida

Esta no se ha convertido en una columna deportiva, ni va en camino de serlo. Sin embargo, el tema de la Súper Liga rebasa las fronteras de aquello que, con tino, definió el italiano Arrigo Sacchi, como “la cosa más importante de las cosas menos importantes”.


Lo que pretendían hacer 12 potentados del balompié europeo no era acabar con el fútbol, así, en abstracto; ni siquiera con el juego como deporte; lo que pretendían era apagar la vela que ilumina el último rincón de alegría y esperanza para millones, haciéndolo, además, con la usual crueldad de los ricos.


El fútbol es, ante todo, un analgésico social. Nunca he oído un ‘Cielito lindo’ que enchine más la piel, que aquel entonado por 100 mil personas en un Estadio Azteca repleto, tras un triunfo de nuestra balompédica selección (“El equipo de todos”, diría Enrique Bermúdez; en realidad, siempre propiedad de Televisa). También vi muchas veces al hombre humilde, con la mezclilla rota, comprando boleto de gayola, llevando de la mano al hijo, para enseñarle ese templo donde, por dos horas, se olvidan las muchas vicisitudes de la vida cotidiana. Por 90 minutos, esas preocupaciones no importan, no duelen, no sangran… Es cierto que los problemas seguirán ahí cuando se apaguen las candilejas y el rectángulo verde quede oscuro, como el dinosaurio del gran Augusto Monterroso, pero sin esa válvula de escape, quizás la presión reventara más rápido a muchas almas, ya tan cansadas, ya tan hastiadas, en un país como el nuestro…


Y no solamente aquí. Imagínense a Bérgamo, una ciudad ferozmente devastada por el Covid-19, sin la dulce alegría de ver a su Atalanta, que, a pesar de su humildad eterna y merced a su denodado esfuerzo, ahora se codea con las mejores oncenas de Europa. Eso querían matar con la Súper Liga…


La Súper Liga fue creada por el más insensible de esos 12 millonarios que buscaban fusilar al fútbol: Florentino Pérez, presidente del Real Madrid. He sido madridista desde niño (gracias a Hugo Sánchez, pero también, después a Zamorano, Valdano, Capello, Ronaldo, Zidane), pero ello no obsta para ubicar al madridismo como tótem cultural del elitismo español. Y Florentino, entre los elitistas, es quien tiene la espada más afilada. Por ello, orquestó esa idea y, para ello, contó con el típico ujier de estos tiempos: Anas Laghrari, un banquero marroquí de 37 años, con todas las florituras típicas de los asesores empresariales del siglo 21, incluyendo el talento para darle ideas a su patrón que le permitan, si cabe, ser más vil. Esa vocación, frecuentemente también ruta para desahogar su feroz ambición, inherente a los ‘consiglieres’ modernos, quienes, para hacerse indispensables, ocupan la totalidad de su mente en aportarle a su ‘padrino’ nuevos métodos que les permitan hacerse mucho más sanguinarios…


La Súper Liga atentaba contra la movilidad en el fútbol. Se trataba de que 12 ricos, por ser ricos, tuviesen un exclusivo club de élite, sin necesidad de tener mérito deportivo alguno para estar ahí ¿Le suena conocida la historia? ¿Cuántas hay, parecidas, en nuestra sociedad? Ya se sabe: a la élite le molesta profundamente ganarse las cosas porque, en su perturbada psique (el dinero en exceso siempre perturba), eso de hacer méritos es únicamente para los pobres. Peor aún: al crear su club VIP, se le cerraba el paso al progreso de esos pobres, creando una visión orgásmica para cualquier potentado: que los de arriba lo sean eternamente y los de abajo sean su escalón, sumiso, sin posibilidad de ascenso o escape, para toda la vida…


La Súper Liga era igualmente una pelea por dinero. Esos 12 equipos querían, y quieren aún, que los dueños del balón, UEFA y FIFA, les den una tajada más grande. Pero el camino ideado por el español Pérez era vomitivamente egoísta y representaba la fantasía más trasnochada de todo rico: como los clasemedieros y pobres nos estorban, pues hay que eliminarlos. Nótese el asombroso y espeluznante parecido entre esta visión y la de Gabriel Quadri, que pedía “desahacernos” de Oaxaca y Chiapas, porque “estorban” al “desarrollo” del “país” ¿De cuál país? ¿De cuál fútbol? Del que esa casta de pudientes cree que les pertenece solo a ellos y nadie más.


Aterradora era la Súper Liga simplemente como idea, porque partía, también, de otros dos sueños húmedos de la clase alta: el primero es que, si las reglas y autoridades se interponen en el camino, basta con ignorarlas o destruirlas y ya está; el segundo es que la legitimidad para hacer eso se las da su dinero. Es decir, ser rico permite pisotear la ley y borrar del mapa a quien sea.


La pieza que completa el símil entre la Súper Liga y el actual modelo socioeconómico, es la afirmación de Florentino Pérez respecto a que no estaban siendo egoístas con los equipos medianos y chicos, o de mercados más pequeños (tipo Holanda o Croacia), porque seguirían existiendo para generar jugadores y vendérselos a esos 12 equipos de élite. Otra idea típica de rico: el pobre existe para el vasallaje y ni ahora, ni nunca, puede ser sujeto de progreso.


No menos inquietante resultó atestiguar a varios “periodistas” (de forma particular los españoles Salvador Sostres y José Aguado), exultantes ante la idea de que los ricos sometieran a las autoridades futbolísticas, y hasta políticas, que se oponían a la idea; patearan y convirtieran en carne de cañón a los equipos pobres; y crearan un supra poder incontestable, validado no por la ética, ni por la democracia, sino por las cuentas bancarias.


Por eso, la derrota de la Súper Liga nos devuelve un poco de certeza a la mayoría, dejándonos sabor a miel en los labios: la vela sigue encendida…

P.D.: Si algo nos pasa, es que desean callarnos...

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com

Esta no se ha convertido en una columna deportiva, ni va en camino de serlo. Sin embargo, el tema de la Súper Liga rebasa las fronteras de aquello que, con tino, definió el italiano Arrigo Sacchi, como “la cosa más importante de las cosas menos importantes”.


Lo que pretendían hacer 12 potentados del balompié europeo no era acabar con el fútbol, así, en abstracto; ni siquiera con el juego como deporte; lo que pretendían era apagar la vela que ilumina el último rincón de alegría y esperanza para millones, haciéndolo, además, con la usual crueldad de los ricos.


El fútbol es, ante todo, un analgésico social. Nunca he oído un ‘Cielito lindo’ que enchine más la piel, que aquel entonado por 100 mil personas en un Estadio Azteca repleto, tras un triunfo de nuestra balompédica selección (“El equipo de todos”, diría Enrique Bermúdez; en realidad, siempre propiedad de Televisa). También vi muchas veces al hombre humilde, con la mezclilla rota, comprando boleto de gayola, llevando de la mano al hijo, para enseñarle ese templo donde, por dos horas, se olvidan las muchas vicisitudes de la vida cotidiana. Por 90 minutos, esas preocupaciones no importan, no duelen, no sangran… Es cierto que los problemas seguirán ahí cuando se apaguen las candilejas y el rectángulo verde quede oscuro, como el dinosaurio del gran Augusto Monterroso, pero sin esa válvula de escape, quizás la presión reventara más rápido a muchas almas, ya tan cansadas, ya tan hastiadas, en un país como el nuestro…


Y no solamente aquí. Imagínense a Bérgamo, una ciudad ferozmente devastada por el Covid-19, sin la dulce alegría de ver a su Atalanta, que, a pesar de su humildad eterna y merced a su denodado esfuerzo, ahora se codea con las mejores oncenas de Europa. Eso querían matar con la Súper Liga…


La Súper Liga fue creada por el más insensible de esos 12 millonarios que buscaban fusilar al fútbol: Florentino Pérez, presidente del Real Madrid. He sido madridista desde niño (gracias a Hugo Sánchez, pero también, después a Zamorano, Valdano, Capello, Ronaldo, Zidane), pero ello no obsta para ubicar al madridismo como tótem cultural del elitismo español. Y Florentino, entre los elitistas, es quien tiene la espada más afilada. Por ello, orquestó esa idea y, para ello, contó con el típico ujier de estos tiempos: Anas Laghrari, un banquero marroquí de 37 años, con todas las florituras típicas de los asesores empresariales del siglo 21, incluyendo el talento para darle ideas a su patrón que le permitan, si cabe, ser más vil. Esa vocación, frecuentemente también ruta para desahogar su feroz ambición, inherente a los ‘consiglieres’ modernos, quienes, para hacerse indispensables, ocupan la totalidad de su mente en aportarle a su ‘padrino’ nuevos métodos que les permitan hacerse mucho más sanguinarios…


La Súper Liga atentaba contra la movilidad en el fútbol. Se trataba de que 12 ricos, por ser ricos, tuviesen un exclusivo club de élite, sin necesidad de tener mérito deportivo alguno para estar ahí ¿Le suena conocida la historia? ¿Cuántas hay, parecidas, en nuestra sociedad? Ya se sabe: a la élite le molesta profundamente ganarse las cosas porque, en su perturbada psique (el dinero en exceso siempre perturba), eso de hacer méritos es únicamente para los pobres. Peor aún: al crear su club VIP, se le cerraba el paso al progreso de esos pobres, creando una visión orgásmica para cualquier potentado: que los de arriba lo sean eternamente y los de abajo sean su escalón, sumiso, sin posibilidad de ascenso o escape, para toda la vida…


La Súper Liga era igualmente una pelea por dinero. Esos 12 equipos querían, y quieren aún, que los dueños del balón, UEFA y FIFA, les den una tajada más grande. Pero el camino ideado por el español Pérez era vomitivamente egoísta y representaba la fantasía más trasnochada de todo rico: como los clasemedieros y pobres nos estorban, pues hay que eliminarlos. Nótese el asombroso y espeluznante parecido entre esta visión y la de Gabriel Quadri, que pedía “desahacernos” de Oaxaca y Chiapas, porque “estorban” al “desarrollo” del “país” ¿De cuál país? ¿De cuál fútbol? Del que esa casta de pudientes cree que les pertenece solo a ellos y nadie más.


Aterradora era la Súper Liga simplemente como idea, porque partía, también, de otros dos sueños húmedos de la clase alta: el primero es que, si las reglas y autoridades se interponen en el camino, basta con ignorarlas o destruirlas y ya está; el segundo es que la legitimidad para hacer eso se las da su dinero. Es decir, ser rico permite pisotear la ley y borrar del mapa a quien sea.


La pieza que completa el símil entre la Súper Liga y el actual modelo socioeconómico, es la afirmación de Florentino Pérez respecto a que no estaban siendo egoístas con los equipos medianos y chicos, o de mercados más pequeños (tipo Holanda o Croacia), porque seguirían existiendo para generar jugadores y vendérselos a esos 12 equipos de élite. Otra idea típica de rico: el pobre existe para el vasallaje y ni ahora, ni nunca, puede ser sujeto de progreso.


No menos inquietante resultó atestiguar a varios “periodistas” (de forma particular los españoles Salvador Sostres y José Aguado), exultantes ante la idea de que los ricos sometieran a las autoridades futbolísticas, y hasta políticas, que se oponían a la idea; patearan y convirtieran en carne de cañón a los equipos pobres; y crearan un supra poder incontestable, validado no por la ética, ni por la democracia, sino por las cuentas bancarias.


Por eso, la derrota de la Súper Liga nos devuelve un poco de certeza a la mayoría, dejándonos sabor a miel en los labios: la vela sigue encendida…

P.D.: Si algo nos pasa, es que desean callarnos...

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com