/ viernes 1 de noviembre de 2024

Hojas de papel | Terror con terror se paga

Como si hubiera sido una sorpresiva ráfaga de viento al interior de la casa de aquella mujer que tendía la cama de su recamara, al mismo tiempo percibió la presencia de algo o alguien detrás de ella, sin saber qué o quién era, pero al mismo tiempo no se atrevía a voltear la cara para saber qué era aquello, algo se lo impedía, una fuerza extraña le negaba cumplir con su voluntad…

Pero ahí estaba. Lo sabía. Lo percibía… El terror se apoderó de ella, quería gritar pero tampoco podía hacerlo, quería llorar pero sólo respiraba más agitada, sentía que el corazón le iba a estallar. Sudaba. Era algo o alguien ahí, mirándola, acechándola, a la espera…

De pronto sonó el timbre de la calle y aquella presencia salió igual que como llegó, un fuerte viento azotó las ventanas y ella despertó de su estado de angustia. Pudo voltear, no había nada, no estaba nadie… pero ahí estuvo ese algo… Sintió miedo, horror, terror…

O acaso valdría la pena repetir aquella historia oral de mi pueblo que, por otras razones relaté aquí mismo hace tiempo:

Resulta que cada noche, por la calle de Unión, por entonces de tierra y sin alumbrado, se escuchaba el crujir de las ruedas de una carreta. Era la media noche y avanzaba muy lentamente por aquel camino bordeado de cercas de carrizo.

Era el crujir de ruedas de madera que retumbaba por todo el pueblo.

Dos hombres de campo comentaban una tarde aquel extraño fenómeno. Al paso una mujer envuelta en rebozo les dijo que si en verdad quieren ver de qué se trata aquello, deberán ponerse unas lagañas de perro negro en los ojos y esperar a que pase, así podrán verla.

Uno de ellos lo hizo en secreto. Consiguió las lagañas del perro negro y esperó a que fuera la media noche; esperó el crujir de la carroza aquella. Y así fue. A lo lejos oyó aquel sonido fantasmal. Salió a la calle y se sentó en el quicio de su puerta. Se colocó las lagañas y espero… Y sí…

Ahí estaba: era una carreta desvencijada, jalada por un caballo esquelético. En el pescante un personaje que a distancia no le percibía bien. Cada vez más cerca pudo verlo: era un hombre envuelto en una vieja cobija que le cubría la mayor parte del rostro. Tenía puesto un sombrero de palma raído. Atrás, en la carroza estaba un ataúd a cuyos cuatro costados ardían luces. Eran huesos humanos encendidos como si fueran cirios… Y una pequeña caja de madera.

Y avanzaba la carroza, con aquel crujir que producía terror. Ya la podía ver por la luz que salía de los huesos-cirios y porque era noche de luna llena. Los búhos entonaban su canto tétrico en los árboles cercanos.

Ya frente a él la carreta se detuvo. El carretero volteo con toda lentitud hacia aquel que se puso las lagañas de perro negro. Apenas se podían ver las cuencas de sus ojos.

--Buenas noches… qué quieres… por qué te atreves a ver lo que los seres humanos no tienen permitido…

--Sentí curiosidad y quería saber qué es lo que resuena todas las noches por aquí…-- contestó temblando.

--Pues ahora ya lo sabes, y así es por la eternidad… Pero ya que estás aquí y te interesa saber qué significa esta presencia, toma esa caja que está ahí, llévatela y mañana por la noche la abres, cuando me aproxime. Y así sabrás el secreto de la eternidad…

--Sí, así lo haré –dijo el hombre de las lagañas—y bajó la caja de madera. Entró en su casa y todo siguió igual, el sonido aquel y el frío que helaba la sangre.

Pasó todo el día inquieto, nervioso, sin ganas de comer… Estaba a la espera de que oscureciera y que se acercara la carreta misteriosa para abrir la caja…

Al comenzar a oír aquel sonido de ultratumba el hombre abrió la caja. En su interior había huesos humanos y polvo y unos andrajos… Al abrir, aquel polvo se levantó y le dio en la cara; aspiró aquel aroma a muerte… Sintió un vahído y de pronto nada…

El nuevo carretero que habría de recorrer aquella calle, todas las noches, por la eternidad era él mismo. Aquel atrevido sería el nuevo carretero y aquella sería su tarea por la eternidad.

(¡A verdad?)

En “Las aventuras de Arthur Gordon Pym”, el gran Edgar Allan Poe relata:

‘La nave aquella venía a lo lejos. Navegaba sobre el mar quieto. Aparentemente sin rumbo fijo. Traía las velas rotas. Desgarradas. A distancia se veía a un hombre junto al mástil que sonreía interminable. No paraba de sonreír. Nos miraba a distancia y mantenía su carcajada.

‘Con temor nos acercamos a aquella barca perdida mar adentro. Nos aproximamos y aquel hombre mantenía su risa. El ambiente era terrorífico. Neblina. Casi oscuridad a pesar de ser día…

‘Al fin llegamos junto al barco abandonado… Aquel hombre que parecía sonreír todo el tiempo era un esqueleto que estaba atado al mástil principal, y su sonrisa no era más que los labios que habían sido cercenados por las aves, exponiendo su dentadura cadavérica.’

Hay un género en literatura que tiene millones de adeptos. Es la Literatura del Horror. Es una especie cuyos autores buscan el impacto en los lectores; propicia el miedo, el horror, el terror y a veces hasta el repudio. Y tiene sus orígenes en tiempos inmemoriales.

Es parte de la naturaleza humana y, sobre todo, de sus temores. Pero también es parte de la cultura de cada pueblo. De sus creaciones imaginarias o ciertas, pero expresadas de forma tal que conducen a uno de los elementos que más caracterizan al ser humano: el miedo.

Eso es: Se sustentó al principio en las historias de los pueblos. Y originalmente eran historias que se contaban de viva voz. Entre conocidos. En familia. De pueblo en pueblo. Eran relatos orales que mantenían al escucha en vilo. Historias con frecuencia incomprensibles para la razón humana, pero asimismo eran la creación y la imaginación puestas a disposición de eso, del horror.

Así que el género del horror tiene orígenes muy antiguos con raíces en el folclore y las tradiciones religiosas, pero en este caso centrándose en la muerte, en la vida futura, el mal, lo demoníaco y el principio de la encarnación en la persona. Estas se manifestaron en leyendas de seres temibles, como brujas, vampiros, hombre lobo y fantasmas.

Y ya se sabe que el miedo es uno de los sentimientos más fuertes en el ser humano. Y el horror y el terror. Según uno de los grandes escritores del horror, H. P. Lovecraft: “El miedo es una de las emociones más antiguas y poderosas de la humanidad, y el miedo más antiguo y poderoso es el temor a lo desconocido”.

Los antiguos griegos y los antiguos romanos crearon obras de seres o fenómenos sobrenaturales. En la mitología griega, Prometeo era un titán, amigo de los mortales y conocido, entre otras razones, por desafiar a los dioses robándoles el fuego para darlo a los hombres. Y con el fuego les entregaba el inicio de la civilización. Por esta razón fue castigado por Zeus.

Aquel “Prometeo” fue la inspiración para la creación, muchos años después, de “Frankenstein” (Mary Shelley, 1818), que era asimismo “El moderno Prometeo”. Los romanos también produjeron obras de horror, como Atenodoro, que escribe un libro en el que relata la visita de una aparición en cadenas. La figura se desvanece en el patio y al día siguiente los magistrados cavan en el lugar de la desaparición y encuentran una fosa desconocida.

Por supuesto está “Drácula” –Dragón- que no es otro que Vlad Tapes (1428), Príncipe de Valaquia, Transilvania, un luchador rumano en favor de su pueblo, pero cuyos excesivos castigos rebasaban la crueldad. Empalaba, es decir, clavaba con estacas a sus enemigos militares cometiendo horribles crímenes de guerra. Bram Stoker toma la historia y escribe uno de los libros insignia de la literatura del horror: “Drácula” (1897).

Digamos que son la base para lo que luego habría de ser la gran Literatura del Horror, entre cuyos autores sobresalen Stephen King (“El resplandor”), H. P. Lovecraft (“La llamada de Cthulhu”), por supuestísimo Edgar Allan Poe (“La Caída de la Casa Usher") y tantos más.

En contraposición aparecen elementos de salvación a los fenómenos sobrenaturales: La Cruz, cristiana como redención y perdón; la cruz como defensa y como esperanza. La cruz como solución y camino. Así los maloras seres sobrenaturales no son tan poderosos como se suponen y sus autores aportan la solución.

Pero nada, ya sabe, a leer un buen libro de terror una noche serena y oscura… y como dice el Monje Loco: “Apague la luz… y escuche…”.

Como si hubiera sido una sorpresiva ráfaga de viento al interior de la casa de aquella mujer que tendía la cama de su recamara, al mismo tiempo percibió la presencia de algo o alguien detrás de ella, sin saber qué o quién era, pero al mismo tiempo no se atrevía a voltear la cara para saber qué era aquello, algo se lo impedía, una fuerza extraña le negaba cumplir con su voluntad…

Pero ahí estaba. Lo sabía. Lo percibía… El terror se apoderó de ella, quería gritar pero tampoco podía hacerlo, quería llorar pero sólo respiraba más agitada, sentía que el corazón le iba a estallar. Sudaba. Era algo o alguien ahí, mirándola, acechándola, a la espera…

De pronto sonó el timbre de la calle y aquella presencia salió igual que como llegó, un fuerte viento azotó las ventanas y ella despertó de su estado de angustia. Pudo voltear, no había nada, no estaba nadie… pero ahí estuvo ese algo… Sintió miedo, horror, terror…

O acaso valdría la pena repetir aquella historia oral de mi pueblo que, por otras razones relaté aquí mismo hace tiempo:

Resulta que cada noche, por la calle de Unión, por entonces de tierra y sin alumbrado, se escuchaba el crujir de las ruedas de una carreta. Era la media noche y avanzaba muy lentamente por aquel camino bordeado de cercas de carrizo.

Era el crujir de ruedas de madera que retumbaba por todo el pueblo.

Dos hombres de campo comentaban una tarde aquel extraño fenómeno. Al paso una mujer envuelta en rebozo les dijo que si en verdad quieren ver de qué se trata aquello, deberán ponerse unas lagañas de perro negro en los ojos y esperar a que pase, así podrán verla.

Uno de ellos lo hizo en secreto. Consiguió las lagañas del perro negro y esperó a que fuera la media noche; esperó el crujir de la carroza aquella. Y así fue. A lo lejos oyó aquel sonido fantasmal. Salió a la calle y se sentó en el quicio de su puerta. Se colocó las lagañas y espero… Y sí…

Ahí estaba: era una carreta desvencijada, jalada por un caballo esquelético. En el pescante un personaje que a distancia no le percibía bien. Cada vez más cerca pudo verlo: era un hombre envuelto en una vieja cobija que le cubría la mayor parte del rostro. Tenía puesto un sombrero de palma raído. Atrás, en la carroza estaba un ataúd a cuyos cuatro costados ardían luces. Eran huesos humanos encendidos como si fueran cirios… Y una pequeña caja de madera.

Y avanzaba la carroza, con aquel crujir que producía terror. Ya la podía ver por la luz que salía de los huesos-cirios y porque era noche de luna llena. Los búhos entonaban su canto tétrico en los árboles cercanos.

Ya frente a él la carreta se detuvo. El carretero volteo con toda lentitud hacia aquel que se puso las lagañas de perro negro. Apenas se podían ver las cuencas de sus ojos.

--Buenas noches… qué quieres… por qué te atreves a ver lo que los seres humanos no tienen permitido…

--Sentí curiosidad y quería saber qué es lo que resuena todas las noches por aquí…-- contestó temblando.

--Pues ahora ya lo sabes, y así es por la eternidad… Pero ya que estás aquí y te interesa saber qué significa esta presencia, toma esa caja que está ahí, llévatela y mañana por la noche la abres, cuando me aproxime. Y así sabrás el secreto de la eternidad…

--Sí, así lo haré –dijo el hombre de las lagañas—y bajó la caja de madera. Entró en su casa y todo siguió igual, el sonido aquel y el frío que helaba la sangre.

Pasó todo el día inquieto, nervioso, sin ganas de comer… Estaba a la espera de que oscureciera y que se acercara la carreta misteriosa para abrir la caja…

Al comenzar a oír aquel sonido de ultratumba el hombre abrió la caja. En su interior había huesos humanos y polvo y unos andrajos… Al abrir, aquel polvo se levantó y le dio en la cara; aspiró aquel aroma a muerte… Sintió un vahído y de pronto nada…

El nuevo carretero que habría de recorrer aquella calle, todas las noches, por la eternidad era él mismo. Aquel atrevido sería el nuevo carretero y aquella sería su tarea por la eternidad.

(¡A verdad?)

En “Las aventuras de Arthur Gordon Pym”, el gran Edgar Allan Poe relata:

‘La nave aquella venía a lo lejos. Navegaba sobre el mar quieto. Aparentemente sin rumbo fijo. Traía las velas rotas. Desgarradas. A distancia se veía a un hombre junto al mástil que sonreía interminable. No paraba de sonreír. Nos miraba a distancia y mantenía su carcajada.

‘Con temor nos acercamos a aquella barca perdida mar adentro. Nos aproximamos y aquel hombre mantenía su risa. El ambiente era terrorífico. Neblina. Casi oscuridad a pesar de ser día…

‘Al fin llegamos junto al barco abandonado… Aquel hombre que parecía sonreír todo el tiempo era un esqueleto que estaba atado al mástil principal, y su sonrisa no era más que los labios que habían sido cercenados por las aves, exponiendo su dentadura cadavérica.’

Hay un género en literatura que tiene millones de adeptos. Es la Literatura del Horror. Es una especie cuyos autores buscan el impacto en los lectores; propicia el miedo, el horror, el terror y a veces hasta el repudio. Y tiene sus orígenes en tiempos inmemoriales.

Es parte de la naturaleza humana y, sobre todo, de sus temores. Pero también es parte de la cultura de cada pueblo. De sus creaciones imaginarias o ciertas, pero expresadas de forma tal que conducen a uno de los elementos que más caracterizan al ser humano: el miedo.

Eso es: Se sustentó al principio en las historias de los pueblos. Y originalmente eran historias que se contaban de viva voz. Entre conocidos. En familia. De pueblo en pueblo. Eran relatos orales que mantenían al escucha en vilo. Historias con frecuencia incomprensibles para la razón humana, pero asimismo eran la creación y la imaginación puestas a disposición de eso, del horror.

Así que el género del horror tiene orígenes muy antiguos con raíces en el folclore y las tradiciones religiosas, pero en este caso centrándose en la muerte, en la vida futura, el mal, lo demoníaco y el principio de la encarnación en la persona. Estas se manifestaron en leyendas de seres temibles, como brujas, vampiros, hombre lobo y fantasmas.

Y ya se sabe que el miedo es uno de los sentimientos más fuertes en el ser humano. Y el horror y el terror. Según uno de los grandes escritores del horror, H. P. Lovecraft: “El miedo es una de las emociones más antiguas y poderosas de la humanidad, y el miedo más antiguo y poderoso es el temor a lo desconocido”.

Los antiguos griegos y los antiguos romanos crearon obras de seres o fenómenos sobrenaturales. En la mitología griega, Prometeo era un titán, amigo de los mortales y conocido, entre otras razones, por desafiar a los dioses robándoles el fuego para darlo a los hombres. Y con el fuego les entregaba el inicio de la civilización. Por esta razón fue castigado por Zeus.

Aquel “Prometeo” fue la inspiración para la creación, muchos años después, de “Frankenstein” (Mary Shelley, 1818), que era asimismo “El moderno Prometeo”. Los romanos también produjeron obras de horror, como Atenodoro, que escribe un libro en el que relata la visita de una aparición en cadenas. La figura se desvanece en el patio y al día siguiente los magistrados cavan en el lugar de la desaparición y encuentran una fosa desconocida.

Por supuesto está “Drácula” –Dragón- que no es otro que Vlad Tapes (1428), Príncipe de Valaquia, Transilvania, un luchador rumano en favor de su pueblo, pero cuyos excesivos castigos rebasaban la crueldad. Empalaba, es decir, clavaba con estacas a sus enemigos militares cometiendo horribles crímenes de guerra. Bram Stoker toma la historia y escribe uno de los libros insignia de la literatura del horror: “Drácula” (1897).

Digamos que son la base para lo que luego habría de ser la gran Literatura del Horror, entre cuyos autores sobresalen Stephen King (“El resplandor”), H. P. Lovecraft (“La llamada de Cthulhu”), por supuestísimo Edgar Allan Poe (“La Caída de la Casa Usher") y tantos más.

En contraposición aparecen elementos de salvación a los fenómenos sobrenaturales: La Cruz, cristiana como redención y perdón; la cruz como defensa y como esperanza. La cruz como solución y camino. Así los maloras seres sobrenaturales no son tan poderosos como se suponen y sus autores aportan la solución.

Pero nada, ya sabe, a leer un buen libro de terror una noche serena y oscura… y como dice el Monje Loco: “Apague la luz… y escuche…”.

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