/ jueves 10 de mayo de 2018

10 de mayo, Día de las Madres

Desde niño solía, este día, escribirle a mi mamá. Y pienso que hoy, de alguna manera, le sigo escribiendo.

Fernando Espino


Desde niño solía, este día, escribirle a mi mamá. Y pienso que hoy, de alguna manera, le sigo escribiendo. Más adelante haremos referencia a muchas madres que, en estos tiempos, se merecían un mejor destino. Sin embargo, antes de hacerlo, quiero destacar el ambiente y las circunstancias que reinaban en aquella época de mi niñez.

En esos años la gente en los pueblos y ciudades vivían en paz. Jamás de di cuenta de un hecho que me impresionara, y mucho menos de un asesinato. Por el contrario, las personas se daban los buenos días, o buenas tardes, y seguían su camino. Y los señores se quitaban el sombrero al saludar a una dama. En ese tiempo había orden y los días transcurrían sin sobresaltos.

Hoy es todo diferente. Todo ha cambiado por completo. Qué lejos quedó el viejo radio que había en mi casa y que le permitía a mi mamá oír su novela favorita. Ahora, la tecnología ha transformado al mundo. Ya no sé si para bien o para mal. Lo cierto es que el teléfono inteligente les que quitado la inteligencia a las personas que, por cierto, caminan como zombis pegadas al citado aparato todo el día. La interrelación que había en las familias, en los amores y en los trabajos dejó de existir. Hoy se trata sólo al través de los famosos correos electrónicos.

De esa manera, ciertamente que todo ha cambiado. Sin embargo, el cambio más terrible y que jamás imaginamos ha sido la inseguridad que nos tiene postrados en una angustia permanente. Y lo más triste de todo es que ya nos hemos acostumbrado a vivir con las noticias que, a diario, nos dan cuenta de las muchas personas que son asesinadas y otras más son desaparecidas. Muchas de ellas son de jóvenes a los que se les negó toda oportunidad.

Ante ese escenario tan oscuro hoy, 10 de mayo, precisamente, quiero resaltar a todas las madres que han perdido, en estos tiempos, a sus hijos, tiempos en los que pareciera que México padece de una dolorosa agonía que, al parecer, no tiene alivio, pues las medicinas que le han suministrado los últimos gobiernos lejos de producir una mejoría, la verdad es que han agravado la enfermedad.

La agonía a que me refiero se refleja en la vida de las madres a las que hoy ocupan mi atención, madres que caminan sin sentido y que sus ojos ya no derraman lágrimas. Y no las derraman porque, simplemente, se han secado, como se secan las plantas que, abandonadas, se marchitan acompañadas de una muerte lenta, pero segura.

Son, para esas madres, mis sentimientos este día, porque me imagino que permanecen despiertas porque no comprenden que pasó; porque no saben si es de día o es de noche; porque su mirada permanece perdida en un destino que no entienden y en una realidad que parece una pesadilla.

Por otra parte, quiero también hacer presencia de las otras madres que buscan a sus hijos, y que no saben si viven o están muertos. A esas madres que caminan día y noche tocando puertas buscando una noticia, buscando una luz que les dé alguna esperanza de volver a ver a su hijo querido, pero que, no obstante su insistencia, no reciben respuesta alguna. Y aún así, jamás dejarán de buscar, de caminar, porque su esperanza, si un día muere, es que morirá con ellas.

En fin, hoy 10 de mayo, debemos recordar a todas esas madres que no vemos, pero que sabemos que existen y que su vida cambió para siempre, precisamente, por una violencia desbocada que tiene secuestrada a nuestra nación, aun y cuando los candidatos nos ofrecen soluciones que mas bien parecen ofertas milagrosas en las que ya no creemos.




Fernando Espino


Desde niño solía, este día, escribirle a mi mamá. Y pienso que hoy, de alguna manera, le sigo escribiendo. Más adelante haremos referencia a muchas madres que, en estos tiempos, se merecían un mejor destino. Sin embargo, antes de hacerlo, quiero destacar el ambiente y las circunstancias que reinaban en aquella época de mi niñez.

En esos años la gente en los pueblos y ciudades vivían en paz. Jamás de di cuenta de un hecho que me impresionara, y mucho menos de un asesinato. Por el contrario, las personas se daban los buenos días, o buenas tardes, y seguían su camino. Y los señores se quitaban el sombrero al saludar a una dama. En ese tiempo había orden y los días transcurrían sin sobresaltos.

Hoy es todo diferente. Todo ha cambiado por completo. Qué lejos quedó el viejo radio que había en mi casa y que le permitía a mi mamá oír su novela favorita. Ahora, la tecnología ha transformado al mundo. Ya no sé si para bien o para mal. Lo cierto es que el teléfono inteligente les que quitado la inteligencia a las personas que, por cierto, caminan como zombis pegadas al citado aparato todo el día. La interrelación que había en las familias, en los amores y en los trabajos dejó de existir. Hoy se trata sólo al través de los famosos correos electrónicos.

De esa manera, ciertamente que todo ha cambiado. Sin embargo, el cambio más terrible y que jamás imaginamos ha sido la inseguridad que nos tiene postrados en una angustia permanente. Y lo más triste de todo es que ya nos hemos acostumbrado a vivir con las noticias que, a diario, nos dan cuenta de las muchas personas que son asesinadas y otras más son desaparecidas. Muchas de ellas son de jóvenes a los que se les negó toda oportunidad.

Ante ese escenario tan oscuro hoy, 10 de mayo, precisamente, quiero resaltar a todas las madres que han perdido, en estos tiempos, a sus hijos, tiempos en los que pareciera que México padece de una dolorosa agonía que, al parecer, no tiene alivio, pues las medicinas que le han suministrado los últimos gobiernos lejos de producir una mejoría, la verdad es que han agravado la enfermedad.

La agonía a que me refiero se refleja en la vida de las madres a las que hoy ocupan mi atención, madres que caminan sin sentido y que sus ojos ya no derraman lágrimas. Y no las derraman porque, simplemente, se han secado, como se secan las plantas que, abandonadas, se marchitan acompañadas de una muerte lenta, pero segura.

Son, para esas madres, mis sentimientos este día, porque me imagino que permanecen despiertas porque no comprenden que pasó; porque no saben si es de día o es de noche; porque su mirada permanece perdida en un destino que no entienden y en una realidad que parece una pesadilla.

Por otra parte, quiero también hacer presencia de las otras madres que buscan a sus hijos, y que no saben si viven o están muertos. A esas madres que caminan día y noche tocando puertas buscando una noticia, buscando una luz que les dé alguna esperanza de volver a ver a su hijo querido, pero que, no obstante su insistencia, no reciben respuesta alguna. Y aún así, jamás dejarán de buscar, de caminar, porque su esperanza, si un día muere, es que morirá con ellas.

En fin, hoy 10 de mayo, debemos recordar a todas esas madres que no vemos, pero que sabemos que existen y que su vida cambió para siempre, precisamente, por una violencia desbocada que tiene secuestrada a nuestra nación, aun y cuando los candidatos nos ofrecen soluciones que mas bien parecen ofertas milagrosas en las que ya no creemos.




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