/ lunes 23 de julio de 2018

Ñongos, el refugio de los olvidados [VIDEO]

La canalización del río en Tijuana alberga a personas que no tienen un hogar

Crisstian Villicaña


Tijuana.- Existe un lugar en la ciudad en donde la vida cambia y deja de ser lo que era. En este espacio las personas se refugian en la soledad para solo intentar sobrevivir.

Se trata de la canalización del río Tijuana; en ella, cientos de personas, en su mayoría migrantes deportados de Estados Unidos, y, por el otro lado, los que viajan de sur a norte desplazados a lo largo de la historia por las escasas oportunidades de un empleo bien remunerado en su lugares de origen y, en los últimos años, por la violencia ejercida por los cárteles de droga y las pandillas, hacen de esta infraestructura creada en la década de los 70 su hogar de manera improvisada en los llamados "ñongos".

Dichos “refugios” son hechos de distintas formas; algunos son como cuevas, espacios de suelo que fueron excavados hasta lograr una abertura para que pueda ingresar una persona y algunas de sus pertenencias, mientras otros optan por hacer un simple hoyo en forma de una pequeña alberca a la intemperie, el cual apuntalan con rocas de mediano tamaño, algo así como un cerco que delimita el lugar.

Están también los que son adaptados en algo similar a una alcantarilla o coladera, como un cuarto en lo profundo, obscuro día y noche, uno en donde el mal olor, las duras condiciones del clima, la suciedad y las ratas también tienen presencia.

En uno de esos diferentes “ñongos” encontramos a Pablo Herrera originario de Ciudad Juárez, quien cruzó de manera ilegal a los Estados Unidos hace más de 15 años; ahí trabajó en la construcción, en específico con yeso, el cual, dice, lo maneja como maestro.

"Llevó en Tijuana como un año y medio; me deportaron porque no tenía papeles; yo vivía en Las Cruces, Nuevo México; ahí trabajaba de albañil, pero lo mío lo mío es el yeso; soy yesero ¿si sabes lo que es? Hay una diferencia entre los que trabajamos el yeso; yo soy de los que lo dejan como porcelana, un trabajo especial.

Aquí me tuve que quedar; construí mi lugar; aquí nadie se mete; a veces vienen otros 'vatos', pero los corro porque nomás andan viendo que llevarse de lo que tengo, pero a mí me 'tumban' pura madre.

Ante la pregunta de si la inseguridad del lugar lo llevaría a moverse, respondió: “no sé a dónde irme, no tengo otro lugar. Como puedes ver, este es como mi cuarto; aquí duermo, trabajo con mis artesanías; con el dinero que saco compro comida, agua, unos cigarros y a veces un 'toque' de mota. No me pico la vena”. Esto último lo dice mientras enseña sus brazos sin marcas. “Nomas 'hierbita'; me gusta porque me ‘engrano’ haciendo artesanías.

Lo que a mí no me gustó fue trabajar con las constructoras, porque ellos, sin meter las manos y sin ensuciarse, si uno gana cinco mil, dos mil 500 son para ellos; por eso mejor prefiero trabajar solo.

Ahorita ya casi no trabajo el yeso; más bien, la artesanía. Hago 'cositas' para damas, pulseras, anillos, llaves; reciclo como puedes ver. Alguien en la noche los vende ahí por la calle Ocho", narró.

El docente e historiador Diego Saavedra Lara habló en entrevista sobre la población de la canalización del río Tijuana: "En 2013, durante mi estancia en El Colegio de la Frontera Norte (El Colef), tuve la oportunidad de ser parte del equipo de la doctora Laura Velazco, la cual organizó un censo en el lugar, al cual yo llamaba la ‘nueva cartolandia’, y que en los medíos se conocía como “los ñongos”: edificaciones improvisadas con pedacería de madera, lámina, lona, etc. Dicho censo tenía como objetivo conocer cómo estaba compuesta la población que habitaba el canal.

En los medios tradicionales, la caracterización era peyorativa; los estigmatizaban como 'drogadictos y mal vivientes' sin tomar en cuenta que muchos de ellos eran migrantes deportados que aún no caían en la drogadicción.

Conocí historias de vida realmente desgarradoras, personas que habían intentado todo pero que el destino no les sonrió y cayeron en una espiral de perdición; otros que, aunque en condiciones precarias, tenían la esperanza de volver a migrar, por lo que se mantenían firmes y sobrios; personas resignadas con su situación, acostumbradas a ser vistos como lacra; en fin, una serie de perfiles tan distintos; pero, a la vez, con potencial para desarrollar oficios que habían aprendido durante su estancia en el país vecino", señaló.

Una de esas personas es Martin Campos, originario de la Ciudad de México y deportado hace cuatro meses desde Florida, Estados Unidos, en donde radicó por 12 años; ahora vive junto a un hondureño en una especie de coladera. "Aquí las condiciones no son fáciles.

Yo me mantengo de lo que rejunto y luego vendo a las recicladoras. En lo personal creo que a muchos nos toca batallar con la policía. Ellos me piden doscientos pesos para no levantarme, aunque no use drogas, nomás por vivir aquí, por no tener identificación. Martín es un hombre visiblemente sin vicios; sin embargo, es acosado por la policía municipal que hace sus recorridos por la canalización.

En su “ñongo” hay dos colchones, ropa, algunos envases de comida e inclusive artículos de limpieza persona como en cualquier otro hogar, solo que en este no hay luz, agua, seguridad y, por el contrario, predomina la obscuridad, la sed y la posibilidad de perder el espacio si se ausentan mucho tiempo o son llevados por la policía. Por otro lado están los adictos y maleantes de otros “ñongos”, los cuales representan un peligro para personas, como Martín, que no tienen un perfil delictivo ni mucho menos agresivo, lo que vuelve a la canalización en un lugar ríspido, en donde sobreviven los que logran soportar todas las dificultades.

"Quiero regresarme a la Ciudad de México; aquí no he podido hacer vida.

Mi intención es juntar dinero para el pasaje, seguir recolectando cartón, cobre, lo que me voy encontrando para sobrevivir; lo que vendo es con lo que me sostengo. Todos los días lo hago para comer, voy y vuelvo; así viven muchos aquí", platicó.

El director del albergue de migrantes Movimiento Juventud 2000, José María García Lara, habló sobre la falta de efectividad de los programas del gobierno implementados en este sector desprotegido.

"Esas acciones de ayuda a nuestra comunidad deportada o los migrantes que llegan a la frontera no son permanentes, porque no hay recursos suficientes para ellos, lo cual es lamentable; eso hace que nuestra gente, migrantes en tránsito, por no darle(s) permanencia a esos programas, termina de nuevo la gente pérdida aquí en la frontera; eso hace que mucha gente termine en un estado de depresión al no encontrar la ayuda suficiente para integrarse a la vida laboral, que es lo principal, y después a la vida social, ya que se reactiven trabajando. no quiero decir que no haya programas, sino que no le(s) dan el seguimiento", subrayó.

Pablo ha sido víctima de esa falta de reintegración social y en especial laboral, la cual no permite que las personas vuelvan de manera productiva a la sociedad, la cual, por el contrario, los señala y relega.

"Un rato si intenté trabajar otra vez; lo haría, pero, como te digo, las empresas son bien tranzas, pero eso es una cosa, la otra es que a nosotros no nos dan trabajo porque nos ven tatuados; piensan que uno es 'malandro' y no te quieren contratar, sin saber que uno sabe hacer cosas, pero pues uno no los puede obligar aunque quiera", concluyó Pablo.


Crisstian Villicaña


Tijuana.- Existe un lugar en la ciudad en donde la vida cambia y deja de ser lo que era. En este espacio las personas se refugian en la soledad para solo intentar sobrevivir.

Se trata de la canalización del río Tijuana; en ella, cientos de personas, en su mayoría migrantes deportados de Estados Unidos, y, por el otro lado, los que viajan de sur a norte desplazados a lo largo de la historia por las escasas oportunidades de un empleo bien remunerado en su lugares de origen y, en los últimos años, por la violencia ejercida por los cárteles de droga y las pandillas, hacen de esta infraestructura creada en la década de los 70 su hogar de manera improvisada en los llamados "ñongos".

Dichos “refugios” son hechos de distintas formas; algunos son como cuevas, espacios de suelo que fueron excavados hasta lograr una abertura para que pueda ingresar una persona y algunas de sus pertenencias, mientras otros optan por hacer un simple hoyo en forma de una pequeña alberca a la intemperie, el cual apuntalan con rocas de mediano tamaño, algo así como un cerco que delimita el lugar.

Están también los que son adaptados en algo similar a una alcantarilla o coladera, como un cuarto en lo profundo, obscuro día y noche, uno en donde el mal olor, las duras condiciones del clima, la suciedad y las ratas también tienen presencia.

En uno de esos diferentes “ñongos” encontramos a Pablo Herrera originario de Ciudad Juárez, quien cruzó de manera ilegal a los Estados Unidos hace más de 15 años; ahí trabajó en la construcción, en específico con yeso, el cual, dice, lo maneja como maestro.

"Llevó en Tijuana como un año y medio; me deportaron porque no tenía papeles; yo vivía en Las Cruces, Nuevo México; ahí trabajaba de albañil, pero lo mío lo mío es el yeso; soy yesero ¿si sabes lo que es? Hay una diferencia entre los que trabajamos el yeso; yo soy de los que lo dejan como porcelana, un trabajo especial.

Aquí me tuve que quedar; construí mi lugar; aquí nadie se mete; a veces vienen otros 'vatos', pero los corro porque nomás andan viendo que llevarse de lo que tengo, pero a mí me 'tumban' pura madre.

Ante la pregunta de si la inseguridad del lugar lo llevaría a moverse, respondió: “no sé a dónde irme, no tengo otro lugar. Como puedes ver, este es como mi cuarto; aquí duermo, trabajo con mis artesanías; con el dinero que saco compro comida, agua, unos cigarros y a veces un 'toque' de mota. No me pico la vena”. Esto último lo dice mientras enseña sus brazos sin marcas. “Nomas 'hierbita'; me gusta porque me ‘engrano’ haciendo artesanías.

Lo que a mí no me gustó fue trabajar con las constructoras, porque ellos, sin meter las manos y sin ensuciarse, si uno gana cinco mil, dos mil 500 son para ellos; por eso mejor prefiero trabajar solo.

Ahorita ya casi no trabajo el yeso; más bien, la artesanía. Hago 'cositas' para damas, pulseras, anillos, llaves; reciclo como puedes ver. Alguien en la noche los vende ahí por la calle Ocho", narró.

El docente e historiador Diego Saavedra Lara habló en entrevista sobre la población de la canalización del río Tijuana: "En 2013, durante mi estancia en El Colegio de la Frontera Norte (El Colef), tuve la oportunidad de ser parte del equipo de la doctora Laura Velazco, la cual organizó un censo en el lugar, al cual yo llamaba la ‘nueva cartolandia’, y que en los medíos se conocía como “los ñongos”: edificaciones improvisadas con pedacería de madera, lámina, lona, etc. Dicho censo tenía como objetivo conocer cómo estaba compuesta la población que habitaba el canal.

En los medios tradicionales, la caracterización era peyorativa; los estigmatizaban como 'drogadictos y mal vivientes' sin tomar en cuenta que muchos de ellos eran migrantes deportados que aún no caían en la drogadicción.

Conocí historias de vida realmente desgarradoras, personas que habían intentado todo pero que el destino no les sonrió y cayeron en una espiral de perdición; otros que, aunque en condiciones precarias, tenían la esperanza de volver a migrar, por lo que se mantenían firmes y sobrios; personas resignadas con su situación, acostumbradas a ser vistos como lacra; en fin, una serie de perfiles tan distintos; pero, a la vez, con potencial para desarrollar oficios que habían aprendido durante su estancia en el país vecino", señaló.

Una de esas personas es Martin Campos, originario de la Ciudad de México y deportado hace cuatro meses desde Florida, Estados Unidos, en donde radicó por 12 años; ahora vive junto a un hondureño en una especie de coladera. "Aquí las condiciones no son fáciles.

Yo me mantengo de lo que rejunto y luego vendo a las recicladoras. En lo personal creo que a muchos nos toca batallar con la policía. Ellos me piden doscientos pesos para no levantarme, aunque no use drogas, nomás por vivir aquí, por no tener identificación. Martín es un hombre visiblemente sin vicios; sin embargo, es acosado por la policía municipal que hace sus recorridos por la canalización.

En su “ñongo” hay dos colchones, ropa, algunos envases de comida e inclusive artículos de limpieza persona como en cualquier otro hogar, solo que en este no hay luz, agua, seguridad y, por el contrario, predomina la obscuridad, la sed y la posibilidad de perder el espacio si se ausentan mucho tiempo o son llevados por la policía. Por otro lado están los adictos y maleantes de otros “ñongos”, los cuales representan un peligro para personas, como Martín, que no tienen un perfil delictivo ni mucho menos agresivo, lo que vuelve a la canalización en un lugar ríspido, en donde sobreviven los que logran soportar todas las dificultades.

"Quiero regresarme a la Ciudad de México; aquí no he podido hacer vida.

Mi intención es juntar dinero para el pasaje, seguir recolectando cartón, cobre, lo que me voy encontrando para sobrevivir; lo que vendo es con lo que me sostengo. Todos los días lo hago para comer, voy y vuelvo; así viven muchos aquí", platicó.

El director del albergue de migrantes Movimiento Juventud 2000, José María García Lara, habló sobre la falta de efectividad de los programas del gobierno implementados en este sector desprotegido.

"Esas acciones de ayuda a nuestra comunidad deportada o los migrantes que llegan a la frontera no son permanentes, porque no hay recursos suficientes para ellos, lo cual es lamentable; eso hace que nuestra gente, migrantes en tránsito, por no darle(s) permanencia a esos programas, termina de nuevo la gente pérdida aquí en la frontera; eso hace que mucha gente termine en un estado de depresión al no encontrar la ayuda suficiente para integrarse a la vida laboral, que es lo principal, y después a la vida social, ya que se reactiven trabajando. no quiero decir que no haya programas, sino que no le(s) dan el seguimiento", subrayó.

Pablo ha sido víctima de esa falta de reintegración social y en especial laboral, la cual no permite que las personas vuelvan de manera productiva a la sociedad, la cual, por el contrario, los señala y relega.

"Un rato si intenté trabajar otra vez; lo haría, pero, como te digo, las empresas son bien tranzas, pero eso es una cosa, la otra es que a nosotros no nos dan trabajo porque nos ven tatuados; piensan que uno es 'malandro' y no te quieren contratar, sin saber que uno sabe hacer cosas, pero pues uno no los puede obligar aunque quiera", concluyó Pablo.


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