/ viernes 31 de mayo de 2019

[Video]Un proyecto incompleto

El SITT presenta aún deficiencias en la mayoría de las estaciones; no se cumplen los tiempos de recorrido y no se ha activado el pago electrónico

Daniel Ángel Rubio

Es la hora pico y decenas de personas comienzan a saturar el camión del Sistema Integral de Transporte de Tijuana (SITT), para regresar a su hogar tras la jornada diaria. “A veces vamos hasta abrazados”, dice una risueña joven estudiante que sube a la unidad en la terminal Garita Puerta México después de un día de clases del otro lado de la frontera.

“Solamente me ha tocado ver que una vez no pudieron subir a una persona en silla de ruedas porque no cabía”, platica hasta que una amiga suya sube al camión y se sienta junto a ella.

La unidad salió de la Terminal Insurgentes poco antes de las cuatro y media de la tarde y en poco más de un par de horas recorrió el circuito completo hasta la avenida Revolución y de regreso.

Los pasajeros parecen familiarizados con el sistema de transporte público que sigue sin ser todo lo que las autoridades prometieron durante años de estudios y proyectos.

Pagan en efectivo porque aún no hay tarjetas para pago electrónico, se adecuan a la deficiente infraestructura alrededor de algunas estaciones, e incluso a la falta de baños en la terminal primaria.

“Allá enfrente le cobran cinco pesos”, sugiere una mujer a propósito de los sanitarios cerrados que solo usan choferes, y que aparentemente también sirven como bodega.

El Sol de Tijuana buscó una entrevista con Javier Salas, el director del SITT que tiene sus oficinas en las instalaciones del bulevar Insurgentes, pero canceló la cita un día antes argumentando motivos de agenda.

María Montes no es una usuaria frecuente del SITT, vive en la Colonia Obrera y para llegar a la terminal en Insurgentes viajó en una de las llamadas rutas alimentadoras.

“Recorre una con el boletito. Allá te bajas a una cuadra y ya te cobran otro boleto, entonces ayuda”, comenta la mujer que se apoya en un bastón para caminar

Y aunque los camiones de las rutas principales tienen asientos exclusivos y facilidades para personas mayores o con problemas de movilidad, las unidades de las rutas troncales son a todas luces menos cómodas.

Así que María sube con ayuda de su hijo los escalones del camión para regresar a su casa después de viajar por primera ocasión en la ruta principal.

En ese recorrido se puede constatar el descuido de algunas estaciones para ascenso y descenso con cristales quebrados, otras definitivamente sin cristales y al menos una cerrada por una obra ajena en curso.

Los tiempos de los recorridos, que también estarían medidos, no existen. En el trayecto del bulevar Insurgentes a la zona centro, el camión se tuvo que detener por algunos momentos a consecuencia del tránsito.

Ya de regreso los usuarios comienzan a descender para seguir su camino a casa, aunque no siempre donde bajan encuentran la manera de caminar libremente.

Por ejemplo en la estación Ciénega, a pesar del riesgo por la falta de banquetas y el congestionamiento de la tarde, las personas pasan por debajo del puente vehicular.

Subir tampoco es la mejor opción porque en la delgada banqueta no hay nada que proteja a los ciudadanos de los autos que pasan a unos pocos centímetros a toda velocidad.

Lo cierto es que no todo son deficiencias, y el trato de los conductores a los pasajeros parece haber mejorado en comparación con el resto del transporte público de la ciudad.

No se extraña la música a todo volumen, ni los bruscos arrancones del camión cuando los usuarios todavía no terminan de acomodarse en su lugar.

Pasan las seis de la tarde y el camión está por llegar de vuelta a la estación del bulevar Insurgentes cuando la tranquilidad entre los pasajeros se rompe.

Un joven que durante mucho tiempo estuvo de pie en el pasillo central camina a la puerta, y una mujer que iba sentada junto a él intenta impedirlo jalando un suéter que él llevaba en los brazos.

“¡Cochino!”, grita ella y varios de los pasajeros voltean para tratar de entender qué es lo que está sucediendo mientras el joven se escabulle dentro del mismo camión que sigue en movimiento.

La mujer lo acusa de masturbarse junto a ella y agita las manos en un esfuerzo por sacudirse una sensación de asco.

Alguien más afirma que en el mismo camión viene un policía y otras personas piden que no dejen bajar al joven acusado. Él se queda de pie frente a la puerta que no se abrirá hasta llegar a la terminal.

Son instantes tensos y cuando la puerta se abre es el primero en bajar, se lleva un golpe de la mujer que lo acusa pero camina rápido para dejar la estación y nadie hace por detenerlo.

Tampoco hay policías cerca y es difícil saber si las pequeñas cámaras de video en el camión funcionan y captaron algo.

Daniel Ángel Rubio

Es la hora pico y decenas de personas comienzan a saturar el camión del Sistema Integral de Transporte de Tijuana (SITT), para regresar a su hogar tras la jornada diaria. “A veces vamos hasta abrazados”, dice una risueña joven estudiante que sube a la unidad en la terminal Garita Puerta México después de un día de clases del otro lado de la frontera.

“Solamente me ha tocado ver que una vez no pudieron subir a una persona en silla de ruedas porque no cabía”, platica hasta que una amiga suya sube al camión y se sienta junto a ella.

La unidad salió de la Terminal Insurgentes poco antes de las cuatro y media de la tarde y en poco más de un par de horas recorrió el circuito completo hasta la avenida Revolución y de regreso.

Los pasajeros parecen familiarizados con el sistema de transporte público que sigue sin ser todo lo que las autoridades prometieron durante años de estudios y proyectos.

Pagan en efectivo porque aún no hay tarjetas para pago electrónico, se adecuan a la deficiente infraestructura alrededor de algunas estaciones, e incluso a la falta de baños en la terminal primaria.

“Allá enfrente le cobran cinco pesos”, sugiere una mujer a propósito de los sanitarios cerrados que solo usan choferes, y que aparentemente también sirven como bodega.

El Sol de Tijuana buscó una entrevista con Javier Salas, el director del SITT que tiene sus oficinas en las instalaciones del bulevar Insurgentes, pero canceló la cita un día antes argumentando motivos de agenda.

María Montes no es una usuaria frecuente del SITT, vive en la Colonia Obrera y para llegar a la terminal en Insurgentes viajó en una de las llamadas rutas alimentadoras.

“Recorre una con el boletito. Allá te bajas a una cuadra y ya te cobran otro boleto, entonces ayuda”, comenta la mujer que se apoya en un bastón para caminar

Y aunque los camiones de las rutas principales tienen asientos exclusivos y facilidades para personas mayores o con problemas de movilidad, las unidades de las rutas troncales son a todas luces menos cómodas.

Así que María sube con ayuda de su hijo los escalones del camión para regresar a su casa después de viajar por primera ocasión en la ruta principal.

En ese recorrido se puede constatar el descuido de algunas estaciones para ascenso y descenso con cristales quebrados, otras definitivamente sin cristales y al menos una cerrada por una obra ajena en curso.

Los tiempos de los recorridos, que también estarían medidos, no existen. En el trayecto del bulevar Insurgentes a la zona centro, el camión se tuvo que detener por algunos momentos a consecuencia del tránsito.

Ya de regreso los usuarios comienzan a descender para seguir su camino a casa, aunque no siempre donde bajan encuentran la manera de caminar libremente.

Por ejemplo en la estación Ciénega, a pesar del riesgo por la falta de banquetas y el congestionamiento de la tarde, las personas pasan por debajo del puente vehicular.

Subir tampoco es la mejor opción porque en la delgada banqueta no hay nada que proteja a los ciudadanos de los autos que pasan a unos pocos centímetros a toda velocidad.

Lo cierto es que no todo son deficiencias, y el trato de los conductores a los pasajeros parece haber mejorado en comparación con el resto del transporte público de la ciudad.

No se extraña la música a todo volumen, ni los bruscos arrancones del camión cuando los usuarios todavía no terminan de acomodarse en su lugar.

Pasan las seis de la tarde y el camión está por llegar de vuelta a la estación del bulevar Insurgentes cuando la tranquilidad entre los pasajeros se rompe.

Un joven que durante mucho tiempo estuvo de pie en el pasillo central camina a la puerta, y una mujer que iba sentada junto a él intenta impedirlo jalando un suéter que él llevaba en los brazos.

“¡Cochino!”, grita ella y varios de los pasajeros voltean para tratar de entender qué es lo que está sucediendo mientras el joven se escabulle dentro del mismo camión que sigue en movimiento.

La mujer lo acusa de masturbarse junto a ella y agita las manos en un esfuerzo por sacudirse una sensación de asco.

Alguien más afirma que en el mismo camión viene un policía y otras personas piden que no dejen bajar al joven acusado. Él se queda de pie frente a la puerta que no se abrirá hasta llegar a la terminal.

Son instantes tensos y cuando la puerta se abre es el primero en bajar, se lleva un golpe de la mujer que lo acusa pero camina rápido para dejar la estación y nadie hace por detenerlo.

Tampoco hay policías cerca y es difícil saber si las pequeñas cámaras de video en el camión funcionan y captaron algo.

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