/ lunes 7 de mayo de 2018

Soy 70% literatura y 30% vida real: Martín Solares

Al escritor tamaulipeco le interesa contar las palabras que han dejado de utilizarse, las palabras que están secuestradas, escondidas, mal empleadas y tratar de hacer algo a propósito de esas palabras

¿Qué te interesa contar como novelista?


Decía Salman Rushdie que “la verdadera misión de un novelista es encontrar las palabras secretas de su tribu”; las palabras que han dejado de utilizarse, las palabras que están secuestradas, escondidas, mal empleadas y tratar de hacer algo a propósito de esas palabras. Es una cosa que he tratado de hacer a mi manera. Cuando escribo, me interesa apresar entre las manos una rebanada de la vida en el Golfo de México. Transmitir a mis lectores el calor que hay en esas playas, el horror de estar en una oleada de mosquitos y el placer de estar con amigos tomando una cerveza en la playa o en alguna laguna. La fascinación de encontrar a tantos narradores con extraordinarias cosas que contar. Crecí escuchando estas historias. Me interesa hacer una mezcla entre la literatura realista (de las cuales el género policiaco es uno de sus máximos exponentes) y la narrativa fantástica, que te puede llevar a metáforas insospechadas a partir de elementos de la realidad que a nadie se le hubiera ocurrido que podía mezclarse. Para que esas historias sean plausibles se necesita un espacio más grande que el cuento, por eso soy novelista, porque sentimos que estamos solos en un desierto, y a medida que avanzamos nos damos cuenta que en realidad no es una isla, sino un continente muy basto y lleno de sorpresas exquisitas.



¿Es la lectura un método de escape de la realidad o más bien una forma de rebelarse ante la vida?


La lectura exclusivamente de textos literarios, en soportes tradicionales o no, se me hace una de las mejores cosas que han existido en la humanidad. Te confieso que renuncié a la edición hace ya un par de años porque me di cuenta de que tenía 22 vueltas al sol dedicado a corregir y reescribir los libros de otros autores, que le dedicaba poco tiempo a leer lo que yo quería leer y escribir. Leí la Ilíada por primera vez a los 11 años y volver a leerla con calma y por placer varias décadas después. Releer así es un viaje fabuloso a tu propia infancia y a la memoria que tenías de ese libro, pero además una andanza hacia el centro de la ficción que te está formando y determina lo que haces en la vida. Creo que uno de los que más me determinó a mi fue la Ilíada; esa creación de personajes inolvidables. Esa manera de mezclar las pasiones de los dioses con las emociones de los hombres me parece inigualable. Nadie los ha logrado tan bien como ese grupo de mariachis al que llamamos Homero, y digo mariachis porque se dice que Homero no fue solo un escritor, sino varias generaciones de músicos que, corrección tras corrección, llegaron al resultado que conocemos.



En tu novela “No Manden Flores”, la palabra “justicia” apenas y aparece un par de veces dentro de las 454 páginas de la trama; ¿a qué se debe este límite?


Fue un propósito deliberado. Desde que empezó la denuncia en México, a finales del gobierno de Vicente Fox, me di cuenta de que los encargados de hacer justicia en este país utilizaban cada vez menos esa palabra. En lugar de prometer que se haría “justicia hasta las últimas consecuencias”, cada vez que alguien lanzaba un granadazo en Michoacán, o cada vez que se encontraba una enésima masacre en Ciudad Juárez, en Tamaulipas, en Sinaloa o en Baja California, se protegían unos a otros alegando que ese crimen en particular no era de su competencia, que se iba a investigar cuando en realidad lo que hacían era posponer la realización del trabajo por el cual nosotros les pagamos un sueldo. Me molestó muchísimo, pues estábamos prescindiendo de una palabra que es capital para la serenidad de un país. Estábamos perdiendo de vista esa palabra; ‘“justicia”, y otras como “paz”. Por ello me propuse a escribir una novela en la cual esa palabra no se utilizara nunca. En los ocho años que escribí “No Manden Flores”, me di cuenta de que basta que retires una palabra esencial de la vida cotidiana para que todo el panorama se vuelva terrible. Eso es lo que ha estado pasando en México. Un puñado de personas está buscando una palabra que se llama “dinero” y se olvidan de una palabra que se llama “justicia”, provocando el caos que todos conocemos.



¿Consideras la justicia como un hecho esporádico en la realidad mexicana?


Yo más bien diría que es un hecho inexistente. Lo que estamos viendo es la burocracia de la administración de la justicia. Lo que vemos es una serie de escándalos mediáticos largamente meditados. No tenemos la certeza de que alguna de las personas que están en la cárcel acusados del asesinato de Javier Valdez, de cualquier periodista o de cualquier persona en la calle sean realmente quienes los de la justicia alegan que son. Tengo la sensación de que la principal industria mexicana, además del secuestro y la extorsión, es la creación de chivos expiatorios, algo que me preocupa mucho. Veo nulas intenciones de hacer la tarea de recuperar la paz en el país, comenzando por impulsar más la cultura y esas actividades que nos pongan en contacto con otra parte del sesgo que no implica la violencia.


--------------------------


Sobre de tu personaje Carlos Treviño, un detective muy distinto a muchos dentro del género de la “Novela negra”; un expolicía con miedo, muy humano. ¿Se debe a que el personaje es en parte alter ego del autor o un apego más realista al contexto de nuestro país?


Antes de publicar mi primera novela, fui durante muchos años editor de literatura. Una de las cosas que más me molestaban era encontrar tantos escritores latinoamericanos que en lugar de crear algo propio, a partir de la realidad en la que crecieron, preferían calcar las novelas policiacas norteamericanas o europeas con resultados desastrosos. Veíamos a policías en Morelia hablando como personas de “La Ley y el Orden”, y no veíamos a personajes con una realidad mexicana. Eran seres acartonados con una capacidad muy superficial de resolver los misterios a los que se debían enfrentar y que ocurrían en su entorno. Mientras escribía mi novela “Los Minutos Negros” me fui a entrevistar a una docena de policías de Tamaulipas para ver qué soñaban, cuánto ganaban al mes, cuánto ganaban al mes legalmente, cuántas parejas tenían, cuántos zapatos tenían. Les pregunté muchas cosas mientras estuve ahí, y sus silencios fueron más elocuentes que sus palabras. Gracias a ese impacto espeluznante que fue conocer la pobreza, la miseria, la necesidad extrema en la que vivían muchos policías mexicanos, poco a poco fueron surgiendo personajes auténticos. Después de unas semanas de conversar con ellos y de entrevistarlos en profundidad, solo tuve que concentrarme en seguir un poco la imaginación. Mientras escribía “No Manden Flores” no tuve que ir a investigar una sola vez a Veracruz, Tamaulipas, Campeche, Nuevo León o Coahuila, porque son las fronteras chicas en las que yo crecí. En cambio, las historias llegaron a mí. Me percaté de que 50% de mis compañeros de generación en Tamaulipas se fueron a finales del sexenio de Fox, durante el gobierno de Calderón y con el de Enrique Peña Nieto por haber sufrido algún asalto, extorsión o secuestro ante un clima de impunidad total. Cada vez que me los encontraba en Ciudad de México o en otras ciudades me contaban estas historias. Yo dejé lo que estaba haciendo entonces, una novela más optimista, y no pude hacer otra cosa que escribir “No Manden Flores” durante ocho años, para crear algo que no fuera horror total, sino una historia imaginaria basada en la realidad y con ella a Carlos Treviño.



¿Qué estás leyendo en estos días?


Ahora mismo estoy leyendo la biografía de unos cuentos surrealistas para incluirlos en la siguiente novela que estoy escribiendo. También leo un mapa de París muy particular. Otra lectura es un manual de armas de 1920 y por último tengo por lectura una cosa ridícula, tan así que cuando fui a la biblioteca me dio mucha pena; es un manual de corte y confección de los años 20. Quiero saber cómo diablos hacían esos vestidos. Me decían “¿es usted sastre?”, y les respondía “sí, soy sastre, pero sobre todo soy albañil”.



¿De qué autores estás hecho?


De Homero, de Mark Twain, de Julio Verne, ellos como autores de la primerísima infancia. Ahora los que más me han impactado son Antonio Tabucchi, Gustavo Pereira, Agota Kristof, Cormac McCarthy, Bohumil Hrabal, y te diré que todo Borges, todo Cabrera Infante, casi todo Vargas Llosa y casi todo García Márquez. También un par de narradores contemporáneos que he seguido con mucha curiosidad; Bernardo Atxaga, un narrador vasco extraordinario, Horacio Castellanos de El Salvador, por supuesto Roberto Bolaño y Rodrigo Rey Rosa de Guatemala. Soy 70% literatura y 30% vida real.



Libro que consideras que todo mexicano debe leer.


Hay varios, aunque considero que depende de en qué ciudad me lo preguntes. Si me preguntas qué hay que leer en Guanajuato te diría que Jorge Ibargüengoitia, si me lo preguntas en Mérida te diría que ahí hay excelentes narradores extraordinarios. Es una tontería absoluta quedarse con un solo tipo de literatura. Yo estoy siempre con un pie en lo policiaco y el otro en lo literario. He podido constatar la falta de solvencia de muchos colegas en cada uno de sus bandos. Conozco narradores policiales que consideran una traición a la vocación personal leer un libro que no tenga detectives y al mismo tiempo conozco a muchos críticos literarios que se ufanan de jamás haber leído un solo libro de Sherlock Holmes o Raymond Chandler. No se dan cuenta que la literatura de lo policiaco viene de la misma Ilíada y la Odisea, pasando por Edipo Rey, Macbeth y así llega a nuestros días. Ese tipo de literatura, la policiaca, siempre va a tratar de entender el horror de un crimen y de lo que significa haber cometido un error.



Escribes también para niños y además tienes hijos. En ese contexto, ¿crees que debe ser compartida la tarea entre maestros y padres sobre acercar a los pequeños a la lectura?


Sí, y es un reto porque los papás están muy cansados y los maestros siempre están desbordados. Lo que yo digo es que, si no tienen tiempo de contarle un cuento cada noche a sus hijos, por lo menos inviten a un escritor una vez al mes a su escuela para que les cuente una historia y los niños entiendan los que significa ser arrebatados por una magnífica ficción. A mi eso me fascina.



¿Viene algún proyecto a futuro, alguna nueva novela?


Sí, es una nueva novela policiaca y fantástica donde me di el lujo de alterar un poco la proporción de los componentes, una novela que se llama “Catorce Colmillos”. Es una historia de París, donde yo estudié siete años y medio, y a donde cada vez que puedo regreso una semana o dos, para ver bibliotecas, cafés, cine y amigos, no siempre en ese orden. Hace como 10 años tuve una primera pesadilla que ocurría en París, cuando soñé con esa ciudad y con la calle en que yo vivía. Aunque fuera inmigrante, no dominara el francés a la perfección, no conociera la literatura como me hubiera gustado y no conociera a los personajes que yo pretendía desarrollar, sentí el derecho de escribir de París porque ya soñaba con ella. Una ciudad que adoraba y me asustaba al mismo tiempo. Empecé a escribir un borrador de historia y poco a poco ese borrador en mis ratos libres se fue terminando casi por sí mismo. Terminé el año pasado una primera versión que me gustaba mucho. Yo quería que fuera como una especie de confesión vital de un policía que tiene poco tiempo y muchas ganas de contar algo que le pasó porque está tratando de comprenderlo y asimilarlo.

Yo creo que el mejor punto de partida de la literatura policiaca no es tanto la manera que los narradores fríos y metódicos cuentan la historia, esos narradores que ya saben donde van a terminar incluso antes de abrir la boca. Yo prefiero a esos narradores brutales y distraídos que llegan a la barra de un bar y voltean con un amigo y empiezan a contar una historia fascinante, una que no acaban de entender y protagonizaron ellos mismos. Yo intenté hacer eso, con un joven policía que está saliendo de la preparatoria y que por su sagacidad en ciertos temas lo invitan a ser parte de la brigada nocturna de París, que se dedica a investigar hechos extraños, donde se ve obligado para resolver uno de sus primeros casos, a infiltrar a los surrealistas justo cuando se están peleando a muerte con los enemigos. Inventé entonces a un surrealista con ganas de contarle todo esto a un policía; la debacle que estaban viviendo sus amigos artistas y todas las dudas que tenían sobre el futuro de Francia. Sobre los políticos que estaban gobernando con las patas en un país maravilloso. Como soy mexicano y tengo los pies aquí en la Ciudad de México, todo el tiempo estoy haciendo guiños a lo que pasa ahora. Entonces me voy a París para hablar mejor de México.

¿Qué te interesa contar como novelista?


Decía Salman Rushdie que “la verdadera misión de un novelista es encontrar las palabras secretas de su tribu”; las palabras que han dejado de utilizarse, las palabras que están secuestradas, escondidas, mal empleadas y tratar de hacer algo a propósito de esas palabras. Es una cosa que he tratado de hacer a mi manera. Cuando escribo, me interesa apresar entre las manos una rebanada de la vida en el Golfo de México. Transmitir a mis lectores el calor que hay en esas playas, el horror de estar en una oleada de mosquitos y el placer de estar con amigos tomando una cerveza en la playa o en alguna laguna. La fascinación de encontrar a tantos narradores con extraordinarias cosas que contar. Crecí escuchando estas historias. Me interesa hacer una mezcla entre la literatura realista (de las cuales el género policiaco es uno de sus máximos exponentes) y la narrativa fantástica, que te puede llevar a metáforas insospechadas a partir de elementos de la realidad que a nadie se le hubiera ocurrido que podía mezclarse. Para que esas historias sean plausibles se necesita un espacio más grande que el cuento, por eso soy novelista, porque sentimos que estamos solos en un desierto, y a medida que avanzamos nos damos cuenta que en realidad no es una isla, sino un continente muy basto y lleno de sorpresas exquisitas.



¿Es la lectura un método de escape de la realidad o más bien una forma de rebelarse ante la vida?


La lectura exclusivamente de textos literarios, en soportes tradicionales o no, se me hace una de las mejores cosas que han existido en la humanidad. Te confieso que renuncié a la edición hace ya un par de años porque me di cuenta de que tenía 22 vueltas al sol dedicado a corregir y reescribir los libros de otros autores, que le dedicaba poco tiempo a leer lo que yo quería leer y escribir. Leí la Ilíada por primera vez a los 11 años y volver a leerla con calma y por placer varias décadas después. Releer así es un viaje fabuloso a tu propia infancia y a la memoria que tenías de ese libro, pero además una andanza hacia el centro de la ficción que te está formando y determina lo que haces en la vida. Creo que uno de los que más me determinó a mi fue la Ilíada; esa creación de personajes inolvidables. Esa manera de mezclar las pasiones de los dioses con las emociones de los hombres me parece inigualable. Nadie los ha logrado tan bien como ese grupo de mariachis al que llamamos Homero, y digo mariachis porque se dice que Homero no fue solo un escritor, sino varias generaciones de músicos que, corrección tras corrección, llegaron al resultado que conocemos.



En tu novela “No Manden Flores”, la palabra “justicia” apenas y aparece un par de veces dentro de las 454 páginas de la trama; ¿a qué se debe este límite?


Fue un propósito deliberado. Desde que empezó la denuncia en México, a finales del gobierno de Vicente Fox, me di cuenta de que los encargados de hacer justicia en este país utilizaban cada vez menos esa palabra. En lugar de prometer que se haría “justicia hasta las últimas consecuencias”, cada vez que alguien lanzaba un granadazo en Michoacán, o cada vez que se encontraba una enésima masacre en Ciudad Juárez, en Tamaulipas, en Sinaloa o en Baja California, se protegían unos a otros alegando que ese crimen en particular no era de su competencia, que se iba a investigar cuando en realidad lo que hacían era posponer la realización del trabajo por el cual nosotros les pagamos un sueldo. Me molestó muchísimo, pues estábamos prescindiendo de una palabra que es capital para la serenidad de un país. Estábamos perdiendo de vista esa palabra; ‘“justicia”, y otras como “paz”. Por ello me propuse a escribir una novela en la cual esa palabra no se utilizara nunca. En los ocho años que escribí “No Manden Flores”, me di cuenta de que basta que retires una palabra esencial de la vida cotidiana para que todo el panorama se vuelva terrible. Eso es lo que ha estado pasando en México. Un puñado de personas está buscando una palabra que se llama “dinero” y se olvidan de una palabra que se llama “justicia”, provocando el caos que todos conocemos.



¿Consideras la justicia como un hecho esporádico en la realidad mexicana?


Yo más bien diría que es un hecho inexistente. Lo que estamos viendo es la burocracia de la administración de la justicia. Lo que vemos es una serie de escándalos mediáticos largamente meditados. No tenemos la certeza de que alguna de las personas que están en la cárcel acusados del asesinato de Javier Valdez, de cualquier periodista o de cualquier persona en la calle sean realmente quienes los de la justicia alegan que son. Tengo la sensación de que la principal industria mexicana, además del secuestro y la extorsión, es la creación de chivos expiatorios, algo que me preocupa mucho. Veo nulas intenciones de hacer la tarea de recuperar la paz en el país, comenzando por impulsar más la cultura y esas actividades que nos pongan en contacto con otra parte del sesgo que no implica la violencia.


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Sobre de tu personaje Carlos Treviño, un detective muy distinto a muchos dentro del género de la “Novela negra”; un expolicía con miedo, muy humano. ¿Se debe a que el personaje es en parte alter ego del autor o un apego más realista al contexto de nuestro país?


Antes de publicar mi primera novela, fui durante muchos años editor de literatura. Una de las cosas que más me molestaban era encontrar tantos escritores latinoamericanos que en lugar de crear algo propio, a partir de la realidad en la que crecieron, preferían calcar las novelas policiacas norteamericanas o europeas con resultados desastrosos. Veíamos a policías en Morelia hablando como personas de “La Ley y el Orden”, y no veíamos a personajes con una realidad mexicana. Eran seres acartonados con una capacidad muy superficial de resolver los misterios a los que se debían enfrentar y que ocurrían en su entorno. Mientras escribía mi novela “Los Minutos Negros” me fui a entrevistar a una docena de policías de Tamaulipas para ver qué soñaban, cuánto ganaban al mes, cuánto ganaban al mes legalmente, cuántas parejas tenían, cuántos zapatos tenían. Les pregunté muchas cosas mientras estuve ahí, y sus silencios fueron más elocuentes que sus palabras. Gracias a ese impacto espeluznante que fue conocer la pobreza, la miseria, la necesidad extrema en la que vivían muchos policías mexicanos, poco a poco fueron surgiendo personajes auténticos. Después de unas semanas de conversar con ellos y de entrevistarlos en profundidad, solo tuve que concentrarme en seguir un poco la imaginación. Mientras escribía “No Manden Flores” no tuve que ir a investigar una sola vez a Veracruz, Tamaulipas, Campeche, Nuevo León o Coahuila, porque son las fronteras chicas en las que yo crecí. En cambio, las historias llegaron a mí. Me percaté de que 50% de mis compañeros de generación en Tamaulipas se fueron a finales del sexenio de Fox, durante el gobierno de Calderón y con el de Enrique Peña Nieto por haber sufrido algún asalto, extorsión o secuestro ante un clima de impunidad total. Cada vez que me los encontraba en Ciudad de México o en otras ciudades me contaban estas historias. Yo dejé lo que estaba haciendo entonces, una novela más optimista, y no pude hacer otra cosa que escribir “No Manden Flores” durante ocho años, para crear algo que no fuera horror total, sino una historia imaginaria basada en la realidad y con ella a Carlos Treviño.



¿Qué estás leyendo en estos días?


Ahora mismo estoy leyendo la biografía de unos cuentos surrealistas para incluirlos en la siguiente novela que estoy escribiendo. También leo un mapa de París muy particular. Otra lectura es un manual de armas de 1920 y por último tengo por lectura una cosa ridícula, tan así que cuando fui a la biblioteca me dio mucha pena; es un manual de corte y confección de los años 20. Quiero saber cómo diablos hacían esos vestidos. Me decían “¿es usted sastre?”, y les respondía “sí, soy sastre, pero sobre todo soy albañil”.



¿De qué autores estás hecho?


De Homero, de Mark Twain, de Julio Verne, ellos como autores de la primerísima infancia. Ahora los que más me han impactado son Antonio Tabucchi, Gustavo Pereira, Agota Kristof, Cormac McCarthy, Bohumil Hrabal, y te diré que todo Borges, todo Cabrera Infante, casi todo Vargas Llosa y casi todo García Márquez. También un par de narradores contemporáneos que he seguido con mucha curiosidad; Bernardo Atxaga, un narrador vasco extraordinario, Horacio Castellanos de El Salvador, por supuesto Roberto Bolaño y Rodrigo Rey Rosa de Guatemala. Soy 70% literatura y 30% vida real.



Libro que consideras que todo mexicano debe leer.


Hay varios, aunque considero que depende de en qué ciudad me lo preguntes. Si me preguntas qué hay que leer en Guanajuato te diría que Jorge Ibargüengoitia, si me lo preguntas en Mérida te diría que ahí hay excelentes narradores extraordinarios. Es una tontería absoluta quedarse con un solo tipo de literatura. Yo estoy siempre con un pie en lo policiaco y el otro en lo literario. He podido constatar la falta de solvencia de muchos colegas en cada uno de sus bandos. Conozco narradores policiales que consideran una traición a la vocación personal leer un libro que no tenga detectives y al mismo tiempo conozco a muchos críticos literarios que se ufanan de jamás haber leído un solo libro de Sherlock Holmes o Raymond Chandler. No se dan cuenta que la literatura de lo policiaco viene de la misma Ilíada y la Odisea, pasando por Edipo Rey, Macbeth y así llega a nuestros días. Ese tipo de literatura, la policiaca, siempre va a tratar de entender el horror de un crimen y de lo que significa haber cometido un error.



Escribes también para niños y además tienes hijos. En ese contexto, ¿crees que debe ser compartida la tarea entre maestros y padres sobre acercar a los pequeños a la lectura?


Sí, y es un reto porque los papás están muy cansados y los maestros siempre están desbordados. Lo que yo digo es que, si no tienen tiempo de contarle un cuento cada noche a sus hijos, por lo menos inviten a un escritor una vez al mes a su escuela para que les cuente una historia y los niños entiendan los que significa ser arrebatados por una magnífica ficción. A mi eso me fascina.



¿Viene algún proyecto a futuro, alguna nueva novela?


Sí, es una nueva novela policiaca y fantástica donde me di el lujo de alterar un poco la proporción de los componentes, una novela que se llama “Catorce Colmillos”. Es una historia de París, donde yo estudié siete años y medio, y a donde cada vez que puedo regreso una semana o dos, para ver bibliotecas, cafés, cine y amigos, no siempre en ese orden. Hace como 10 años tuve una primera pesadilla que ocurría en París, cuando soñé con esa ciudad y con la calle en que yo vivía. Aunque fuera inmigrante, no dominara el francés a la perfección, no conociera la literatura como me hubiera gustado y no conociera a los personajes que yo pretendía desarrollar, sentí el derecho de escribir de París porque ya soñaba con ella. Una ciudad que adoraba y me asustaba al mismo tiempo. Empecé a escribir un borrador de historia y poco a poco ese borrador en mis ratos libres se fue terminando casi por sí mismo. Terminé el año pasado una primera versión que me gustaba mucho. Yo quería que fuera como una especie de confesión vital de un policía que tiene poco tiempo y muchas ganas de contar algo que le pasó porque está tratando de comprenderlo y asimilarlo.

Yo creo que el mejor punto de partida de la literatura policiaca no es tanto la manera que los narradores fríos y metódicos cuentan la historia, esos narradores que ya saben donde van a terminar incluso antes de abrir la boca. Yo prefiero a esos narradores brutales y distraídos que llegan a la barra de un bar y voltean con un amigo y empiezan a contar una historia fascinante, una que no acaban de entender y protagonizaron ellos mismos. Yo intenté hacer eso, con un joven policía que está saliendo de la preparatoria y que por su sagacidad en ciertos temas lo invitan a ser parte de la brigada nocturna de París, que se dedica a investigar hechos extraños, donde se ve obligado para resolver uno de sus primeros casos, a infiltrar a los surrealistas justo cuando se están peleando a muerte con los enemigos. Inventé entonces a un surrealista con ganas de contarle todo esto a un policía; la debacle que estaban viviendo sus amigos artistas y todas las dudas que tenían sobre el futuro de Francia. Sobre los políticos que estaban gobernando con las patas en un país maravilloso. Como soy mexicano y tengo los pies aquí en la Ciudad de México, todo el tiempo estoy haciendo guiños a lo que pasa ahora. Entonces me voy a París para hablar mejor de México.

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