Silvia Ocampo fue deportada de Estados Unidos hace tres años, después de vivir allá casi toda su vida, ahora en Tijuana es comerciante, en lo que espera la resolución de la corte sobre su petición de regresar, con ella viven su esposo, también deportado y su hija menor, una niña de 11 años, que ha tenido que seguir a sus padres en la deportación y que requiere de educación especial al padecer dislexia.
“Es una vida muy difícil, porque el salario de aquí es muy mínimo, ahorita con las clases virtuales, tener que andar con la niña es muy complicado”, comentó Silvia, al referir cómo la pandemia por el Covid-19 ha afectado aún más su vida en México.
“Hemos estado apelando el caso, pero la corte me lo niega, me pusieron una felonía por supuestamente tener una licencia de California”, recordó Silvia, siendo deportada unos días antes de su citatorio en la corte para presentar su caso, hace tres años casi.
“Ellos solo querían sacarme ese mismo día, me negué, y me sacaron ocho días antes, me amenazaron de que me iban a poner cargos federales y que me iban a aventar a Texas, en donde yo no conozco a nadie”, narró la madre deportada.
Cuando estaban en Estados Unidos, su hija recibía clases especiales por parte del distrito educativo, un apoyo que en México le ha hecho mucha falta, los dos primeros años de su deportación, con mucho esfuerzo narró que pagaban un colegio privado en donde la niña pudiera recibir la orientación necesaria, sin embargo, la falta de recurso económico la ha hecho abandonar esta educación.
En el verano pasado, la pudo inscribir con una maestra y psicóloga en terapia del lenguaje, “ella fue la que le detectó la dislexia, antes no sabíamos cómo se llamaba el problema que ella tenía”.
La pequeña llora al preguntarle a su mamá porque no pueden vivir en Estados Unidos, con sus hermanos. Silvia dejó en el vecino país del norte, a tres hijos más, todos adultos, el más joven se encuentra becado en la universidad.
Silvia estuvo incluso detenida por migración en San Diego antes de ser deportada