/ sábado 1 de febrero de 2020

"Campestre o nada", la lucha por UABC

Jesús Águila Meza cuenta el episodio y los antecedentes de aquel día de 1971 para exigir una universidad

En la UABC Campus Tijuana no hay un solo elemento que recuerde la lucha de unos jóvenes que empujados por la necesidad y la aventura tomaron las instalaciones del exclusivo Club Campestre para exigir una universidad.

Jesús Águila Meza, un contador de voz alegre y caminar ligeramente encorvado, lo cuenta mientras salta con dotes de narrador entre el episodio y los antecedentes de aquel día de 1971.

Eran una universidad que existía solo en el papel de un decreto, una incipiente preparatoria federal en la que estudió, y un movimiento estudiantil no exento de la política que México respiraba tras la matanza de Tlatelolco.

“Los más aventajados, los líderes, empiezan a hacer campañas para darnos la idea de que se necesitaba un campus universitario. Nosotros, que no teníamos para donde hacernos, vimos la posibilidad. Se hizo una marcha. Nos juntamos en la esquina de la calle octava y revolución, a un ladito del Jai-Alai. Era un terreno baldío. Esperando toda la bola a que llegaran unos líderes, increíblemente llegaron contingentes de secundarias”.

Con una sorpresa que parece sobrevivirle desde entonces, recuerda cómo caminaron hacia el conocido club, donde ya desde entonces departían empresarios y políticos, para exigirles el campus universitario.

¿POR QUÉ AL CAMPESTRE?

Aquí Águila Meza hace una pausa y su mente va todavía más atrás. Al problema de la tenencia de la tierra, cuando la empresa norteamericana Inmuebles Californianos SA, (ICSA), demostró haber comprado la tierra a la familia Argüello.

“Llegaron y reclamaron todos los terrenos de la ciudad de Tijuana. La ciudad obviamente se oponía a la compañía ICSA. Creció el pánico”

ICSA al final reclamo sólo tres terrenos: El hipódromo, la colonia Chapultepec y el Club Campestre, pero mientras los dos primeros negociaron, el tercero decidió pelear legalmente, y perdió.

“El gobierno del estado toma partido, obviamente, con los socios del campestre. Entonces emite un decreto expropiatorio del Club Campestre, donde dice estos terrenos son de utilidad pública. Los líderes dicen: ¿Terrenos expropiados para utilidad pública? Universidad”.

Foto: Ángeles García | El Sol de Tijuana

La voz del hombre que entonces era un adolescente entre muchos más regresa a la noche en que el contingente llegó al Monumento al libro, donde los ánimos crecieron con los mensajes de esos líderes aderezados por la vitalidad del grupo de estudiantes.

“Nos estaban motivando prácticamente a invadir el campestre. Sin embargo los líderes siempre fueron prudentes”.

Quisieron hablar con los socios del club que alguna vez tuvo sus puertas selladas por orden judicial a causa de la derrota legal con ICSA, pero no hubo acuerdo.

“Algo sucedió porque se cayó el cerco. Y ahí vamos todos los estudiantes para dentro, a los terrenos. Las instalaciones quedaron igual. Invadimos el Club Campestre la noche del 5 de febrero de 1971”.

“Estuvimos siempre vigilados por la Policía Judicial. Reportaba todos los movimientos que hacíamos a la Secretaría de Gobernación. Testimonio de uno de los policías, y nos dio evidencia. Pero jamás tocaron un solo estudiante. Por supuesto teníamos miedo. Acababa de pasar 1968”.

“El hostigamiento normal de estar siendo vigilados, pero nada más”, comenta tratando de restarle importancia.

Recuerda que llegaron casas de campaña y alimentos para sostenerse en ese campamento que al final duró tres meses.

En ese inter construyeron aulas de madera y algunos profesores solidariamente acudieron a dar clases.

DURMIENDO CON EL ENEMIGO

Pero llegó otro enfrentamiento con quienes eran entonces la élite económica de ésta, hoy considerada la cuarta o quinta ciudad más importante del país.

“Seguían jugando golf, y nosotros teníamos cierto espacio. Hasta que a alguien se le ocurrió que no podíamos estar así. Entonces empezamos a hacer algunas travesuras. Surgió la idea de tapar los hoyos del campo de golf. Pero se tapó con excremento humano. Entonces al otro día que llegaron, se mancharon las manos. Hubo enojos, reclamos, pleitos. Nos enfrentaron con los trabajadores. Después la decisión fue invadir las instalaciones”.

Durante una noche en la que él no estuvo, los estudiantes dejaron las casas de campaña en las que dormían con frío, y entraron al tibio edificio donde los socios del club disfrutaban tranquilamente.

Ya con la prensa en el lugar, hasta el más molesto y alcoholizado empresario se abstuvo de resistirse a lo que era claramente una derrota.

“Salieron por su propio pie. Ya habían roto los sellos. Nosotros de alguna manera servimos como un escudo para los mismos socios contra ICSA. Al día siguiente se abrieron las instalaciones para el pueblo. Los muchachos en bola se metieron a la alberca y se pusieron a hacer…”

Una risa lo interrumpe y quién sabe cuántas cosas pasan por la cabeza del contador, y aunque pareciera que lo lamenta, después lo justifica.

“Era una propiedad privada, entendemos ahora la ilegalidad y el desastre que hicimos, pero era para nosotros un objetivo noble. Sí pensábamos, honestamente, que ahí podía quedar la universidad”.

ENTRE WOODSTOCK Y AVÁNDARO ESTÁ CAMPESTRE

El paso del tiempo trajo el cansancio y los problemas por la suspensión de servicios públicos, así que el grupo mermó.

“Vino una medida de tratar de salvar el movimiento. Un acontecimiento único en Tijuana, en todo México. Podemos mencionar a nivel mundial. A dos compañeros se les ocurrió organizar un concierto. No fue uno, fueron dos conciertos de rock con todas las bandas que tocaban en la avenida revolución en vivo. Fueron miles de estudiantes”.

Para resolver el problema, el entonces presidente Luis Echeverría llamó a ICSA, a los socios del Club Campestre, y al gobierno del estado. Entonces dotó a la universidad de los terrenos que hoy están en Otay, donde nada recuerda aquel episodio.

Al preguntarle por las condiciones en que hoy está la universidad, Jesús Aguilar evade respondiendo sobre el orgullo que le genera la institución cimarrona. Pero al insistirle cede un poco.

“Ya no estoy dando clases, ni tengo ningún contacto con la universidad, pero me gustaría que el nuevo rector, el tesorero, el consejo universitario, sean lo suficientemente inteligentes para entender que la circunstancia es diferente en el país, que vivimos un momento de austeridad a nivel nacional”.

En la UABC Campus Tijuana no hay un solo elemento que recuerde la lucha de unos jóvenes que empujados por la necesidad y la aventura tomaron las instalaciones del exclusivo Club Campestre para exigir una universidad.

Jesús Águila Meza, un contador de voz alegre y caminar ligeramente encorvado, lo cuenta mientras salta con dotes de narrador entre el episodio y los antecedentes de aquel día de 1971.

Eran una universidad que existía solo en el papel de un decreto, una incipiente preparatoria federal en la que estudió, y un movimiento estudiantil no exento de la política que México respiraba tras la matanza de Tlatelolco.

“Los más aventajados, los líderes, empiezan a hacer campañas para darnos la idea de que se necesitaba un campus universitario. Nosotros, que no teníamos para donde hacernos, vimos la posibilidad. Se hizo una marcha. Nos juntamos en la esquina de la calle octava y revolución, a un ladito del Jai-Alai. Era un terreno baldío. Esperando toda la bola a que llegaran unos líderes, increíblemente llegaron contingentes de secundarias”.

Con una sorpresa que parece sobrevivirle desde entonces, recuerda cómo caminaron hacia el conocido club, donde ya desde entonces departían empresarios y políticos, para exigirles el campus universitario.

¿POR QUÉ AL CAMPESTRE?

Aquí Águila Meza hace una pausa y su mente va todavía más atrás. Al problema de la tenencia de la tierra, cuando la empresa norteamericana Inmuebles Californianos SA, (ICSA), demostró haber comprado la tierra a la familia Argüello.

“Llegaron y reclamaron todos los terrenos de la ciudad de Tijuana. La ciudad obviamente se oponía a la compañía ICSA. Creció el pánico”

ICSA al final reclamo sólo tres terrenos: El hipódromo, la colonia Chapultepec y el Club Campestre, pero mientras los dos primeros negociaron, el tercero decidió pelear legalmente, y perdió.

“El gobierno del estado toma partido, obviamente, con los socios del campestre. Entonces emite un decreto expropiatorio del Club Campestre, donde dice estos terrenos son de utilidad pública. Los líderes dicen: ¿Terrenos expropiados para utilidad pública? Universidad”.

Foto: Ángeles García | El Sol de Tijuana

La voz del hombre que entonces era un adolescente entre muchos más regresa a la noche en que el contingente llegó al Monumento al libro, donde los ánimos crecieron con los mensajes de esos líderes aderezados por la vitalidad del grupo de estudiantes.

“Nos estaban motivando prácticamente a invadir el campestre. Sin embargo los líderes siempre fueron prudentes”.

Quisieron hablar con los socios del club que alguna vez tuvo sus puertas selladas por orden judicial a causa de la derrota legal con ICSA, pero no hubo acuerdo.

“Algo sucedió porque se cayó el cerco. Y ahí vamos todos los estudiantes para dentro, a los terrenos. Las instalaciones quedaron igual. Invadimos el Club Campestre la noche del 5 de febrero de 1971”.

“Estuvimos siempre vigilados por la Policía Judicial. Reportaba todos los movimientos que hacíamos a la Secretaría de Gobernación. Testimonio de uno de los policías, y nos dio evidencia. Pero jamás tocaron un solo estudiante. Por supuesto teníamos miedo. Acababa de pasar 1968”.

“El hostigamiento normal de estar siendo vigilados, pero nada más”, comenta tratando de restarle importancia.

Recuerda que llegaron casas de campaña y alimentos para sostenerse en ese campamento que al final duró tres meses.

En ese inter construyeron aulas de madera y algunos profesores solidariamente acudieron a dar clases.

DURMIENDO CON EL ENEMIGO

Pero llegó otro enfrentamiento con quienes eran entonces la élite económica de ésta, hoy considerada la cuarta o quinta ciudad más importante del país.

“Seguían jugando golf, y nosotros teníamos cierto espacio. Hasta que a alguien se le ocurrió que no podíamos estar así. Entonces empezamos a hacer algunas travesuras. Surgió la idea de tapar los hoyos del campo de golf. Pero se tapó con excremento humano. Entonces al otro día que llegaron, se mancharon las manos. Hubo enojos, reclamos, pleitos. Nos enfrentaron con los trabajadores. Después la decisión fue invadir las instalaciones”.

Durante una noche en la que él no estuvo, los estudiantes dejaron las casas de campaña en las que dormían con frío, y entraron al tibio edificio donde los socios del club disfrutaban tranquilamente.

Ya con la prensa en el lugar, hasta el más molesto y alcoholizado empresario se abstuvo de resistirse a lo que era claramente una derrota.

“Salieron por su propio pie. Ya habían roto los sellos. Nosotros de alguna manera servimos como un escudo para los mismos socios contra ICSA. Al día siguiente se abrieron las instalaciones para el pueblo. Los muchachos en bola se metieron a la alberca y se pusieron a hacer…”

Una risa lo interrumpe y quién sabe cuántas cosas pasan por la cabeza del contador, y aunque pareciera que lo lamenta, después lo justifica.

“Era una propiedad privada, entendemos ahora la ilegalidad y el desastre que hicimos, pero era para nosotros un objetivo noble. Sí pensábamos, honestamente, que ahí podía quedar la universidad”.

ENTRE WOODSTOCK Y AVÁNDARO ESTÁ CAMPESTRE

El paso del tiempo trajo el cansancio y los problemas por la suspensión de servicios públicos, así que el grupo mermó.

“Vino una medida de tratar de salvar el movimiento. Un acontecimiento único en Tijuana, en todo México. Podemos mencionar a nivel mundial. A dos compañeros se les ocurrió organizar un concierto. No fue uno, fueron dos conciertos de rock con todas las bandas que tocaban en la avenida revolución en vivo. Fueron miles de estudiantes”.

Para resolver el problema, el entonces presidente Luis Echeverría llamó a ICSA, a los socios del Club Campestre, y al gobierno del estado. Entonces dotó a la universidad de los terrenos que hoy están en Otay, donde nada recuerda aquel episodio.

Al preguntarle por las condiciones en que hoy está la universidad, Jesús Aguilar evade respondiendo sobre el orgullo que le genera la institución cimarrona. Pero al insistirle cede un poco.

“Ya no estoy dando clases, ni tengo ningún contacto con la universidad, pero me gustaría que el nuevo rector, el tesorero, el consejo universitario, sean lo suficientemente inteligentes para entender que la circunstancia es diferente en el país, que vivimos un momento de austeridad a nivel nacional”.

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