/ miércoles 20 de julio de 2022

Expediente Confidencial | Almas (médicas) perdidas

El 26 de noviembre de 1964, cuatro noches antes de que Díaz Ordaz llegara al poder, brotó un movimiento de protesta integrado por residentes e internos del hospital 20 de Noviembre del Issste, en la Ciudad de México. La razón era sencilla: no les querían pagar aguinaldo.

Fue un movimiento largo, de casi un año, que le sirvió a Díaz Ordaz para afilar sus uñas y prepararse para lo que vendría después. También a su servicio secreto, que logró infiltrarse hasta el tuétano de aquella protesta. Al final, los de arriba negociaron con el gobierno y se les olvidó que existían los de abajo, quienes, solos, ante el poder, terminaron doblados.

Casi 60 años después, el asesinato de Eric Andrade, pasante de medicina, en una comunidad rural de Durango, es un lamentable recordatorio de las distintas plagas que azotan a este país, en su inexorable descenso al infierno, pero también del calvario que, por esa situación, viven los que van camino a ejercer el trabajo de Hipócrates, penando en ese Aqueronte donde el estudiante duranguense no es la primera víctima, ni el caso más espeluznante.

Conforme la violencia ha campeado en las calles mexicanas y el uso de drogas se ha vuelto moneda corriente entre las poblaciones jóvenes altamente marginadas, ha ido subiendo el número de episodios donde las y los estudiantes de medicina que son enviados a comunidades remotas, acaban siendo carroña de esos jinetes apocalípticos.

Desde hace 10 años, se vivió un episodio de terror en Nayarit, con el ultraje sexual tumultuario a la entonces pasante Rocío Basoco. Tres años más tarde, se repitió la historia, casi calcada, en Oaxaca, con la doctora Itzel Peña. Y en 2021, otra vez, ahora en Chiapas, con Mariana Sánchez, quien fue, de plano, asesinada. Tras cada viñeta brutal, vinieron las condenas, alguna medida cosmética y, al final, nada pasó, como siempre en este país, donde nada pasa nunca y por eso siempre sigue pasando.

Al final, en México se impone el "sálvese quien pueda". Así fue en 1965, así es ahora y así será en el futuro. Las protestas amainan cuando el futuro de quienes reclaman está en juego. La eterna aplicación de esa máxima que reza "de que lloren en tu casa a que lloren en la mía", tan bestialmente mexicana, se termina imponiendo, para gloria y paz de los políticos que, así, no necesitan moverle ni un ladrillo a nuestro infierno nacional.

La fauna que devora almas estudiantiles es completada por las escuelas. Eric era alumno de la Universidad Autónoma de Durango, privada. Sus dos hermanos también. Al final, dicha "institución" se negó a dejar pasar el féretro a sus instalaciones, para una despedida del alumno. Bien dice el eslogan de semejante changarro: "Somos Lobos". La UAD ha crecido en Baja California, ofreciendo una marca, otra más, para que la clase media alta "salve" a sus hijas e hijos de la educación pública, que es sinónimo de desgracia para ellos. Pero de la realidad es imposible escapar...

Por eso, tristemente, vendrán otras Marianas y otros Erics, a seguir poblando el cementerio de aspirantes a médicos, sobre el cual está construido un sistema de salud nacional que define la riqueza de un médico, personal, profesional y pecuniaria, no a través de su buena o mala praxis, sino por su cercanía al poder, en paisaje inverso al que recorrían las almas en el infierno de Alighieri.

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com

El 26 de noviembre de 1964, cuatro noches antes de que Díaz Ordaz llegara al poder, brotó un movimiento de protesta integrado por residentes e internos del hospital 20 de Noviembre del Issste, en la Ciudad de México. La razón era sencilla: no les querían pagar aguinaldo.

Fue un movimiento largo, de casi un año, que le sirvió a Díaz Ordaz para afilar sus uñas y prepararse para lo que vendría después. También a su servicio secreto, que logró infiltrarse hasta el tuétano de aquella protesta. Al final, los de arriba negociaron con el gobierno y se les olvidó que existían los de abajo, quienes, solos, ante el poder, terminaron doblados.

Casi 60 años después, el asesinato de Eric Andrade, pasante de medicina, en una comunidad rural de Durango, es un lamentable recordatorio de las distintas plagas que azotan a este país, en su inexorable descenso al infierno, pero también del calvario que, por esa situación, viven los que van camino a ejercer el trabajo de Hipócrates, penando en ese Aqueronte donde el estudiante duranguense no es la primera víctima, ni el caso más espeluznante.

Conforme la violencia ha campeado en las calles mexicanas y el uso de drogas se ha vuelto moneda corriente entre las poblaciones jóvenes altamente marginadas, ha ido subiendo el número de episodios donde las y los estudiantes de medicina que son enviados a comunidades remotas, acaban siendo carroña de esos jinetes apocalípticos.

Desde hace 10 años, se vivió un episodio de terror en Nayarit, con el ultraje sexual tumultuario a la entonces pasante Rocío Basoco. Tres años más tarde, se repitió la historia, casi calcada, en Oaxaca, con la doctora Itzel Peña. Y en 2021, otra vez, ahora en Chiapas, con Mariana Sánchez, quien fue, de plano, asesinada. Tras cada viñeta brutal, vinieron las condenas, alguna medida cosmética y, al final, nada pasó, como siempre en este país, donde nada pasa nunca y por eso siempre sigue pasando.

Al final, en México se impone el "sálvese quien pueda". Así fue en 1965, así es ahora y así será en el futuro. Las protestas amainan cuando el futuro de quienes reclaman está en juego. La eterna aplicación de esa máxima que reza "de que lloren en tu casa a que lloren en la mía", tan bestialmente mexicana, se termina imponiendo, para gloria y paz de los políticos que, así, no necesitan moverle ni un ladrillo a nuestro infierno nacional.

La fauna que devora almas estudiantiles es completada por las escuelas. Eric era alumno de la Universidad Autónoma de Durango, privada. Sus dos hermanos también. Al final, dicha "institución" se negó a dejar pasar el féretro a sus instalaciones, para una despedida del alumno. Bien dice el eslogan de semejante changarro: "Somos Lobos". La UAD ha crecido en Baja California, ofreciendo una marca, otra más, para que la clase media alta "salve" a sus hijas e hijos de la educación pública, que es sinónimo de desgracia para ellos. Pero de la realidad es imposible escapar...

Por eso, tristemente, vendrán otras Marianas y otros Erics, a seguir poblando el cementerio de aspirantes a médicos, sobre el cual está construido un sistema de salud nacional que define la riqueza de un médico, personal, profesional y pecuniaria, no a través de su buena o mala praxis, sino por su cercanía al poder, en paisaje inverso al que recorrían las almas en el infierno de Alighieri.

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com