/ jueves 11 de agosto de 2022

Expediente Confidencial | El Sonora Grill nuestro de cada día

Un estruendosa reacción mediática provocaron las revelaciones de una ex empleada del restaurante Sonora Grill, en el sentido de que la discriminación y el racismo son política de 'marketing' y servicio al cliente en ese lugar.

Fue la típica piedra de toque que silencia el baile de máscaras que tanto le gusta a la alta sociedad mexicana.

El clasismo es a la élite mexicana lo que los asesinatos a un sicario: ya normalizó, sin pudor, ni culpas, su conducta, de tan arraigada en su psique y aplaudida por su entorno.

Dicha élite considera que los restaurantes, clubes deportivos, hoteles, antros y centros comerciales a los que concurre, deben ser un reflejo de si misma, nunca un contraste.

Y en ese teatro, más de sombras que de luces, la "otra" sociedad solamente ingresa con el aval de esa clase alta, estrictamente a cumplir su papel en esa tragicomedia: como meseros, vigilantes, afanadores. Nunca, jamás, para sentarse a la mesa, sino solamente para servirla, limpiarla o defenderla, como mastín o ujier del patrón.

Lo peor de ese problema es que hay un sector wannabe de la clase media, pese a que tampoco es bienvenida a la fiesta.

Yo he visto no una, ni dos, ni diez, sino cientos, cientos de veces, a gerentes de restaurantes que cobran la tercera parte que el Sonora Grill, saltar de su silla para correr, como bestias sedientas, a humildes vendedoras o vendedores de artesanías, billetes de lotería o chicles, que luchan por ganarse la vida.

Igual que los de arriba, esos wannabes creen que tienen derecho a no irritarse la retina viendo pobres en sus zonas exclusivas. Patético, pero cierto.

Por otra parte, en el intento por efectuar un lavado de cara al restaurante o a sus propias reputaciones, el episodio del Sonora Grill fue, decíamos, toda una piedra de toque.

Ahí tiene usted a la diputada panista América Rangel, quien argumentó que, siendo morena, a ella no la habían discriminado. Por supuesto, en su tuit al respecto, no faltó la foto de ella, posando ante la fachada del lugar. Montaje más burdo, sólo el de Cassez.

O qué tal el columnista de Milenio, Mael Vallejo, que defiende encendidamente los derechos humanos en sus textos, pero hizo uno exigiendo "pruebas" que sustentaran las acusaciones contra el Sonora Grill.

Ni hablemos de Televisa, creadores y usufructuarios de la "religión del güerismo" durante 70 años, cuya bifurcada consecuencia es haber convertido al país en el primer lugar mundial de consumo de tintes para el cabello, por el auto desprecio que implantaron en millones de mexicanas, quienes rechazan sus cabelleras negras e intentan ser, al menos capilarmente, caucásicas.

Televisa le dio tres minutos al tema en su noticiero estelar, queriéndose ver muy defensora de la igualdad, pero desde ahí empieza el reflejo grotesco: la empresa de los Azcárraga tiene mujeres conduciendo sus espacios informativos en El Canal de las Estrellas, pero ninguna es morena, ni, mucho menos, tienen rasgos de una mexicana promedio. De hecho, Denise Maerker es blanca y parece europea. La realidad desmiente las posturas.

La élite seguirá comiendo en el Sonora Grill y este, como miles de establecimientos más, reservándose su derecho de admisión o acomodándolo al Pantone que mejor le vaya a su mercadotecnia. Eso no lo cambiará un vídeo en redes. Lo que si provocará un cambio es denunciar todo acto de discriminación. Documentarlo. Avergonzar a quienes lo cometan. El alimento del clasismo es la tolerancia social hacia este. Y para que deje de haber Sonoras Grills, necesitamos, primero, acabar con quienes los cobijan.

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com

Un estruendosa reacción mediática provocaron las revelaciones de una ex empleada del restaurante Sonora Grill, en el sentido de que la discriminación y el racismo son política de 'marketing' y servicio al cliente en ese lugar.

Fue la típica piedra de toque que silencia el baile de máscaras que tanto le gusta a la alta sociedad mexicana.

El clasismo es a la élite mexicana lo que los asesinatos a un sicario: ya normalizó, sin pudor, ni culpas, su conducta, de tan arraigada en su psique y aplaudida por su entorno.

Dicha élite considera que los restaurantes, clubes deportivos, hoteles, antros y centros comerciales a los que concurre, deben ser un reflejo de si misma, nunca un contraste.

Y en ese teatro, más de sombras que de luces, la "otra" sociedad solamente ingresa con el aval de esa clase alta, estrictamente a cumplir su papel en esa tragicomedia: como meseros, vigilantes, afanadores. Nunca, jamás, para sentarse a la mesa, sino solamente para servirla, limpiarla o defenderla, como mastín o ujier del patrón.

Lo peor de ese problema es que hay un sector wannabe de la clase media, pese a que tampoco es bienvenida a la fiesta.

Yo he visto no una, ni dos, ni diez, sino cientos, cientos de veces, a gerentes de restaurantes que cobran la tercera parte que el Sonora Grill, saltar de su silla para correr, como bestias sedientas, a humildes vendedoras o vendedores de artesanías, billetes de lotería o chicles, que luchan por ganarse la vida.

Igual que los de arriba, esos wannabes creen que tienen derecho a no irritarse la retina viendo pobres en sus zonas exclusivas. Patético, pero cierto.

Por otra parte, en el intento por efectuar un lavado de cara al restaurante o a sus propias reputaciones, el episodio del Sonora Grill fue, decíamos, toda una piedra de toque.

Ahí tiene usted a la diputada panista América Rangel, quien argumentó que, siendo morena, a ella no la habían discriminado. Por supuesto, en su tuit al respecto, no faltó la foto de ella, posando ante la fachada del lugar. Montaje más burdo, sólo el de Cassez.

O qué tal el columnista de Milenio, Mael Vallejo, que defiende encendidamente los derechos humanos en sus textos, pero hizo uno exigiendo "pruebas" que sustentaran las acusaciones contra el Sonora Grill.

Ni hablemos de Televisa, creadores y usufructuarios de la "religión del güerismo" durante 70 años, cuya bifurcada consecuencia es haber convertido al país en el primer lugar mundial de consumo de tintes para el cabello, por el auto desprecio que implantaron en millones de mexicanas, quienes rechazan sus cabelleras negras e intentan ser, al menos capilarmente, caucásicas.

Televisa le dio tres minutos al tema en su noticiero estelar, queriéndose ver muy defensora de la igualdad, pero desde ahí empieza el reflejo grotesco: la empresa de los Azcárraga tiene mujeres conduciendo sus espacios informativos en El Canal de las Estrellas, pero ninguna es morena, ni, mucho menos, tienen rasgos de una mexicana promedio. De hecho, Denise Maerker es blanca y parece europea. La realidad desmiente las posturas.

La élite seguirá comiendo en el Sonora Grill y este, como miles de establecimientos más, reservándose su derecho de admisión o acomodándolo al Pantone que mejor le vaya a su mercadotecnia. Eso no lo cambiará un vídeo en redes. Lo que si provocará un cambio es denunciar todo acto de discriminación. Documentarlo. Avergonzar a quienes lo cometan. El alimento del clasismo es la tolerancia social hacia este. Y para que deje de haber Sonoras Grills, necesitamos, primero, acabar con quienes los cobijan.

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com