/ jueves 13 de mayo de 2021

Expediente Confidencial | Colombia

Nicolás Maduro, el dictador venezolano, se frota las manos. Faltan unos meses, quizás menos, si atizan el fuego, para que Colombia sea gobernada por el comunismo narcochavista. Ni Hugo Chávez lo habría soñado.


Pero, de eso, Maduro no tiene la culpa, sino el presidente colombiano Iván Duque, al que, para empezar, debiera analizarse si puede llamársele tal, cuando su tarea ha sido, más bien, regentear el país cafetalero en una suerte de Maximato, bajo la égida de Álvaro Uribe.


En Colombia, hace dos décadas que la salud está privatizada. Así que las clases bajas y medias han sufrido mucho la pandemia de Covid-19, amen de las carencias que los sistemas sanitarios latinoamericanos tienen, per se.


En tal contexto, Duque planteó una reforma fiscal cuyo centro resultó epicentro del terremoto social ahora desatado. Era la típica miscelánea tributaria a lo Friedman: exprimir más a las clases bajas y medias, para que los ricos salgan indemnes. La propuesta de Duque era un coctel con una saña incontenida: IVA de 19% a electricidad, gas y agua; ISR a quienes ganaran desde tres salarios mínimos; subida de impuestos a los combustibles (un ‘gasolinazo’).


Además de insensible, la propuesta de Duque era una nueva traición a su promesa de campaña, en el sentido de que no subiría impuestos.


Las calles colombianas se incendiaron y es la hora que no se apagan. La torpeza gubernamental ha sido absoluta, reprimiendo a quienes protestan. El saldo, hasta ahora, es de 42 muertos y cientos de personas desaparecidas, de acuerdo con la Defensoría del Pueblo (CNDH colombiana).


La visión del gobierno fue macabramente sintetizada en un tuit del propio Uribe, que fue el siguiente: “Apoyemos el derecho de soldados y policías de utilizar sus armas para defender su integridad y para defender a las personas y bienes de la acción criminal del terrorismo vandálico”. Obviamente, una insensatez que Twitter acabó eliminando.


Tiene razón Duque cuando argumenta que, detrás de las marchas y el vandalismo, se halla la mano del narco. Es cierto que nada haría más feliz a esa hidra compuesta por el narco y el comunismo chavista, que el ascenso de uno de los suyos, Gustavo Petro, a la presidencia colombiana. Pero ¿cómo se puede defender a un régimen como el de Duque -o más bien, a un reinado de facto como el de Uribe-, que, con su población trabajadora languidecida moral y económicamente por la pandemia, considera que es hora de proteger al rico?


Tristemente, la derecha latinoamericana perdió el humanismo que caracterizaba a la democracia cristiana, equilibrio entre el orden y la libertad económica siempre pregonada por dicho espectro, con la más elemental solidaridad y dignidad hacia quienes menos tienen. Eso cambió desde que Bush padre, con el poder que siempre ha dado sentarse en la Casa Blanca, dio alas y fuerza a derechistas cuyo mantra ha sido tratar como carne de cañón a las clases medias y bajas. Y es que la democracia cristiana, como su nombre lo indica, tenía su raíz en la doctrina cristiana. En contraste, la derecha neoliberal tiene su origen en el macabro híbrido de racismo y clasismo.


Hace días vimos como Isabel Díaz Ayuso, en Madrid, no solamente frenó en seco al consenso narcocomunista, sino que lo trituró. Pero eso fue posible debido a que la señora Ayuso ha roto con esa visión que todavía impera en la derecha latinoamericana. Ayuso no ha defendido, ni en gobierno, ni en campaña, a los de arriba, sino a la clase media y trabajadora, al pequeño comerciante, al restaurantero de a pie, al empleado. En pocas palabras, Ayuso, como Bobby Fischer ante Boris Spassky, ha ganado el futuro volviendo al pasado. Su triunfo se escribió en las hojas amarillentas donde están los nombres de Duarte, Aylwin o Frei…


Pero de eso, ni saben, ni entienden, los restos de la derecha neoliberal latinoamericana. Por eso, cuando llega al poder, encarnada en los Duque, Kuczynski, Macri o Peña Nieto, su máxima es aplicar las teorías de Friedman y joder, todo lo que se pueda, a las clases bajas y medias. No se atisban Ayusos en América Latina y, por eso, Perú, Chile y Colombia, en ese orden, caerán en manos del narcochavismo, cuyo último objetivo es la legalización del negocio de las drogas. Pero si eso pasa, la culpa es de quienes les entregaron el poder. Claro, también se puede culpar a Soros -que si opera, claro- o Maduro, pero Ayuso mostró el camino para sortear las asonadas de esos impresentables. Falta ver si Lasso, en Ecuador, lo entiende…

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com

Nicolás Maduro, el dictador venezolano, se frota las manos. Faltan unos meses, quizás menos, si atizan el fuego, para que Colombia sea gobernada por el comunismo narcochavista. Ni Hugo Chávez lo habría soñado.


Pero, de eso, Maduro no tiene la culpa, sino el presidente colombiano Iván Duque, al que, para empezar, debiera analizarse si puede llamársele tal, cuando su tarea ha sido, más bien, regentear el país cafetalero en una suerte de Maximato, bajo la égida de Álvaro Uribe.


En Colombia, hace dos décadas que la salud está privatizada. Así que las clases bajas y medias han sufrido mucho la pandemia de Covid-19, amen de las carencias que los sistemas sanitarios latinoamericanos tienen, per se.


En tal contexto, Duque planteó una reforma fiscal cuyo centro resultó epicentro del terremoto social ahora desatado. Era la típica miscelánea tributaria a lo Friedman: exprimir más a las clases bajas y medias, para que los ricos salgan indemnes. La propuesta de Duque era un coctel con una saña incontenida: IVA de 19% a electricidad, gas y agua; ISR a quienes ganaran desde tres salarios mínimos; subida de impuestos a los combustibles (un ‘gasolinazo’).


Además de insensible, la propuesta de Duque era una nueva traición a su promesa de campaña, en el sentido de que no subiría impuestos.


Las calles colombianas se incendiaron y es la hora que no se apagan. La torpeza gubernamental ha sido absoluta, reprimiendo a quienes protestan. El saldo, hasta ahora, es de 42 muertos y cientos de personas desaparecidas, de acuerdo con la Defensoría del Pueblo (CNDH colombiana).


La visión del gobierno fue macabramente sintetizada en un tuit del propio Uribe, que fue el siguiente: “Apoyemos el derecho de soldados y policías de utilizar sus armas para defender su integridad y para defender a las personas y bienes de la acción criminal del terrorismo vandálico”. Obviamente, una insensatez que Twitter acabó eliminando.


Tiene razón Duque cuando argumenta que, detrás de las marchas y el vandalismo, se halla la mano del narco. Es cierto que nada haría más feliz a esa hidra compuesta por el narco y el comunismo chavista, que el ascenso de uno de los suyos, Gustavo Petro, a la presidencia colombiana. Pero ¿cómo se puede defender a un régimen como el de Duque -o más bien, a un reinado de facto como el de Uribe-, que, con su población trabajadora languidecida moral y económicamente por la pandemia, considera que es hora de proteger al rico?


Tristemente, la derecha latinoamericana perdió el humanismo que caracterizaba a la democracia cristiana, equilibrio entre el orden y la libertad económica siempre pregonada por dicho espectro, con la más elemental solidaridad y dignidad hacia quienes menos tienen. Eso cambió desde que Bush padre, con el poder que siempre ha dado sentarse en la Casa Blanca, dio alas y fuerza a derechistas cuyo mantra ha sido tratar como carne de cañón a las clases medias y bajas. Y es que la democracia cristiana, como su nombre lo indica, tenía su raíz en la doctrina cristiana. En contraste, la derecha neoliberal tiene su origen en el macabro híbrido de racismo y clasismo.


Hace días vimos como Isabel Díaz Ayuso, en Madrid, no solamente frenó en seco al consenso narcocomunista, sino que lo trituró. Pero eso fue posible debido a que la señora Ayuso ha roto con esa visión que todavía impera en la derecha latinoamericana. Ayuso no ha defendido, ni en gobierno, ni en campaña, a los de arriba, sino a la clase media y trabajadora, al pequeño comerciante, al restaurantero de a pie, al empleado. En pocas palabras, Ayuso, como Bobby Fischer ante Boris Spassky, ha ganado el futuro volviendo al pasado. Su triunfo se escribió en las hojas amarillentas donde están los nombres de Duarte, Aylwin o Frei…


Pero de eso, ni saben, ni entienden, los restos de la derecha neoliberal latinoamericana. Por eso, cuando llega al poder, encarnada en los Duque, Kuczynski, Macri o Peña Nieto, su máxima es aplicar las teorías de Friedman y joder, todo lo que se pueda, a las clases bajas y medias. No se atisban Ayusos en América Latina y, por eso, Perú, Chile y Colombia, en ese orden, caerán en manos del narcochavismo, cuyo último objetivo es la legalización del negocio de las drogas. Pero si eso pasa, la culpa es de quienes les entregaron el poder. Claro, también se puede culpar a Soros -que si opera, claro- o Maduro, pero Ayuso mostró el camino para sortear las asonadas de esos impresentables. Falta ver si Lasso, en Ecuador, lo entiende…

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com