/ lunes 17 de enero de 2022

Expediente Confidencial | Djokovic: justo castigo a la covidiotez

Un merecido castigo a la covidiotez. Eso representa el hecho de que Novak Djokovic, tenista serbio que, hasta ahora, es el número 1 del mundo, haya sido deportado de Australia, por buscar ingresar a dicho país sin estar vacunado contra el Covid-19.

No podía permitirse otra cosa, por el bien de la humanidad.

A estas alturas de la pandemia, cualquiera que no se vacune es un reverendo neandertal, pues no hay motivos, a la luz de la razón, para no hacerlo.

Además, un deportista exitoso es, per se, un modelo a seguir para niñas, niños y jóvenes. Y, por ello, no puede permitirse, ni pueden permitirle, ser un mal ejemplo.

Pero lo de Djokovic merece ser analizado desde varias perspectivas.

La primera es que, otra vez, como ha ocurrido a lo largo de la pandemia, se buscaba que los intereses económicos primaran sobre los de la sociedad.

A Djokovic se le iba a permitir ingresar en el país oceánico y jugar el Abierto de Australia... pero una serie de circunstancias lo impidieron...

El gobierno australiano se iba a hacer de la vista gorda y le concedería la visa a Djokovic bajo el gelatinoso argumento de la "exención médica" para no vacunarse, entre las cuales se ubicaba haber tenido Covid-19 en los últimos seis meses.

Pero la sociedad estalló al enterarse. Y el 21 de mayo próximo hay elecciones en Australia. El actual primer ministro, Scott Morrison, va abajo en las encuestas. No parece tener opción, pero, indiscutiblemente, tampoco iba a suicidarse, políticamente, por causa de Djokovic. Al contrario, podía usarlo de escalón. Y eso hizo.

Ahí vino la primera detención del serbio, quien, histriónico como es, se aventó un drama, buscando doblar a las autoridades australianas, incluso con la presión del gobierno de su país.

Un juez que parecía más mexicano que australiano, frenó esa primera detención. Pero el escándalo se hizo mayor y el domingo, un tribunal, formado por tres jueces, concedió la deportación. Colorín, colorado.

Si no se fuesen a realizar elecciones este año en Australia, seguramente Djokovic se habría salido con la suya.

La segunda perspectiva es que, a ciertos personajes, por lo que representan en dinero, se les permiten brincarse las trancas, cada vez más a menudo.

Luego de que, al inicio de este siglo, parecía que vendría una época donde la sociedad escrutaría más a los personajes públicos y ya no se les permitirían excesos, por el hecho de serlo, estamos atestiguando un resurgimiento del cinismo público, que el mundo tardó tantas centurias en atenuar.

Lo de Djokovic no es único, ni privativo del deporte, donde, por desgracia, hay otros ejemplos de covidiotas. Ahí está Miguel Bosé, que ha dicho una estupidez tras otra y, sin embargo, ViacomCBS le hará, justo ahora, una bioserie. O Bad Bunny, con sus canciones misóginas y, sin embargo, respaldado plenamente por la industria musical y haciendo anuncios.

Y el punto es que una parte de la opinión pública acepta esa inclinación de la cancha, esas reglas del juego disparejas, pese a la evidente patada que le dan a la moral, la ética y hasta a la justicia.

No hay un solo patrocinador que haya pintado, al menos por ahora, su raya con Djokovic, pese a los esfuerzos del mundo por convencer, o de plano obligar, a los excépticos de las vacunas.

Así que lo de Djokovic es digno de celebración. Qué bueno que no se salga con la suya. Qué bien que lo deportaron. Pero, si como sociedad seguimos dormidos, sin apretar, sin exigir que las reglas del juego sean parejas para todas y todos, meramente será una golondrina que no haga verano...

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com

Un merecido castigo a la covidiotez. Eso representa el hecho de que Novak Djokovic, tenista serbio que, hasta ahora, es el número 1 del mundo, haya sido deportado de Australia, por buscar ingresar a dicho país sin estar vacunado contra el Covid-19.

No podía permitirse otra cosa, por el bien de la humanidad.

A estas alturas de la pandemia, cualquiera que no se vacune es un reverendo neandertal, pues no hay motivos, a la luz de la razón, para no hacerlo.

Además, un deportista exitoso es, per se, un modelo a seguir para niñas, niños y jóvenes. Y, por ello, no puede permitirse, ni pueden permitirle, ser un mal ejemplo.

Pero lo de Djokovic merece ser analizado desde varias perspectivas.

La primera es que, otra vez, como ha ocurrido a lo largo de la pandemia, se buscaba que los intereses económicos primaran sobre los de la sociedad.

A Djokovic se le iba a permitir ingresar en el país oceánico y jugar el Abierto de Australia... pero una serie de circunstancias lo impidieron...

El gobierno australiano se iba a hacer de la vista gorda y le concedería la visa a Djokovic bajo el gelatinoso argumento de la "exención médica" para no vacunarse, entre las cuales se ubicaba haber tenido Covid-19 en los últimos seis meses.

Pero la sociedad estalló al enterarse. Y el 21 de mayo próximo hay elecciones en Australia. El actual primer ministro, Scott Morrison, va abajo en las encuestas. No parece tener opción, pero, indiscutiblemente, tampoco iba a suicidarse, políticamente, por causa de Djokovic. Al contrario, podía usarlo de escalón. Y eso hizo.

Ahí vino la primera detención del serbio, quien, histriónico como es, se aventó un drama, buscando doblar a las autoridades australianas, incluso con la presión del gobierno de su país.

Un juez que parecía más mexicano que australiano, frenó esa primera detención. Pero el escándalo se hizo mayor y el domingo, un tribunal, formado por tres jueces, concedió la deportación. Colorín, colorado.

Si no se fuesen a realizar elecciones este año en Australia, seguramente Djokovic se habría salido con la suya.

La segunda perspectiva es que, a ciertos personajes, por lo que representan en dinero, se les permiten brincarse las trancas, cada vez más a menudo.

Luego de que, al inicio de este siglo, parecía que vendría una época donde la sociedad escrutaría más a los personajes públicos y ya no se les permitirían excesos, por el hecho de serlo, estamos atestiguando un resurgimiento del cinismo público, que el mundo tardó tantas centurias en atenuar.

Lo de Djokovic no es único, ni privativo del deporte, donde, por desgracia, hay otros ejemplos de covidiotas. Ahí está Miguel Bosé, que ha dicho una estupidez tras otra y, sin embargo, ViacomCBS le hará, justo ahora, una bioserie. O Bad Bunny, con sus canciones misóginas y, sin embargo, respaldado plenamente por la industria musical y haciendo anuncios.

Y el punto es que una parte de la opinión pública acepta esa inclinación de la cancha, esas reglas del juego disparejas, pese a la evidente patada que le dan a la moral, la ética y hasta a la justicia.

No hay un solo patrocinador que haya pintado, al menos por ahora, su raya con Djokovic, pese a los esfuerzos del mundo por convencer, o de plano obligar, a los excépticos de las vacunas.

Así que lo de Djokovic es digno de celebración. Qué bueno que no se salga con la suya. Qué bien que lo deportaron. Pero, si como sociedad seguimos dormidos, sin apretar, sin exigir que las reglas del juego sean parejas para todas y todos, meramente será una golondrina que no haga verano...

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com