/ domingo 17 de mayo de 2020

Expediente Confidencial | La foto feliz del priista López Obrador

La crisis sanitaria desatada por el Covid-19, ha propiciado que el presidente Andrés Manuel López Obrador exhiba, incontenible, su ADN priista.

Quien siga creyendo, ingenuamente, que López Obrador es de izquierda, solamente necesita hacer un análisis breve, escueto, para comprobar que, de izquierdista, el mandatario tiene lo mismo que Donald Trump. De hecho, cada vez se parece más a este.

Su última rabieta fue contra la prensa internacional, de forma más precisa contra los diarios New York Times, Washington Post, Financial Times y El País, a los que acusó de “no tener ética” ¿Qué le enfureció más al presidente? Que hicieran cuestionar sus cifras de muertes y, sobre todo, que hicieran reportajes en “panteones”, mostrando “el dolor” de la gente. Es decir, que mostraran la realidad. Esa realidad terca, que es la peor enemiga de cualquier presidente priista.

Antes, ya había descalificado al Producto Interno Bruto, el PIB, como una escala válida para medir la salud económica de un país y dijo que lo veraz era medir el “bienestar espiritual”. Igual que cuando José López Portillo descalificaba los precios del mercado petrolero en 1981 ¿Quién se creía el mercado petrolero para cuestionar los designios del más sabio tlatoani?

Yo no creo que López Obrador esté, francamente, así de tonto. Tengo plena certeza de que se trata de un hombre maquiavélico y hasta perverso, que busca engañar a su mercado electoral, compuesto por la capa más ignorante de la sociedad, esa misma que cree en las estampitas para frenar al Coronavirus, o que mal mira a las mujeres que luchan por sus derechos. Usted vaya y pregúntele a una señora de 50-60 años, con primaria terminada, que opina del 8-M y, lo menos, es que va a calificar de “revoltosas” a quienes lo celebren. O cuestiónele qué piensa de que el Financial Times haga reportajes de los muertos del Covid-19 en panteones y va a decir que es una “falta de respeto”, porque su concepto de periodismo es el del TV Notas y su filosofía de vida emana de La Rosa de Guadalupe. A gente así le habla el presidente.

Es decir, que López Obrador, quien se rasgaba las vestiduras de que los gobiernos neoliberales abusaran de la ignorancia, hace exactamente lo mismo.

Por eso, a López Obrador no le preocupa, en absoluto, la educación de las mexicanas y los mexicanos. Por eso, puso al ejecutivo de una televisora –Esteban Moctezuma– al frente de esta. Entre más ignorantes sean sus gobernados, el presidente tendrá más poder. Eso lo sabe bien el tabasqueño, como lo sabían bien todos los presidentes priistas que, por eso, tampoco hicieron mucho por sacar del atraso cognitivo a su pueblo.

Sabiendo que esa capa ignorante, desesperada por encontrar alguna salida a su vida, lo mira como a un mesías, esto es, un salvador con perfección en bondad y actos, López Obrador ya encontró la forma de descalificar, ante sus seguidores, toda crítica a su gobierno. Basta con decir que “están en contra de la transformación” que dice llevar a cabo, para que, por arte de magia, el New York Times, el PIB, los empresarios, Eugenio Derbez, o quien se oponga, sean los malos. Los adictos al lopezobradorismo se lo creen a pie juntillas y el presidente –junto al cuestionable grupo que lo rodea– sigue haciendo de las suyas.

De esa forma, si mañana el PIB cae 10%, o hay miles de muertes más por el coronavirus, no hay forma en que el presidente pierda capital político con sus seguidores, porque él ya dijo que el PIB no sirve, o que los medios que hablan de miles de muertos lo hacen porque están “en contra de la transformación” que él encabeza y que esas capas creen no solamente que es real, sino que terminará haciéndoles justicia a ellos.

El problema es que los ‘pecados’ que comete López Obrador no son menores. Ocultar el número real de contagios y muertes por coronavirus, no es un juego, sino un crimen. Decir que el PIB ya no sirve, es una irresponsabilidad, pues la economía mundial se maneja y se seguirá manejando con dicha escala, por lo cual, ignorarla, solamente conducirá a una crisis monumental.

Pero la estrategia de López Obrador no es nueva ¿Sabe quiénes la usaron por décadas? Los presidentes priistas.

Los mandatarios tricolores tenían un concepto que les era común: el retrato de la familia feliz. Ellos se caracterizaban a sí mismos como los patriarcas de una gran familia feliz, México, donde sus hijas e hijos éramos los ciudadanos. Lo más importante, por encima de todo, era mantener ese retrato donde todos salían felices, a los ojos del presidente, aunque no lo fueran. La apariencia era y es lo importante. Solamente alguien podía criticar el descuadre de la foto, o señalar que estaba borrosa, sin consecuencias: el presidente de los Estados Unidos.

Para el mandatario nacional en turno, cualquier señalamiento de que los miembros de su familia –los ciudadanos– no eran felices, o que su foto –México– no era perfecta, constituía, en sí mismo, un cuestionamiento a su capacidad como líder. Si alguien no era feliz, si el retrato no era perfecto, solamente podía ser debido a que él era un inepto. Y como ningún presidente podía ser inepto, había que callar a quienes no veían perfecto aquel retrato de nación. Si eran los empresarios, enviando a Hacienda para buscarles o, si hacía falta, inventarles delitos fiscales. Si eran periodistas, como Manuel Buendía, pues matándolos. Si eran grupos sociales exigiendo derechos, enviando a la policía o el ejército o ambos, para reprimirlos y encarcelarlos.

Para desgracia de López Obrador, gobierna en el siglo 21 y es difícil matar periodistas o encarcelar manifestantes, al menos sin consecuencias, aunque todavía amedrenta empresarios mediante el fisco. Por ello, la forma de procesar su enojo es mediante exabruptos y descalificaciones.

La psique priista de López Obrador es la razón por la cual enfureció ante las marchas del 8-M y el paro nacional del 9-M. Al exigir justicia, las mujeres le rayaron su foto perfecta de familia. Por eso, entendió que el movimiento feminista era contra él. Todo aquel que se atreva a decir que el México lopezobradorista no es perfecto, o está en camino de serlo, resulta un zumbido insoportable.

Por eso, cuando el Consejo Mexicano de Negocios logró un acuerdo con el Banco Interamericano de Desarrollo, para que les prestara 12 mil millones de dólares a 30 mil empresas de nuestro país, sin necesidad de que López Obrador interviniera, el presidente se puso iracundo y dijo que no le había gustado el “modito” para conseguir ese pacto. Pues claro, los ‘hijos desobedientes’ se habían saltado la venia del patriarca, ¿cómo se atrevieron a hacer algo, así fuese de beneficio, sin su permiso? ¿Cómo tomaron una decisión sobre el país que, a su juicio, le pertenece, sin consultarlo?

Al igual que los presidentes priistas y a diferencia de los izquierdistas e, incluso, los castro-chavistas, López Obrador no es enemigo de los empresarios así, en abstracto, sino de aquellos que cuestionan su poder patriarcal. Claudio X. González es un “golpista”, pero Ricardo Salinas Pliego es “amigo”. No importa que Salinas Pliego se enriquezca expoliando a los pobres, que López Obrador dice defender, con los altísimos intereses que les cobra por venderles una estufa en Elektra, o que Carlos Slim le dé salarios de miseria a sus trabajadores. Los empresarios “buenos” son los que ayudan al tlatoani López Obrador a mantenerse en el poder. Los “malos”, quienes cuestionan su mando.

Otro recurso barato de los presidentes priistas era que, cuando existía una crisis en el país, recurrían a encarcelar o perseguir judicialmente a un personaje importante del sexenio anterior, lo que, a partir del apresamiento de Joaquín Hernández Galicia, al inicio del gobierno de Carlos Salinas, se conoció bajo el apelativo de ‘Quinazo’. Sin embargo, los personajes elegidos, o habían venido a menos, o estaban, incluso, enfrentados con el presidente de turno y, a veces, hasta con el antecesor. Es decir, eran charales y no peces gordos.

Así, De La Madrid encarceló a Jorge Díaz Serrano y Arturo Durazo, pero nunca a José Andrés de Oteyza, consentido de López Portillo, ni, mucho menos, a su demente hermana Margarita. Salinas apresó a ‘La Quina’, pero no a Manuel Bartlett. Zedillo llevó tras las rejas a Raúl Salinas, pero no a Carlos, ni tampoco a José María Córdoba Montoya o Pedro Aspe, responsables de la tragedia política y económica. Peña encerró a Elba Esther Gordillo, pero no a Genaro García Luna. López Obrador ya tiene presos a Rosario Robles y Emilio Lozoya, pero no al propio Peña, o alguno de sus tres secretarios de Hacienda y Crédito Público, Luis Videgaray, José Antonio Meade y José Antonio González.

Para los presidentes priistas, y López Obrador lo es, resulta importante el concepto de “unión”, pero no cualquier unión, sino en torno a su persona, a su proyecto político, a sus ambiciones. Unión no entre iguales, sino entre un rey y sus súbditos, unión como sinónimo de vasallaje, de sumisión. Unión para decir a todo que si y nunca para decir que no.

De igual forma, todo presidente priista es, por definición, narcisista, con un culto a la personalidad que dirige todas sus acciones. Por ello, se concibe a sí mismo como un Dios con poder transformador, renovador, reformador. Todos han sido así. Miguel de la Madrid enarboló la “renovación moral”, Carlos Salinas y Enrique Peña Nieto aireaban las “reformas” y ahora López Obrador habla de su “cuarta transformación”. Ellos, como entes divinos, creadores.

Otro concepto muy importante para los presidentes priistas es “la normalidad”. Por eso, López Obrador bautizó a su plan de desconfinamiento como “La nueva normalidad” ¿Qué pedía Miguel de la Madrid tras el terremoto de 1985? La “vuelta a la normalidad”. Cuando no hay “normalidad” –esto es, cuando el país enfrenta una crisis, de cualquier tipo–, el poder del presidente está en riesgo, pues quienes lo cuestionan tienen mayor posibilidad de que sus ideas fructifiquen, por tener mayor coincidencia con la realidad. Así, la “normalidad” es necesaria para que el presidente y su grupo conserven el poder, no para que los ciudadanos estén bien. Igual que De la Madrid y sus secuaces ordenaron meter trascabos en las ruinas de edificios caídos, aun sabiendo que podía haber sobrevivientes, para acelerar “la vuelta a la normalidad”, a López Obrador no le importa si hay más contagios y muertos por acelerar el desconfinamiento para establecer “la nueva normalidad”. Lo único que le interesa, como a De la Madrid tras el 85, como a Díaz Ordaz tras Tlatelolco, es que vuelva la “normalidad”, el estado donde su poder no se halla en riesgo.

Con el tiempo, se fue haciendo más difícil sostener la farsa de la foto familiar perfecta. Entonces, se aireó que, si la foto no era perfecta, no era por la incapacidad del líder, sino por culpa de las hijas e hijos ‘malos’. Así surgieron, en los ochentas, programas como ‘El ciudadano infraganti’, que retrataban al policía pidiendo mordida, a la ama de casa tirando basura en la calle, etcétera. El problema no era que Arturo ‘El Negro’ Durazo les exigiera a sus policías que sacaran dinero de las ‘mordidas’ para entregárselo a él, o que el camión recolector no pasara a tiempo. Si la familia no era feliz, era por culpa de las hijas e hijos ‘desobedientes’, no del patriarca y sus amigos.

López Obrador todavía está en la primera fase de los mandatarios priistas, cuando los ciudadanos –obviamente sus fieles– eran “los buenos” y quienes criticaban a sus gobiernos resultaban “los malos”. La aprobación del presidente, según la encuesta que lo pone más abajo, ronda el 50%. Pero cuando esté en el 30%, empezarán las nuevas versiones de ‘El ciudadano infraganti’, ahora en el canal 22.

La crisis sanitaria desatada por el Covid-19, ha propiciado que el presidente Andrés Manuel López Obrador exhiba, incontenible, su ADN priista.

Quien siga creyendo, ingenuamente, que López Obrador es de izquierda, solamente necesita hacer un análisis breve, escueto, para comprobar que, de izquierdista, el mandatario tiene lo mismo que Donald Trump. De hecho, cada vez se parece más a este.

Su última rabieta fue contra la prensa internacional, de forma más precisa contra los diarios New York Times, Washington Post, Financial Times y El País, a los que acusó de “no tener ética” ¿Qué le enfureció más al presidente? Que hicieran cuestionar sus cifras de muertes y, sobre todo, que hicieran reportajes en “panteones”, mostrando “el dolor” de la gente. Es decir, que mostraran la realidad. Esa realidad terca, que es la peor enemiga de cualquier presidente priista.

Antes, ya había descalificado al Producto Interno Bruto, el PIB, como una escala válida para medir la salud económica de un país y dijo que lo veraz era medir el “bienestar espiritual”. Igual que cuando José López Portillo descalificaba los precios del mercado petrolero en 1981 ¿Quién se creía el mercado petrolero para cuestionar los designios del más sabio tlatoani?

Yo no creo que López Obrador esté, francamente, así de tonto. Tengo plena certeza de que se trata de un hombre maquiavélico y hasta perverso, que busca engañar a su mercado electoral, compuesto por la capa más ignorante de la sociedad, esa misma que cree en las estampitas para frenar al Coronavirus, o que mal mira a las mujeres que luchan por sus derechos. Usted vaya y pregúntele a una señora de 50-60 años, con primaria terminada, que opina del 8-M y, lo menos, es que va a calificar de “revoltosas” a quienes lo celebren. O cuestiónele qué piensa de que el Financial Times haga reportajes de los muertos del Covid-19 en panteones y va a decir que es una “falta de respeto”, porque su concepto de periodismo es el del TV Notas y su filosofía de vida emana de La Rosa de Guadalupe. A gente así le habla el presidente.

Es decir, que López Obrador, quien se rasgaba las vestiduras de que los gobiernos neoliberales abusaran de la ignorancia, hace exactamente lo mismo.

Por eso, a López Obrador no le preocupa, en absoluto, la educación de las mexicanas y los mexicanos. Por eso, puso al ejecutivo de una televisora –Esteban Moctezuma– al frente de esta. Entre más ignorantes sean sus gobernados, el presidente tendrá más poder. Eso lo sabe bien el tabasqueño, como lo sabían bien todos los presidentes priistas que, por eso, tampoco hicieron mucho por sacar del atraso cognitivo a su pueblo.

Sabiendo que esa capa ignorante, desesperada por encontrar alguna salida a su vida, lo mira como a un mesías, esto es, un salvador con perfección en bondad y actos, López Obrador ya encontró la forma de descalificar, ante sus seguidores, toda crítica a su gobierno. Basta con decir que “están en contra de la transformación” que dice llevar a cabo, para que, por arte de magia, el New York Times, el PIB, los empresarios, Eugenio Derbez, o quien se oponga, sean los malos. Los adictos al lopezobradorismo se lo creen a pie juntillas y el presidente –junto al cuestionable grupo que lo rodea– sigue haciendo de las suyas.

De esa forma, si mañana el PIB cae 10%, o hay miles de muertes más por el coronavirus, no hay forma en que el presidente pierda capital político con sus seguidores, porque él ya dijo que el PIB no sirve, o que los medios que hablan de miles de muertos lo hacen porque están “en contra de la transformación” que él encabeza y que esas capas creen no solamente que es real, sino que terminará haciéndoles justicia a ellos.

El problema es que los ‘pecados’ que comete López Obrador no son menores. Ocultar el número real de contagios y muertes por coronavirus, no es un juego, sino un crimen. Decir que el PIB ya no sirve, es una irresponsabilidad, pues la economía mundial se maneja y se seguirá manejando con dicha escala, por lo cual, ignorarla, solamente conducirá a una crisis monumental.

Pero la estrategia de López Obrador no es nueva ¿Sabe quiénes la usaron por décadas? Los presidentes priistas.

Los mandatarios tricolores tenían un concepto que les era común: el retrato de la familia feliz. Ellos se caracterizaban a sí mismos como los patriarcas de una gran familia feliz, México, donde sus hijas e hijos éramos los ciudadanos. Lo más importante, por encima de todo, era mantener ese retrato donde todos salían felices, a los ojos del presidente, aunque no lo fueran. La apariencia era y es lo importante. Solamente alguien podía criticar el descuadre de la foto, o señalar que estaba borrosa, sin consecuencias: el presidente de los Estados Unidos.

Para el mandatario nacional en turno, cualquier señalamiento de que los miembros de su familia –los ciudadanos– no eran felices, o que su foto –México– no era perfecta, constituía, en sí mismo, un cuestionamiento a su capacidad como líder. Si alguien no era feliz, si el retrato no era perfecto, solamente podía ser debido a que él era un inepto. Y como ningún presidente podía ser inepto, había que callar a quienes no veían perfecto aquel retrato de nación. Si eran los empresarios, enviando a Hacienda para buscarles o, si hacía falta, inventarles delitos fiscales. Si eran periodistas, como Manuel Buendía, pues matándolos. Si eran grupos sociales exigiendo derechos, enviando a la policía o el ejército o ambos, para reprimirlos y encarcelarlos.

Para desgracia de López Obrador, gobierna en el siglo 21 y es difícil matar periodistas o encarcelar manifestantes, al menos sin consecuencias, aunque todavía amedrenta empresarios mediante el fisco. Por ello, la forma de procesar su enojo es mediante exabruptos y descalificaciones.

La psique priista de López Obrador es la razón por la cual enfureció ante las marchas del 8-M y el paro nacional del 9-M. Al exigir justicia, las mujeres le rayaron su foto perfecta de familia. Por eso, entendió que el movimiento feminista era contra él. Todo aquel que se atreva a decir que el México lopezobradorista no es perfecto, o está en camino de serlo, resulta un zumbido insoportable.

Por eso, cuando el Consejo Mexicano de Negocios logró un acuerdo con el Banco Interamericano de Desarrollo, para que les prestara 12 mil millones de dólares a 30 mil empresas de nuestro país, sin necesidad de que López Obrador interviniera, el presidente se puso iracundo y dijo que no le había gustado el “modito” para conseguir ese pacto. Pues claro, los ‘hijos desobedientes’ se habían saltado la venia del patriarca, ¿cómo se atrevieron a hacer algo, así fuese de beneficio, sin su permiso? ¿Cómo tomaron una decisión sobre el país que, a su juicio, le pertenece, sin consultarlo?

Al igual que los presidentes priistas y a diferencia de los izquierdistas e, incluso, los castro-chavistas, López Obrador no es enemigo de los empresarios así, en abstracto, sino de aquellos que cuestionan su poder patriarcal. Claudio X. González es un “golpista”, pero Ricardo Salinas Pliego es “amigo”. No importa que Salinas Pliego se enriquezca expoliando a los pobres, que López Obrador dice defender, con los altísimos intereses que les cobra por venderles una estufa en Elektra, o que Carlos Slim le dé salarios de miseria a sus trabajadores. Los empresarios “buenos” son los que ayudan al tlatoani López Obrador a mantenerse en el poder. Los “malos”, quienes cuestionan su mando.

Otro recurso barato de los presidentes priistas era que, cuando existía una crisis en el país, recurrían a encarcelar o perseguir judicialmente a un personaje importante del sexenio anterior, lo que, a partir del apresamiento de Joaquín Hernández Galicia, al inicio del gobierno de Carlos Salinas, se conoció bajo el apelativo de ‘Quinazo’. Sin embargo, los personajes elegidos, o habían venido a menos, o estaban, incluso, enfrentados con el presidente de turno y, a veces, hasta con el antecesor. Es decir, eran charales y no peces gordos.

Así, De La Madrid encarceló a Jorge Díaz Serrano y Arturo Durazo, pero nunca a José Andrés de Oteyza, consentido de López Portillo, ni, mucho menos, a su demente hermana Margarita. Salinas apresó a ‘La Quina’, pero no a Manuel Bartlett. Zedillo llevó tras las rejas a Raúl Salinas, pero no a Carlos, ni tampoco a José María Córdoba Montoya o Pedro Aspe, responsables de la tragedia política y económica. Peña encerró a Elba Esther Gordillo, pero no a Genaro García Luna. López Obrador ya tiene presos a Rosario Robles y Emilio Lozoya, pero no al propio Peña, o alguno de sus tres secretarios de Hacienda y Crédito Público, Luis Videgaray, José Antonio Meade y José Antonio González.

Para los presidentes priistas, y López Obrador lo es, resulta importante el concepto de “unión”, pero no cualquier unión, sino en torno a su persona, a su proyecto político, a sus ambiciones. Unión no entre iguales, sino entre un rey y sus súbditos, unión como sinónimo de vasallaje, de sumisión. Unión para decir a todo que si y nunca para decir que no.

De igual forma, todo presidente priista es, por definición, narcisista, con un culto a la personalidad que dirige todas sus acciones. Por ello, se concibe a sí mismo como un Dios con poder transformador, renovador, reformador. Todos han sido así. Miguel de la Madrid enarboló la “renovación moral”, Carlos Salinas y Enrique Peña Nieto aireaban las “reformas” y ahora López Obrador habla de su “cuarta transformación”. Ellos, como entes divinos, creadores.

Otro concepto muy importante para los presidentes priistas es “la normalidad”. Por eso, López Obrador bautizó a su plan de desconfinamiento como “La nueva normalidad” ¿Qué pedía Miguel de la Madrid tras el terremoto de 1985? La “vuelta a la normalidad”. Cuando no hay “normalidad” –esto es, cuando el país enfrenta una crisis, de cualquier tipo–, el poder del presidente está en riesgo, pues quienes lo cuestionan tienen mayor posibilidad de que sus ideas fructifiquen, por tener mayor coincidencia con la realidad. Así, la “normalidad” es necesaria para que el presidente y su grupo conserven el poder, no para que los ciudadanos estén bien. Igual que De la Madrid y sus secuaces ordenaron meter trascabos en las ruinas de edificios caídos, aun sabiendo que podía haber sobrevivientes, para acelerar “la vuelta a la normalidad”, a López Obrador no le importa si hay más contagios y muertos por acelerar el desconfinamiento para establecer “la nueva normalidad”. Lo único que le interesa, como a De la Madrid tras el 85, como a Díaz Ordaz tras Tlatelolco, es que vuelva la “normalidad”, el estado donde su poder no se halla en riesgo.

Con el tiempo, se fue haciendo más difícil sostener la farsa de la foto familiar perfecta. Entonces, se aireó que, si la foto no era perfecta, no era por la incapacidad del líder, sino por culpa de las hijas e hijos ‘malos’. Así surgieron, en los ochentas, programas como ‘El ciudadano infraganti’, que retrataban al policía pidiendo mordida, a la ama de casa tirando basura en la calle, etcétera. El problema no era que Arturo ‘El Negro’ Durazo les exigiera a sus policías que sacaran dinero de las ‘mordidas’ para entregárselo a él, o que el camión recolector no pasara a tiempo. Si la familia no era feliz, era por culpa de las hijas e hijos ‘desobedientes’, no del patriarca y sus amigos.

López Obrador todavía está en la primera fase de los mandatarios priistas, cuando los ciudadanos –obviamente sus fieles– eran “los buenos” y quienes criticaban a sus gobiernos resultaban “los malos”. La aprobación del presidente, según la encuesta que lo pone más abajo, ronda el 50%. Pero cuando esté en el 30%, empezarán las nuevas versiones de ‘El ciudadano infraganti’, ahora en el canal 22.