/ miércoles 17 de febrero de 2021

Expediente Confidencial | La nueva derecha

El fin de semana se registraron dos episodios que, aunque aislados en apariencia, se entraman en el momento político global.

Uno fue la exoneración del ex presidente estadounidense Donald Trump, durante el juicio político que los congresistas demócratas, ayudados por un puñado de republicanos -10 representantes -entre ellos la hija de Dick Cheney- y 7 senadores-, entablaron en su contra, acusándolo de instigar la toma del Capitolio, ocurrida el pasado 6 de enero.

Trump salió indemne gracias al voto de 43 senadores de su partido, quienes lo declararon inocente (para enjuiciarlo, se necesitaba que otros 10 republicanos lo traicionaran).

Así, el ex mandatario, a quien muchos analistas progresistas ya daban como carne de presidio, demostró que, al igual que los muertos de La Verdad Sospechosa, goza de cabal salud.

Y por ese magnífico estado -político, se entiende- es que, aunque el coordinador republicano, Mitch McConnell, “condenó”, retóricamente, a Trump, acabó votando por absolverlo.

No pocos se muestran sorprendidos de que, pese a sus evidentes yerros y casi suicidas maniobras, Trump continúe en posesión de un amplísimo capital político que debemos situar en, al menos, el 44% de estadounidenses que pedía su absolución, de acuerdo con una encuesta de CBS.

¿Por qué lo sigue ese 44%? De entrada, porque no tiene más alternativa. Los demócratas, lejos de abrazar y buscar la reconciliación con ese anchuroso sector de la población estadounidense, siguen instalados en el calificativo que Hillary Clinton acuñó, despectivamente, con menosprecio, para esas personas: “deplorables”. Ergo: vuélvanse ‘progres’ o desaparezcan.

Y tampoco van a regresar hacia los brazos de los Bush, que son la “alternativa” en el lado republicano. Entonces, pues mejor el clavo ardiendo que es Donald.

Al día siguiente de que Trump fue exonerado, el partido Vox sacó un resultado importante en las elecciones de Catalunya.

Vox es la versión española del republicanismo trumpista, aunque con formas mucho más acabadas y una retórica menos agresiva. Sus integrantes son firmes opositores a la independencia de esa región española. Su existencia está tan a contrapelo del momento político catalán, que su líder, Santiago Abascal, fue apedreado y perseguido por independentistas radicales, obligándolo a interrumpir un acto de campaña.

Pero el domingo, Vox obtuvo 11 escaños, para constituirse como primera fuerza de la derecha en tierras catalanas, por encima del PP y Ciudadanos, este último de cuño tan moderado que, a ratos, cuesta distinguir la línea que lo divide del gobernante PSOE. En este punto, hay que señalar que Ciudadanos fue el partido más votado en 2017, durante las anteriores elecciones en Catalunya.

La caída de Ciudadanos y el ascenso de Vox se explica igual que el respaldo a Trump, en que los derechistas no quieren defensas tibias ante lo que consideran la destrucción de los valores de convivencia en los que creen. Por ello, han decidido suscribirse a quienes, al menos, prometen defenderlos reciamente.

Esas dos viñetas también deben entenderse en el cambio de ADN que ha tenido el simpatizante derechista, como parte de la transfusión que han tenido ambos lados del espectro político. En tanto el rico se va haciendo más “progresista”, pobres y clasemedieros se hacen más derechistas. Esto es así porque el “progresismo” no es otra cosa que una versión más cuidada del comunismo europeo enarbolado por Foucault, Reich, Marcuse, Vaneigem, Bourdieu, Passeron y Althusser, que desde los sesentas ha machacado en pos de un mundo sin leyes, con drogas legales y totalmente queer, pero al que le ‘arrancaron’ la tira de ADN relativa a la lucha de clases, que tanta alergia le causaba, por lógica, a los ricos. A las clases medias les aterra, no sin razón, esa salvaje demolición de la ley, el orden y los valores que viene ejecutando el “progresismo”, en forma, además, abrasiva. Ante ello, les desespera la tibieza de aquellos que se dicen derechistas, pero más bien parecen estar negociando su rendición. En esa nueva postura de los abajo contra los de arriba, la ideología evangélica ha servido como lubricante, liberada de muchas -no de todas- las ataduras a las élites que ha tenido el catolicismo desde siempre.

Los pobres y clasemedieros derechistas no quieren reconciliación, ni negociación, sino mano firme contra sus enemigos quienes, por otra parte, tampoco están lanzando flores. Y eso, en última instancia, ofrecen Trump y Vox. Bien dijo el ex presidente: esto apenas comienza.

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com

El fin de semana se registraron dos episodios que, aunque aislados en apariencia, se entraman en el momento político global.

Uno fue la exoneración del ex presidente estadounidense Donald Trump, durante el juicio político que los congresistas demócratas, ayudados por un puñado de republicanos -10 representantes -entre ellos la hija de Dick Cheney- y 7 senadores-, entablaron en su contra, acusándolo de instigar la toma del Capitolio, ocurrida el pasado 6 de enero.

Trump salió indemne gracias al voto de 43 senadores de su partido, quienes lo declararon inocente (para enjuiciarlo, se necesitaba que otros 10 republicanos lo traicionaran).

Así, el ex mandatario, a quien muchos analistas progresistas ya daban como carne de presidio, demostró que, al igual que los muertos de La Verdad Sospechosa, goza de cabal salud.

Y por ese magnífico estado -político, se entiende- es que, aunque el coordinador republicano, Mitch McConnell, “condenó”, retóricamente, a Trump, acabó votando por absolverlo.

No pocos se muestran sorprendidos de que, pese a sus evidentes yerros y casi suicidas maniobras, Trump continúe en posesión de un amplísimo capital político que debemos situar en, al menos, el 44% de estadounidenses que pedía su absolución, de acuerdo con una encuesta de CBS.

¿Por qué lo sigue ese 44%? De entrada, porque no tiene más alternativa. Los demócratas, lejos de abrazar y buscar la reconciliación con ese anchuroso sector de la población estadounidense, siguen instalados en el calificativo que Hillary Clinton acuñó, despectivamente, con menosprecio, para esas personas: “deplorables”. Ergo: vuélvanse ‘progres’ o desaparezcan.

Y tampoco van a regresar hacia los brazos de los Bush, que son la “alternativa” en el lado republicano. Entonces, pues mejor el clavo ardiendo que es Donald.

Al día siguiente de que Trump fue exonerado, el partido Vox sacó un resultado importante en las elecciones de Catalunya.

Vox es la versión española del republicanismo trumpista, aunque con formas mucho más acabadas y una retórica menos agresiva. Sus integrantes son firmes opositores a la independencia de esa región española. Su existencia está tan a contrapelo del momento político catalán, que su líder, Santiago Abascal, fue apedreado y perseguido por independentistas radicales, obligándolo a interrumpir un acto de campaña.

Pero el domingo, Vox obtuvo 11 escaños, para constituirse como primera fuerza de la derecha en tierras catalanas, por encima del PP y Ciudadanos, este último de cuño tan moderado que, a ratos, cuesta distinguir la línea que lo divide del gobernante PSOE. En este punto, hay que señalar que Ciudadanos fue el partido más votado en 2017, durante las anteriores elecciones en Catalunya.

La caída de Ciudadanos y el ascenso de Vox se explica igual que el respaldo a Trump, en que los derechistas no quieren defensas tibias ante lo que consideran la destrucción de los valores de convivencia en los que creen. Por ello, han decidido suscribirse a quienes, al menos, prometen defenderlos reciamente.

Esas dos viñetas también deben entenderse en el cambio de ADN que ha tenido el simpatizante derechista, como parte de la transfusión que han tenido ambos lados del espectro político. En tanto el rico se va haciendo más “progresista”, pobres y clasemedieros se hacen más derechistas. Esto es así porque el “progresismo” no es otra cosa que una versión más cuidada del comunismo europeo enarbolado por Foucault, Reich, Marcuse, Vaneigem, Bourdieu, Passeron y Althusser, que desde los sesentas ha machacado en pos de un mundo sin leyes, con drogas legales y totalmente queer, pero al que le ‘arrancaron’ la tira de ADN relativa a la lucha de clases, que tanta alergia le causaba, por lógica, a los ricos. A las clases medias les aterra, no sin razón, esa salvaje demolición de la ley, el orden y los valores que viene ejecutando el “progresismo”, en forma, además, abrasiva. Ante ello, les desespera la tibieza de aquellos que se dicen derechistas, pero más bien parecen estar negociando su rendición. En esa nueva postura de los abajo contra los de arriba, la ideología evangélica ha servido como lubricante, liberada de muchas -no de todas- las ataduras a las élites que ha tenido el catolicismo desde siempre.

Los pobres y clasemedieros derechistas no quieren reconciliación, ni negociación, sino mano firme contra sus enemigos quienes, por otra parte, tampoco están lanzando flores. Y eso, en última instancia, ofrecen Trump y Vox. Bien dijo el ex presidente: esto apenas comienza.

Comentarios: gerardofm2020@gmail.com